miércoles, 23 de julio de 2014

Vacíos y cerveza

Estando en Cuba, cada vez que llegaba a mis oídos la noticia clandestina de que alguien famoso se había “quedado”, o que había abandonado el país, sentía una rara sensación de vacío, una extraña nostalgia, de que, coño, se fue, casi como si se hubiera ido un amigo, y eso, por supuesto, sin siquiera conocer personalmente al recién emigrado.

Recuerdo a Yiki Quintana, a Salvador, el de “Para Bailar”, a Albita Rodríguez, a René Arocha, al Duke Hernández, a tantos actores, actrices, músicos, artistas, cuyos destinos se diluyeron en la bruma de la desinformación, y en la terrible realidad de otro país donde no había nadie que los aplaudiera. En fin, era la gente que uno veía y escuchaba, y que de alguna manera eran parte de lo cotidiano.

Me percato de que en Cuba, tan cotidiana e inmóvil, para mí esos eran pequeños cataclismos.

Ahora lo veo de otra manera, porque ahora soy de otra Cuba, que ya no existe. Y me alegra saber que alguien, aunque no lo conozca, va a tener por fin oportunidades y vida mejor.

Pacheco, en este caso.
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Hablábamos de cerveza, y me acordé inevitablemente de esa curiosa ansiedad que hace que los cubanos, en la proverbial casa-en-la-playa, se levanten en la mañana y abran una cerveza. Cerveza imprescindible, pues impensable casa en playa sin cerveza en la mañana, y su sempiterna mesa de dominó. Era como una carrera para recuperar la cerveza perdida.

Yo traté de hacerlo también, para no desentonar, pero no pude: beber nunca ha sido lo mío, mucho menos en la mañana. Mi ansiedad era otra; era por el jamón serrano que había probado una sola y milagrosa vez, cuando era niño, en una cafetería cerca del Marazul. Fue tan rara esa ocasión, que a veces pienso que fue una alucinación.

Pero no daban jamón serrano por los planes CTC...

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