martes, 9 de febrero de 2016

Like you do




Voy manejando.

Día -¿eso blancogris es el día?- nevando, viento. Frío, mucho frío. No recuerdo adonde iba. Ni siquiera sé a derechas que día fue. Uno de la semana pasada. Y ni siquiera es importante.

Lo importante es lo que escucho, uno de mis ostinatos preferidos.

Doy una voltereta.

Caigo sentado en la orilla de mi camastro.

El cielo detrás de la ventana es azul, blanquecino, cianótico, sofocado por el mediodía espantoso que resblandece el chapapote de las calles y calcina las azoteas erizadas de maltrechas antenas, que se extienden, se confunden, me confundían, me hacían creer hasta no hace tanto -¿qué tanto son unos años en la vida de un adolescente?- que podía viajar a saltos, de azotea en azotea, hasta el Capitolio, aquel espejismo que tiembla tras el sopor de La Habana evaporada; atravesar la ciudad, un trozo de ciudad en realidad, que se antoja enorme pero que es solo un apiñamiento de barrios alrededor de una bahía bella y hedionda.

A saltos, pensaba, que se pudiera escapar de este núcleo urbano, repleto de cemento carcomido, acribillado por gritos de demasiados vecinos y ladridos de perros neuróticos. Del Capitolio a la mar hay un saltico; llegar al agua, dejarme llevar, llegar, conocer que coño era la dobliu no se qué, que debe ser glamorosa, inmensa, un edificio moderno, con clase, tecnología de primera, cosa maravillosa que burla el criminal bloqueo imperialista, a los heróicos guardafronteras, a los insomnes censores, que se infiltra en el tosco y poderoso radio VEF, trayendo consigo al agente Peter Frampton, pam... pam... pam... pam... pampampám. Do you feel like we do?, Do you feel like I do?, pregunta, pregunta; yo no respondo; ni siquiera estoy seguro de lo que dice.

Palmeo mis muslos, flacos, retintos de sol, los ojos enredados en los cables de las antenas, do you feel, ataviado con mi short rojo, con un ribete blanco que se deshilacha, luciendo mi osamenta, sin camisa, sin calor, like we do, atemperado, ciento veinte libras de sano hueso, pampampám.

Doy una voltereta.

El auto frente a mí frena, toma una izquierda, sin avisar la maniobra.

Se atraviesa. Se detiene. Mecagoensumadre, Do you feel like I do? La nieve no ayuda. Los tontos no ayudan. No son suicidas. Homicidas, si acaso. Hideputas de seguro. No se puede frenar. “Hijo, ni en la nieve, ni en la autopista, ni en las curvas se frena”, escucho otra vez el sermón cantarino del hombrecillo que maneja como un iluminado y me inicia en los secretos de la carretera, “muchos años manejando trailers en la montaña, mi´jo, a huevo”. Reduzco a tercera, a segunda, paso por la derecha, tan cerca que pudiera tocar el carro del idiota. La nieve fangosa crepita allá abajo. El auto que me sigue se espanta, vocifera la bocina, frena, se ladea. Baja el vidrio, Fuck you, moron; No, fuck you, replica el idiota. Do you feel like we do?, pampampám.

Doy una voltereta.

Es la versión larga. Jam, brother. Como quince minutos, asere. Como si Frampton no quisiera que se acabara nunca. Como la obertura de Guillermo Tell; el de Rossini, no el de Carlos Varela. Que regresa, una y otra vez, al grand finale, un minuto entero de volteretas da Rossini, que tampoco quiere que se acabe su obra maestra. Cosas de clásicos, bro; jam, o escriben un minuto de música que dura una eternidad.

Pampampám. La gente grita, aplaude, ovaciona. Enciendo un Popular. El humo azul escapa por la ventana, se mezcla con el aire ardiente de allá afuera. Un salivazo de nieve empapa el vidrio y desaparece arrastrado por el limpiaparabrisas. Le bajo el volumen al VEF, Classic Vinyl en Sirius XM. Me recuesto en la cama. Tomo un libro. La dobliu nos penetra ahora con ágiles comerciales, en inglés, que no entiendo. Cambio a CoffeeHouse. El eco de Peter Frampton se me arremolina tras la frente. Pampampám. Cierro el libro y miro al techo. Me bajo de carro.

Y decido que voy a escribir. About how do I, Peter, feel like you do.


No hay comentarios:

Publicar un comentario