Mirando atrás, en México se dan las gracias a Dios, pero en Navidad, y en términos generales, tradicionales: por la comida en la mesa, por la familia, la salud y por todo lo bueno.
En Cuba, sin que necesariamente haya un día señalado para ello, se dan las gracias a la Revolución, al Comandante, a los venezolanos por el petróleo. O nos deseamos feliz año nuevo, o feliz aniversario de la Revolución. Y las gracias a Dios porque las cosas no están peor aún.
Pero Thanksgiving va mucho más allá: de celebrar originalmente el encuentro de indios y peregrinos, y el inicio de la masacre de aquellos a manos de estos, el pragmatismo americano ha convertido la ocasión en el encuentro familiar por excelencia, en la pausa en el rat race donde se hace sana catarsis, en cena desabrida y en la apoteosis de la compra y el consumismo.
Regresando entonces a la idea de hacer balance anual, lo mejor de Thanksgiving indiscutiblemente es que nos da cuatro días para descansar, para pensar en los resultados del último chequeo médico, en el reporte de avance de tu hijo en la escuela, o en el estado de cuenta bancario; en cómo llegamos hasta el dia de hoy, y en cómo vamos a seguir.
Y se da cuenta uno entonces, o más bien confirma, que las cosas simples, las cotidianas, son las importantes.
Como un café bien hecho, por ejemplo.
Les deseo entonces, a todos los que pasen por aquí, un reparador autoexamen de conciencia, buena cena, y cualquier otra cosa que los haga feliz.
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