Llegué con más de
15 años de retraso a este libro magnífico, que una amiga tuvo el
buen tino de recomendarme. Es como mi biblia, me escribió.
Lo compré entonces con cierto escepticismo, y lo leí ávidamente
en aviones. Comencé a leerlo mientras mi avión volaba de Nueva York
a Miami, y lo terminé al dia siguiente mientras regresaba, justo
antes de que el piloto anunciara que estábamos a punto de aterrizar
en Nueva York.
De todo lo que se
pueda decir sobre este libro lúcido, lo que más me impresionó es
su vigencia, y hasta clarividencia. Se queda uno con la sensación de
que ya no hay mucho más que decir, que Lichi lo dijo todo.
Es un libro que
seduce, además, porque no es predecible. Es un tipo que se pone a
conversar y te cuenta sus ideas, te lee un par de cartas de amigos y
te cuenta un par de anécdotas. Me dejó una extraña nostalgia por no haber
tenido la oportunidad de conocerlo, y el pesar de que ya no esté por
aqui para que me siga contando historias.
Y mientras ansiosos
y desmelenados turistas centroeuropeos y asiáticos parloteaban
excitados ante el skyline de Manhattan, yo leí la última página,
con un nudo en la garganta, y quizá fui el pasajero más triste que
aterrizó el viernes en el JFK.
Lo tengo cerca y a cada rato lo hojeo. El mismo desasosiego cada una de ellas..
ResponderEliminarLo tengo cerca y a cada rato lo hojeo. El mismo desasosiego cada una de ellas..
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