Desde que la Humanidad se
bajó de los árboles y echó a andar, siempre han estado los
jovenes; soñadores, frescos, impetuosos, sintiendo el mundo a sus
pies, y dispuestos a cambiarlo, preguntándose cómo es posible que a
alguien no se le hubiera ocurrido antes.
Y a su lado, observando, siempre han
estado también los otros, los adultos; repletos de experiencia,
conservadores y cínicos, sonriendo excépticos, y diciendo que ya
las cosas no son lo que eran.
Y sólo así puede
funcionar este mundo, con unos empujando sin mirar, y otros mirando
sin empujar.
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