"Cuba te espera"
Visto en un poster, hace mucho tiempo
“Un millón de turistas en
Cuba hasta el momento”
Visto en OnCuba, ayer
Yo estuve allá, me dice sonriente, nos fuimos, yo y unos cuates, a celebrar mí despedida de soltero, y…
Y de repente se percata de que estaba a punto de contarle a un cubano, que según él pos no pareces cubano, cabrón, pero que sí lo es, cabrón, que sí lo soy, cubano, hasta el fondo, hasta aquel el más oscuro, el que guarda las cosas más olvidables, se percata, decía, se sonroja, se arrepiente, pues ya me iba a contar de sus andanzas, y las de sus cuatachos, con mis paisanas, las asequibles putas, además de exóticas, ingenuas, baratas, pero para mi buena suerte el muchacho, que es más bien un habitual de Las Vegas, Lake Tahoe y Nueva York, tuvo el buen tino de mutilar, justo al nacer, el relato que a él le resultaba gracioso de detallar, interesante de contar, pero que a mí me iba, como siempre, a hacer sentir esos fútiles deseos de salir corriendo a otro lugar, a otro momento, donde no tuviera que escuchar por jodida vez enésima la misma triste historia de los turistas que se van de putas a mi país.
...y la pasamos bien, pues, concluyó misericordioso; conversamos entonces sobre autos, precios y créditos.
Carajo. El país de mi sueño debería ser diferente.
Las calles estarían limpias, las casas pintadas en colores vivos, adecentadas, sin tanta reja; flores en canteros, en lugar de gente astrosa sentada en los quicios. Sin que alguien se te acerque y te diga un meloso ¡Hola!, como si de verdad te estuviera saludando -Turista, esta es tu casa-, examinándote con esa fría mirada que está calculando cuán comemierda eres a ver si te puede vender una cosa de barro y unos llaveros kitsch por cinco billetes de esos que allá usan, y recomendar, además, como quien no quiere la cosa, el mejor restaurante, mira, ese cochero te lleva hasta allá, cadena marchante-cochero-restaurantemediocrequepagacomisión, mientras lo que yo quiero es tan solo caminar en tranquilo anonimato, como lo hacía cuando todavía no era turista en mi país; dejarme llevar por la casualidad, mirar con otros ojos mi ciudad, respirar el aire de la bahía, -brisa que sigue siendo el mismo bálsamo salino que alivia a La Habana de la peste a mierda-, sin que un tipo que se cree muy hábil me esté observando a ver en que costado me va a clavar los dientes para llevarse un trozo del patrimonio que vine a gastar con, para mi familia, no con, para alguien que me dice un ibérico ¡Hola! -que suena tan falso como el manchón de belleza de La Habana Vieja-, y a quien en realidad le importa tres cojones si te sientes o no bienvenido en las calles que pensabas que todavía conocías.
Debía ser diferente, me decía ella, y no que unos pantalones usados y unos jabones puedan ser un regalo, y los ojos se le abrieron como platos asombrados; vamos, que uno va de turista, no de pinche santaclós, pero ya que regalas, pues, chingao, ¿ropa vieja y pinche jabón?
Vámonos el fin de semana a Cuba, a tomar mojitos, me dijo que la había arrastrado su amiga aventurera, a una vacación dentro de otra vacación, del Ritz-Carlton al Tritón, La Habana en ruinas acurrucada en el regazo glamoroso de la zona hotelera de Cancún, una hora de vuelo, casi un fin de semana, oye, Bodeguita, La Habana Vieja, un bailecito, salsa, órale pues, langosta en el Floridita, el mesero acicalado con pinta de latin lover amateur, que les coqueteaba a las dos mujeres que lo escuchan, primero divertidas, casi halagadas, más tarde molestas, porque no pueden comerse la puta langosta en paz, ahora que este chamaco casi se les sienta a la mesa, en la mesa, a pedirles que se casen con él, que lo saquen de allí, por favor, casi que perdemos el apetito, se quejaba, pinche langosta carísima y el pinche escuincle jode que te jode, no mames, ¡quéeseso!, bueno, pero qué te cuento: tú conoces tu país.
Debía ser diferente. El país, mi país, el natal, que a pesar de los pesares sigue teniendo cierta magia; se le escapa ese detalle quizás a los que allá están ocupados en sobrevivir, pero seduce todavía a algunos visitantes, que ven el bosque, pero no saben del difícil oficio de los árboles, el de la gente, atrapada en un lugar absurdo que, con imaginación, hasta pareciera paraíso, todavía virgen de MacDonalds y gordos despistados.
Arriban entonces legiones de aviones preñados con asombrados turistas; ¡llegamos al millón!, anuncian ufanas autoridades y voceros, que ya renunciaron a contar angustiosas toneladas de azúcar y ahora prefieren contabilizar personas, de esas que aparecen a olfatear el exotismo de un país en harapos, anclado en dos o tres épocas diferentes, y ninguna contemporánea; personas que –algunas- regresan otra vez, enamoradas de cosas buenas y bellas; otras, que retornan a por culos de a veinte CUC, o a que los sodomicen por una cena.
¿Estás loco, cabrón?, me respondió azorada mi amiga, mientras se vestía frente al espejo, Pos no, oye; la verdad, no: claro que no vuelvo otra vez… Allá tú, pues, que tienes que ir por obligación.
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