“(...) si un hijo golpea al padre, se le
cortarán las manos (...)
si un hombre libre vacía el ojo de otro hombre
libre, se vaciará su ojo en retorno, (...)
si se quiebra un hueso de un hombre,
se quebrará un hueso del agresor”
Código de Hammurabi
Si un policía
asesina a un negro, que un negro asesine a
un policía. Si un negro asesina un policía,
que la policía asesine a un negro. Si un
blanco mata un negro, que un negro asesine un blanco. Y
viceversa. O dos. O tres.
Si un musulmán asesina a centenares de
personas, con bomba, metralla o camión, se
asesinará a centenares de musulmanes a fuego, cuchillo y
soga.
Si un mexicano extorsiona a un
centroamericano en la frontera sur, un mexicano debe ser maltratado
en la frontera norte.
Si un cubano en Miami les
llama indios a los sudamericanos, que le llamen latino de mierda a un
cubano en Nueva York.
Que las familias de los muertos tomen
turno en las funerarias, para que no se maten entre sí. Que se
planifiquen con puntualidad los entierros, para que no se insulten
las madres, que no se estrangulen los padres,
para que no se apuñalen los hermanos.
Los dientes rotos cubren
el piso, crujen bajo las botas; pisoteen los
ojos, hundan los pulgares en las cuencas vacías.
Lex
talionis.
Todos perdemos.
***
No me gusta el fútbol americano; vamos, ni siquiera lo entiendo. Me gustaría más el balompie, si los jugadores no fueran tan frágiles y modosos como bailarinas; para colmo, tampoco me gusta el ballet.
No soy negro, ni homosexual, feminista, machista o vegetariano. Soy escéptico y abomino de los dogmas. No soy católico, musulmán, policía, demócrata, republicano ni santero.
Odio al socialismo.
Ni me afilio, ni me alineo. Rechazo militancias, la organización y la pancarta. No escucho discursos, no leo cartas abiertas, ni firmo peticiones. No respaldo causas. Los lemas me dan risa, las consignas me sofocan, y las utopías las mido en ingresos anuales.
Ni me afilio, ni me alineo. Rechazo militancias, la organización y la pancarta. No escucho discursos, no leo cartas abiertas, ni firmo peticiones. No respaldo causas. Los lemas me dan risa, las consignas me sofocan, y las utopías las mido en ingresos anuales.
Me repugna el desgobierno
cubano, y los que lo apoyan.
Debo ser occidental cristiano -esto por cultura, que no por filosofía-, blanco, hispano, cubano, mexicano, americano, y no soy nada de eso.
Debo ser occidental cristiano -esto por cultura, que no por filosofía-, blanco, hispano, cubano, mexicano, americano, y no soy nada de eso.
Soy la minoría por
excelencia, de lo que me precio.
Todo ello me coloca, sin
que pueda evitarlo, en algún bando;
detrás de algún fusil, y
enfrente de otro; versátil, puedo estar agazapado
tras un parapeto, o sangrando bajo una pila de
cadáveres. Gritando o callado;
huyendo despavorido; persiguiendo, frenético.
No estoy a salvo de nada.
***
Un día escribí que ser negro
e hispano en los Estados Unidos es un doble estigma.
Alguien que lo leyó -un
mulato, cubano, hispano- lo tomó a mal; se ofendió, creo. No sé
por qué dices eso, respondió, creo recordar, y dijo más, pero no
me acuerdo. No es importante. Lo importante es que él sí sabía por
qué yo escribí tal cosa.
Estaba asustado ese lector. Por
él, por sus hijos, y no necesitaba que alguien lejano y anónimo le
recordara sus temores. Yo lo entiendo.
Vivo en barrio de blancos -no
hispanic whites, sino white whites: rubios, pecosos,
ojiclaros, con arrugas y melanomas. Me miran pasar; clavan la vista en
mi rostro y mi nuca; me observan, atentos; me han preguntado si estoy
perdido, se han detenido frente a mi casa a averiguar qué estoy
haciendo en mi jardín, ese lugar al que no pertenezco. Me observan,
repito, con la expresión concentrada del que se alista a sacar un
gorgojo del arroz.
Sin embargo, en mi casa
no se habla de razas, sino de personas. “No hables con extraños”,
le insistimos a mi hijo, “porque hay personas buenas y malas, pero
nunca sabrás distinguir entre ellas”.
Él tendrá su
oportunidad para sus propias conclusiones; tendrá Dios o no, creará
sus propios estereotipos, será racista, humanista, o algo mejor que
todos nosotros.
Un vecino lo vigilará,
por ser hispano.
Un negro lo matará, por
ser blanco.
Un blanco lo despreciará,
por ser latino.
Un policía lo detendrá,
por ser minoría.
Un musulmán lo volará
en pedazos.
Una mujer lo amará.
Un día estará, sin que
pueda evitarlo, en algún bando.
No estará a salvo de
nada.
***
"The old law of an eye for an eye leaves everyone blind”
Martin
Luther King Jr.
Como si no bastara con el
disparate de la muerte, hay gente muriendo por razones absurdas. El
terrorismo, ya sea en nombre de un credo retorcido, o del más
visceral odio racial, es nuestra invasión mongola, nuestra peste
bubónica.
El país, mi país, está dando
tumbos. La pesadilla del tema racial enrarece el
sueño americano; en el melting pot -que nunca ha sido tal- la
sociedad hace grumos y se separa en sus ingredientes más
elementales. En los Estados Unidos, el país más racista del
planeta, ondean las banderas del color de la piel, de la etnia, del
guetto.
En lo personal, solo quiero
poder vivir en paz, en una sociedad que funciona -y muy bien- incluso
estando permeada de la idiotez humana. Para el terrorismo, para los
asesinatos, para el abuso, no tengo mejillas que ofrecer.
No quiero venganzas, pero
necesito justicia.
No quiero el ojo ni el diente
de los culpables. Pero, si matan, prefiero tener sus ojos en mi mano,
todos sus dientes en la tierra. Si matan, los prefiero muertos.
Negros, blancos o musulmanes. Rápido.
Quiero además que mi hijo sea
un feliz ignorante, hasta que le toque asumir a su país, su
sociedad, su origen, su color de piel.
También quisiera que la
tentación del Talión no lo atormentara. Pero también sé que no es
posible.
Son otros los tiempos, y son,
para bien o mal, los Estados Unidos de América.
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