Yo leo a los muchachon@s
que, con la anuencia y permiso de la oficialidad, escriben blogs y
twitean desde Cuba, y hablan de la blogósfera
y la comunicación y el
twiteo y la comunidad y la amistad y la paz mundial y eso. Hasta
convocan a eventos, reuniones, talleres y conversatorios, en la mejor tradición de “hay que
mantener a todos organizaditos, para verlos y oirlos mejor...”, como diría el lobo.
Convierten de tal
suerte el blogueo y las redes sociales, tan libres y espontáneas en el lugar más libre del mundo, Internet, en
cosa oficial, en terreno minado por el que hay que andar con letra de
plomo, no vaya a ser que el lobo-censor que mira y escucha te parta el
alma.
Escriben como si
fuera cosa cotidiana y común, como si fuera la cosa cotidiana de los cubanos, "Hey, déjame revisar mis cuentas de redes sociales, antes de irme a coger la guagua para el trabajo", como si mi vecino pudiera mañana seguirme en Twiter, o
leer mi blog, o el que le de la gana, y enterarse de que Mariela
Castro anda paseando con el dinero de los cubanos, o que Yoani
Sánchez pasea con el dinero de sus amigos.
Me recuerda eso
cuando tiempo ha, a finales de los 70, mis condiscípulos, hijos,
sobrinos, nietos de apparatchiks, hablaban con pasmosa naturalidad de
vacaciones en María la Gorda, los cayos, de viajes a Paris, Londres
o Moscú. Como si fuera lo cotidiano.
Y resulta que, por
azares de estos tiempos, ahora andan mis condiscípulos por Miami, o
por cualquier otro lugar que no sea Cuba, a la cual ya se le agotaron
las tetas de las que mamaban orondos.
Y mientras, los
muchachon@s siguen en su fiesta
virtual, en la que sólo bailan ellos.
Otros tiempos, otras
prebendas, las mismas cosas, aunque no lo parezca...
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