Un día de julio
del año 1990 el estruendo del derrumbe de la utopía
este-europea despertó al Castro de turno, ese que
soñaba con revoluciones mundiales y bombardeos nucleares que
borraran de la faz de la tierra a su enemigo favorito, los Estados
Unidos.
Sin dilación, los llamó
traidores, a los ya ex-socialistas; diligente, armó un
alegato tejido con consignas, parábolas,
tangentes y, tanto se esmeró que, sin decir
nada que valiera la pena, le dió el discurso
para dos o tres horas de arenga que declamó en
época de carnavales, al caer el sol.
No lo mencionó por su
nombre, pero la Historia llegaba a una nueva encrucijada: se
terminaba un sistema sociopolítico, fracasado en toda la línea; se
terminaba también -y de eso estaba más que conciente, pero tampoco
lo dijo- algo más importante: el mecenazgo de la URSS y sus
satélites, que durante treinta años alimentó los delirios del
dictadorzuelo de opereta, manteniendo a Cuba y cubanos como mascotas
ideológicas y traviesas, y todo para molestar al vecino de enfrente: que el paísito-mascota del Segundo Mundo les orinara en la puerta de vez en cuando a ls americanos,
era la idea.
En estos días, casualmente también de un mes de julio, pero un cuarto de siglo más tarde, le tocó despertarse el Rip van Castro heredero.
En estos días, casualmente también de un mes de julio, pero un cuarto de siglo más tarde, le tocó despertarse el Rip van Castro heredero.
Esta vez es Venezuela
la que se desmorona, toca fondo, y
cierra la válvula del petroducto
chavista: Maduro tiene los
días contados y, con ello, llega a
su fin la segunda bonanza para la isla y los cubanos.
Pero a este Rip van
Castro el despertador no lo agarró de sorpresa; cualquiera, aun con
la frente escasa de los desgobernantes cubanos, sabía que algo así
sucedería en cualquier momento. A diferencia del campo socialista,
producto de la conquista y dominación soviéticas, y que parecía
tan eterno como la amistad inquebrantable entre los pueblos de Cuba y
la URSS, el chavismo llegó al poder a través de las urnas y por
voto democrático.
Y por esa misma vía lo
va a abandonar.
En el interín,
prácticamente ha desaparecido la otrora primera industria cubana, la
azucarera; la producción de concentrados de nickel y cobalto, que
florecía en Moa y Nicaro, se redujo de manera drástica; el petróleo
cubano, pesado e insuficiente, y los cacareados nuevos yacimientos no
aparecen; en las zonas francas bostezan por la inactividad, las
inversiones extranjeras no llegan, y el país parece depender cada
vez más del turismo de segunda y las remesas de sus expatriados.
Port su parte, la agricultura sigue siendo ineficiente e improductiva; empresarios y senadores norteamericanos llegan a Cuba, no a comprar mercancía para llevar a los mercados de los Estados Unidos, sino a vender lo que cosechan sus votantes: cereales y alimentos del agro estadounidense, muchos de ellos subsidiados por ayuda federal.
Port su parte, la agricultura sigue siendo ineficiente e improductiva; empresarios y senadores norteamericanos llegan a Cuba, no a comprar mercancía para llevar a los mercados de los Estados Unidos, sino a vender lo que cosechan sus votantes: cereales y alimentos del agro estadounidense, muchos de ellos subsidiados por ayuda federal.
Para colmo, los
logros-banderas de los van Castro, la salud y la educación
-programas que fueron financiados por la generosidad geopolítica de
los ex-socialistas-, han dejado de ser bandera para convertirse en
guiñapos: es imposible que un país paupérrimo con un gobierno
ineficaz e inepto, país del que todo el que puede escapa, incluyendo
a los profesionales, pueda sostener y hacer funcionar educación y
salud a un nivel digno.
Mientras fluyó el
petróleo ajeno en las venas de la Involución, los Rip van Castro se
dedicaron una y otra vez a soñar utopías y a perder tiempo. Si
hubiera que ponerle otro nombre a lo que sucede en Cuba, pues sería
una "haitinización" galopante lo que tiene lugar; pero es otro
Período Especial, llevado de la mano del desgobierno, el que toca a
la puerta de los cubanos.
Las oportunidades perdidas.
La última demostración del
callejón sin salida ni soluciones en el cuál el gobierno de los Rip
van Castros ha encerrado a la nación cubana, es la manifiesta
incapacidad para aprovechar la generosidad del gobierno del
Presidente Barack Obama que, en sus propias palabras, extendió la
mano a ver si se la estrechaban.
Es más fácil imaginar a los
de la línea dura, a los adoctrinados, aborregados por la voz
aguardentosa de su general, atrincherados en un rincón enseñando
los dientes como las bestias mediocres que son ante esa mano que se
extiende, que estrechándola y aprovechando las oportunidades que un
restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos propicia.
Porque eso, la total torpeza
del desgobierno cubano, es lo que, de una manera u otra, ha sido la
respuesta al famoso 17D -que ya en breve cumple dos años- y a la
histórica visita de Obama, que puso en evidencia y ridículo a un
régimen que solo se sostiene porque los cubanos perdimos en el
camino entereza, raciocinio y corazón.
El desgobierno cubano,
siguiendo la filosofía de los mantenidos que siempre han sido,
ignoraron, y continuan consistentemente haciendo caso omiso, de los
preceptos más básicos de su propia ideología: las relaciones de
producción condicionan las relaciones sociales.
Siguen hablando de socialismo,
aun en medio la crisis y la desesperanza.
Para ellos no se cumple aquello
de tengo el pan, hágase el verso; no entienden (o tal vez sí, pero
no les importa) que la izquierda, en cualquiera de los tonos de su
diapasón, solo puede sobrevivir dentro del capitalismo, porque el
socialismo es absolutamente incapaz de crear tecnología, productos
de calidad, riqueza de manera racional y abundante, y mucho menos de
hacerla asequible a la gran mayoría.
Si algo han logrado los Rip van
Castro es demoler sistemáticamente el país, y las consecuencias
están a la vista.
Cincuenta y siete años
después, el as bajo la manga es algo que han llamado
“Conceptualización del modelo económico y social cubano de
desarrollo socialista”, cosa-panfleto en cuya confección
amanuenses e ideólogos oficialistas han perdido el tiempo que no
tienen, escribiendo sandeces en su absurdo intento de apuntalar los
escombros de la isla de Cuba.
Panfleto que no he leído ni
leeré. No es necesario hacerlo para saber que es solo otra
estupidez, otro eufemismo para enmascarar la absoluta falta de
talento y creatividad del desgobierno cubano.
Todo indica entonces, decía,
que otro “Período Especial” es inminente en Cuba.
Quizás sea el último. Tiene
que serlo, pues ya no parece haber otros mecenas dispuestos a echarse
al hombro el fardo de los Castro y su país en quiebra.
Es tal vez la oportunidad
necesaria para que los cubanos también despierten de su modorra,
echen a patadas sus desgobernantes, y para que, por fin, se hagan
cargo de sí mismos.
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