martes, 13 de agosto de 2013

Conteo regresivo

Debo admitir que soy de los partidarios de que Fidel Castro no se muera nunca. Simplemente, no es justo que se muera.

Fidel Castro es el autor de la decadencia y el desmontaje de la nación cubana. 

Fidel Castro nos debe satisfacciones: no puede morirse, en primer lugar, antes de percatarse de que su vida y ridículo propósito se han ido a la mierda.

Siempre ha estado ahí, con su dedo amonestador en ristre, y ahí sigue, fiel a sus ideas delirantes y su mesianismo enfermizo.

Y debe vivir muchos años más para ver como, al fin, se desmorona y desaparece la utopía afiebrada con que embutió a cuatro generaciones de cubanos.

Debe ser testigo del renacimiento de mi país, del arribo feliz de Cuba al siglo XXI.

Debe presenciar cómo la quinta generación, y las que siguen, se olvidan de su nombre, y de su apellido.

Debe saber que sólo ha trascendido como un chiste malo.

Fidel Castro, sencillamente, no puede morirse feliz, no puede hacernos eso.

Pero si, a pesar de todo ello, se muere, dejando todas sus deudas sin pagar, que se muera entonces de esa tristeza amarillenta que cubre a los dictadores olvidados; que sea por la desesperación que le provoca a los tiranos ancianos la certeza de que su voz ya nadie la escucha. Que se muera lúcido, y que llore al morirse.

Lo que restaría entonces sería un olvido fulminante: repintar calles y paredes, desarmar vallas, descolgar sus retratos, orinarse en sus discursos, ondear una bandera, y dejar de ser de allá o de aquí.

Y comenzar entonces, de nuevo, a ser simplemente cubanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario