Miraba este volante que publica Penúltimos Días, destacando al parecer que la persona
promocionada (lamento no conocer su música) ha
descendido en su carrera por tocar en un restaurant.
Por cierto, algo me hace
pensar que una supuesta réplica destacaría que el cantante se gana
ese dinero que le pagan, que no lo mendiga, pero en fin, a lo que
voy: los menús.
Primero, pan
con aceite, que a pesar de los apellidos, es pan con aceite. Para eso, hay que tener
talento o desparpajo.
Los entrantes y platos
principales tienen descripciones a lo Food Network, como los títulos
nobiliarios del puré de malanga. O el toque
enigmático, con algo que se llama picaditas de rosa de jamón
serrano, que parece enfermedad de la piel.
Pero lo que realmente es
un homenaje a lo elemental es la última oferta del menú: una copa
de vino o líquido. Un líquido. No sólido, no gas, sino líquido.
Casi que uno espera que te
sirva la comida un profesor de física en lugar de un mesero.
En fin, cosas de la
transición, supongo.
Y me dió hambre...
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