Mi generación creció sin Navidades ni credos que no fueran los de la doctrina revolucionaria. Sin embargo, en el fondo de un closet en casa de mis padres, había una vieja caja donde se conservaban, cuidadosamente envueltos, bolas de cristal y diminutas figuras alegóricas a la festividad, en espera de un arbolito y mejores tiempos.
Mi primer encuentro con la Navidad pasó sin penas ni glorias, allá en Europa en mis tiempos de estudiante. A mediados de Diciembre comenzaban las vacaciones de invierno, unas semanas en las que me leía decenas de libros, fumaba metros y metros de cigarrillos y tomaba litro tras litro de té con limón y miel, mientras las frecuentes ventiscas silbaban al pie de mi ventana, trayendo la nieve y el hielo que allí estarían todavía un par de meses. Y la Nochebuena y la Navidad pasaban sin que yo las notara.
Mi segundo encuentro con la Navidad fue en Cuba. En mi trabajo alguien tuvo la iniciativa de celebrar esa Navidad y todos trajeron alguna reliquia familiar para adornar un arbolito que no tenía nada que envidiarle a los que hoy veo a mi alrededor. Y, como no hay Nochebuena sin cena, se compró un cerdo, se llevó a asar a una panadería cercana y al mediodía del 24 de diciembre mi laboratorio bullía con riquísimos aromas, luces y gente alegre. Y en eso llegó el director.
El hombre entró y se hizo un silencio expectante. Miró el arbolito, el cerdo asado, abierto en canal encima de una mesa y extendió el brazo, señalando con gesto abarcador la escena. “Así que Ustéde comen puehco en Navidá…”, dijo entonces con tono que sonaba incriminatorio. “En realidad comemos puerco cada vez que hay una oportunidad, lo de hoy es sólo una coincidencia…”, respondió ágil unos de mis compañeros. Y tengo que decir que el hombre se quedó en nuestra fiesta y comimos el puerco y fuimos felices.
Mi tercer encuentro con la Navidad fue en México. Por primera vez vi los enormes estacionamientos totalmente llenos, el tráfico histérico y las tiendas al borde del colapso. Y por primera vez allí, vi avisos que pensé había dejado atrás para siempre. “Se acabó el pan” o “Solo dos piezas por persona”, así de intenso era el maratón de compras, con las edulcoradas y nostálgicas canciones navideñas sonando todo el tiempo.
Desde entonces eso ha sido la Navidad para mí, el momento de comprar regalos y sentir nostalgia por algo que no logro definir bien. Muy extraño.
En fin, felicidades para quien pase por aquí y para el resto de la humanidad, que la pasen de la mejor forma posible, que es con la familia, y que todo lo mejor les suceda.
Como, por ejemplo, un puerco asado bien sazonado y jugoso.
O cuatro ninfas, locas por darte abrazos y besos.
Las niñas te las quedas, me llevo el puerco asado y los buenos deseos.
ResponderEliminarUn cartucho de felicidad para tí, "Dos", su mamá y el resto de la familia.
Y otro cartuchazo para ti, tu beba y familia, que la pasen de maravilla.
ResponderEliminarPD: Voy a hacer tres costillares de cerdo al horno, a ver si me da tiempo a sacarles una foto...
Dale! Yo tengo planeado el menú cubano completo pero no para mañana sino para el lunes. Ya te contará Mariana.
ResponderEliminarOye, oye, pero dile a Mariana que Nochebuena es mañana viernes...
ResponderEliminarSi, pero es que acá también tienen su menú tradicional, y hay que balancear. No te preocupes, el que espera lo bueno no espera en vano.
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