“Let me tell you
something: I thought I was white until I got here...”, decía en la
televisión un reportero. Reía, divertido, por el casi absoluto
predominio de la raza blanca en la Convención Republicana.
Eso fue hace cuatro años,
durante la nominación de Mitt Romney.
Hoy de nuevo se habla y
escribe sobre el tema. Como si no se cansaran de asombrarse porque el
Partido Republicano es un partido de blancos. Y mientras más blanco,
mejor. Un partido donde los escasos negros son mostrados como
trofeos; un partido donde, de verse a un hispano, hay muy altas
probabilidades que sea en calidad de jardinero o nana.
Claro, a no ser que sean
cubanos.
No digo nada nuevo si
menciono que el sur de la Florida y sus cubanos eran un bastión
republicano. Parece que un sector de los cubanos exiliados en los
Estados Unidos se arrimaron al ideario republicano por ser este de
línea dura con el desgobierno cubano.
Insisto: era un bastión
republicano.
Ahora, con la disminución
de la proporción de los cubanos “radicales”, diluidos con la
arribazón de la generación de la Y y el regetón, el balance se
inclina hacia el antirepublicanismo.
Otra vez, responde esa
nueva tendencia a los intereses de los cubanos y su peculiar relación
con Cuba.
En una época donde la
distensión y la apertura propiciadas por el gobierno americano, y
con la promulgación de las “medidas” que el desgobierno cubano,
que en sus estertores finales -y prolongados- decidió, entre otros,
permitirle viajar y regresar a sus ciudadanos para que fluyera una
bocanada de divisas, el republicanismo cubano está a la baja, y así
debe continuar.
Y pienso que no hay nada
malo en ello; más bien, lo contrario.
En términos generales,
no encuentro mucho sentido en apoyar un partido político que rechaza
a los emigrantes. Que propugna la supremacía americana -con todo lo
que en realidad implica el eufemismo. Que extiende un manto
oscurantista sobre fenómenos climáticos globales, para favorecer a
la gran industria. Que es antidarwinista, mojigato, beato, que quiere
armas para todos, no porque exista una enmienda constitucional
obsoleta, escrita en 1791, sino porque uno de sus mecenas, la
industria armamentista, y su profeta, la NRA, quieren que el negocio
de matar prospere.
No hay mucho sentido en
un partido que rechaza a las minorías, que tiene a los Rush Limbaugh
y Hannities repartiendo odio y pananoia a voleas sobre un sector de
la población desinformado y obtuso. No hay mucho sentido en un
partido que, con tal de tener una oportunidad de hacerse con el
poder, acepta a un megalómano, ricacho aburrido y egocéntrico, que
ha exacerbado el racismo y la crispación nacional, como su candidato
presidencial.
No entiendo entonces qué
buscan los latinos que apoyan a ese partido. Y no entiendo, por
supuesto, a qué aspiran todavía los cubanos que prefieren y
defienden el republicanismo.
No hay nada para ellos
allí. No hay nada para nosotros. No hay nada para mí.
Y no se trata el asunto
de ser demócrata a cambio -que yo no lo soy-: tiene que ver con ser
consecuente, tiene que ver con identidad, con sentido común. ¿Que
aún no lo entiende? Pues más sencillo:
Tiene que ver con que
Usted, mi amigo, mi amiga, no está lo suficientemente pálido para
ser republicano.
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