lunes, 22 de febrero de 2016

Paseo

Abandonamos el suburbio, y emergemos en Manhattan.

Manhattan, histérica. No da tregua, ni segundas oportunidades. El tiempo se contrae, el instante para una foto afortunada es tan breve que no ocurre. Nos tomamos las manos, avanzamos, torpes, importunando la estampida que se avalanza desde pasillos, escaleras, recovecos, y amenaza con arrollarnos.

Nadie observa. Nadie sonríe. Hato de conejos a los que se les acaba el tiempo, celulares en mano, de prisa, de prisa, miran al frente, apremiados por lo invisible. Yo miro; solo veo espaldas que se alejan, confundidas, manos arrastrando maletas, dos policías, un rectángulo de luz blanca, letras rojas, “Allí...”.

Allí, los vendedores hablan una jerga turcómana, impaciente. Vociferan, apremian, la mirada fría, zoco subterráneo, aire estancado de túneles, caverna Penn Station perfumada por treinta tipos de pizzas enormes, feas, crujientes, caras, sabrosas. “¡Next!”, se desespera el jóven de Medio Oriente, o Asia Menor; en Manhattan todos son de alguna parte que no es Manhattan.

Yo quiero retratar a estas personas; a la muchacha que calza botas de vinil y lleva una gorra con la visera erizada de puntas y metal. Al hombre que estudia un mapa del metro y roza con la cabeza el techo del vagón, gigante europeo -los europeos tienen ese aire desvaído que los distingue en esta ciudad chillona-. Y a la walkiria que lo acompaña, por supuesto.

O al anciano tuerto que recita spare change y agita un vaso de cartón frente a mi cara. Spare change, el vaho alcohólico vence por un segundo el miasma de caverna sudada, spare change, “¿Tienes para darle algo?”, el anciano no entiende, pero intuye, spare change, el vaso me hace bizquear. “Sorry, I don´t...”, balbuceo, “96th Street”, dice la computadora, advierten las letras rojas que se deslizan en un lumínico -qué digo deslizan: se precipitan. Todos en el metro deben saber leer, y leer bien- Sorry, sorry, no change to spare, not change at all. “Tanta gente desesperada...”, dice ella, triste.

Eso es lo que pasa cuando te sales del suburbio y te lanzas a chapotear en las entrañas de esta diminuta ciudad descomunal. Te abofetea lo cotidiano. Un viejo tuerto te asusta. No spare change, man. Alguien más allá echa unas monedas en el vaso de cartón, y yo me siento mejor.

96th Street.


Del torrente saltan -saltamos- un grupo de desconocidos; hablamos, reímos. Una española, un austríaco, su hijo políglota; tres señoras, de Barbados, suavidad caribeña que los negros americanos se han perdido de lucir; dominicanos que hablan un excelente inglés y un español de espanto; la hippie diminuta -Manhattan está repleto de hippies, pero nadie se percata de ello, a no ser que venga de un suburbio; un par de cubanos; los niños, mariposas hiperquinéticas.

Después nos vamos, casi con pesar. Fue una buena tarde. El metro se bambolea, cruje, silba, acelera, se detiene, avanza, a un ritmo que no se entiende, pero que funciona. La ciudad nos excreta, escapamos aliviados. El tren, todo parsimonia, es solo para nosotros. Se detiene, minucioso, en estaciones vacías que ni siquiera sabía que existían. La noche cayó, los míos dormitan, el tren los arrulla. 

La voz metálica nos mobiliza, fin del viaje. Regresamos al suburbio, abrazamos la tranquilidad de las calles oscuras. Allá, sobre el agua helada, en el borde más lejano, Manhattan es un espectro insomne e hiperiluminado. Acá, la casa huele a tibio.

6 comentarios:

  1. Hermosa crónica. Ya me dieron ganas de zumbarme para allá y de zamparme una pizza...

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  2. Muy, muy bueno. Me gustó mucho. Con el debido respeto:

    Fe de errata: "La voz metálica nos mobiliza, fin del viaje. Regresamos al suburbio, abrazamos la tranquilidad de las calles oscuras". Tonces tú cambias y pones: "La voz metálica nos moviliza...." y ya :-P

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  3. Como dicen los chilenos: Concha tu madre...ahora tengo que ir a Manhanttan!
    Simplemente wow.

    Saludos

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