En esa ocasión, fui, debo reconocerlo, siguiendo a una vecina por la que me babeaba, que iba al desfile a su vez por razones de su militancia, y a la que no le disgustaba mi babeo, uniendo todos, de esa manera, lo útil con lo agradable. Lo más memorable de ese día de flirteos proletarios fue que cada cierta distancia había unas personas que repartían, de gratis, pequeños tetrapacks de jugo de tamarindo, frío, muy frío; y ya se sabe que gratis, de tamarindo, y frío, en un mediodía habanero, vamos, insuperable.
La segunda ocasión en que fui a un desfile del Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución, al año siguiente, todo estaba igual, excepto que no estaba la vecina -que me había dejado de hacer caso- y ya no hubo jugo de tamarindo.
Las otras decenas de veces que, teniendo la oportunidad, no asistí al desfile, no lo hice por razones contestatarias, ni porque tuviera conciencia de que la CTC es un testaferro para-gubernamental que no sirve para nada, ni porque fuera el que soy hoy: no iba porque no me gustan las moloteras, ni el calor, y porque la idea de caminar como un sanaco para beneplácito de unos tipos allá arriba en una tribuna no tenía ningún atractivo para mi ego iconoclasta.
Es posible que en este primero de Mayo que acaban de celebrar, y en muchos más desde aquel entonces en que yo estuve en la plaza, haya habido tipos como yo, con intenciones parecidas, desbocado tras unas buenas nalgas, disfrutando las gratuidades e ignorando a gritones y tribunas: unas decenas, quizás. Otros, puede que hayan sido acarreados por los que los vigilan en cuadras (de las de personas, no de las bestias) y centro de trabajos. El resto, puede que haya estado allí porque simplemente cree en lo que hace.
De una forma u otra, esas personas que desfilan son las mismas de hace quince, veinte o treinta años. O cuarenta. No han cambiado un ápice sus temores, ni sus motivos, que son hereditarios. No han evolucionado entonces: son la misma masa gris de la que se nutría, y nutre, la torpe mole que han criado los ancianos en el poder.
Lo sé bien, porque yo estuve allí: yo fui parte de esa cosa. Pero, para mi suerte, yo sí evolucioné: cambié de color, me mueven otros propósitos, y me estremecen otros miedos: los veo a ellos ahora, a los que yo fui, con la compasión del visitante en el zoológico.
Quisiera que fueran diferentes, que pensaran de otra manera, que dijeran “no voy a eso del primero de mayo porque eso es una mierda”; pero no lo hacen y los critico entonces, a esos tristes desfilantes, y lo hago sin pena: al cabo, ¿por qué sentiría yo pena?
Yo no me gané el derecho a opinar, sobre este asunto, o sobre cualquier otro: resulta que me corresponde ese derecho, y lo disfruto a plenitud. Por otra parte, que yo haya sido uno de esos cubanos que desfiló en la plaza, o uno de estos que emigró, no me invalida en lo absoluto para dar esa opinión: para decirle a los que desfilan que están jodidos, que van mal; que si no evolucionan, que si no cambian su forma de pensar, el gobierno no cambia, Cuba no cambia, y que su vida tampoco cambiará. Y que yo lo sé porque ahora mi pensamiento es diferente, porque también lo es mi vida, y porque nos va mejor, a mi familia y a mí, mejor que a cualquiera de los que allí desfilaron el Primero de Mayo, y que a buena parte de los de la tribuna.
Evolucionen, entonces, les diría, porque evolucionar implica saber que los sindicatos cubanos no merecen respeto. Que, en realidad, son organizaciones gubernamentales fomentadas para controlar y someter a los trabajadores. Que nunca han resuelto un problema de fondo. Que, al contrario, permitieron que despidieran a centenares de miles de trabajadores, y que siguen permitiendo que le paguen un salario de miseria al resto.
Que es una vergüenza entonces que los cubanos vayan allí a ese lugar a escuchar al monigote de turno decir que “La clase obrera cubana tiene contundentes razones y argumentos para festejar unida el día de los trabajadores”; que eso da vergüenza, que da pena, que con ello están perpetuando el pacto de sumisión que tienen con el desgobierno cubano; que le pregunten a ese pobre hombre que los arenga cuáles son esas razones y esos argumentos que sugiere, que lo reten a mencionarlas, que lo reto a enumerarlas.
Que si entonces ese sindicalero de poca monta -que no hay muchos Lech Walesa en este mundo- esgrimiera un solo argumento, ¡uno solo!, que fuera creíble, contundente, convincente; si me mostrara una sola buena razón para festejar el primero de Mayo, en esa desangelada plaza, ante las momias y sus invitados de mármol, entonces el próximo año yo iría a desfilar allá, en La Habana, aunque ya Fidel no camine, aunque mi vecina ya sólo sea un buena amiga, y aunque tenga que tomar agua tibia en lugar de un frío, muy frío, jugo de tamarindo, en un mierdero mediodía habanero.
Tal vez unas buenas nalgas sean la única justificación para ir a uno de esos desfiles :-)
ResponderEliminarEl cachondeo, Tere, que nos ha traido hasta el siglo XXI...
ResponderEliminarEl cachondeo, Tere, que nos ha traido hasta el siglo XXI...
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