“Yo quería escribir la canción más bonita del mundo…”
Sabina
Usted escribe “doy un paso”, y no hay manera de desandar. Nada de borrar: cada letra, cada vacío, es terminal. Usted tiene una sola oportunidad para escribir sus palabras, con el mejor tino y ortografía, y si olvidó un acento, o si su idea no funciona, pues ya no hay remedio.
Las ideas tienen esa perniciosa persistencia: a veces, simplemente, no funcionan, pero ahí se quedan, en alguna página de su vida, jodiendo, recordándole que Usted es alguien que puede tener muy malas ideas; no te andes quejando, le dicen, asume las consecuencias, machacan burlonas.
Como si no bastara con esa irreversible linealidad, la mayoría de las palabras que se inscriben en nuestra vida ni siquiera nos pertenecen; de hecho, nos están vedadas, otros las escriben por Usted y por mí y -se pone aun peor el asunto- nada podemos hacer para impedirlo: “Nacimiento”, por ejemplo. “Pedrada”, que le dejó una cicatriz en la cabeza. “La mujer”, de la que se enamoró. “El drogadicto”, que embiste tu carro y asesina a tu familia. Aquí amé, aquí casi odié, aquí me sequé las lágrimas, es todo lo que le está permitido añadir a la historia ya escrita, si es que le quedan deseos de hacerlo.
En mis relecturas, encuentro párrafos que borraría completos; marcarlos, borrarlos, la maravilla que sería rescribirlos, a veces sueño con eso: cambiar la cara triste de la muchacha de la que me burlé, por ejemplo, la expresión severa de mis amigos, “Estás de pinga, compadre”; eso anda por la página dieciséis o diecisiete. No escribí su nombre, el de la muchacha, pero se inscribió con trazo firme la sonrisa feliz, primero, y su tristeza a renglón seguido; yo escribí la idiotez, ella escribió el resto. Es lo que digo: nuestras páginas están abiertas a otros, y no hay nada que se pueda hacer para evitar que te dejen una nota, en mayúsculas.
Usted escribe el grito, otros escriben el llanto; Usted aporta la indiferencia, otros se encargan del remordimiento; una tarde tú jalas, torpe, el cordón que le ceñía la cintura del vestido de flores, lo haces crujir del tirón; ella te deja la mirada de decepción, no es así como se hace, aparece entre paréntesis, o quizás al pie de la página, para que lo encuentres con facilidad, y te sirva más tarde, no es así como se hace.
Hay otras frases, terribles por definitivas. Son del carajo. Me voy, por ejemplo; me voy a mi casa, me voy con otra mujer, me voy que ya no puedo, me voy acostumbrando, me voy de aquí; me voy, mamá: dile a mis niñas que me fui. Me voy pa la pinga de aquí. Me voy, que es de las que uno escribe, junto con para siempre. Las frases definitivas, decía, son del carajo. Difíciles de escribir.
O familia, que también es definitiva pero que, además, es de las que se escriben solas; los adjetivos, pues vienen incluidos, y Usted sólo adiciona uno que otro, pero, de nuevo, no puede borrar nada. O los hijos, igualmente, amorosamente anotados; sus adjetivos, no importan. O escriba “amigo”: tenga suerte, que sea para siempre. O no, y disfrute entonces de una de esas escasas oportunidades de poder eliminar un eventual error. Arrancar la página, pues, que duele.
Pero eso no es frecuente, que Usted pueda quitarle algo a su escrito. Paradoja de mierda, ¿verdad?, que algo que es suyo no le pertenezca; ni siquiera lo controla. Usted sólo traza algo hoy, acota otra cosa mañana, pasa la página; en algún momento recapitula, dice, cojones, si pudiera hacerlo de nuevo, backspace, backspace, backspace, delete, delete, delete, todo de nuevo, ¡qué bien lo hiciera!; al menos, qué diferente lo haría.
Eso es lo que Usted cree, que va a escribir mejor porque va a escribir otra cosa; porque escribiría con primorosa letra Me quedo; porque le diría a la muchacha, hola, cómo estás; le devolvería la sonrisa, reirían de algo sin importancia e irían a masturbarse a la sombra de unos marpacíficos; “Usted es el mejor”, dirían los amigos, risa obscena, noche llena de alegrías, quizás; la noche hubiera sido mejor, quizás, otra en fin; quizás ni la recordaría. O la tarde; nada de jalones: tomarla por la mano, ven, levantarle el vestido, sentarla a horcajadas, olvídese de cordones y nudos, así, aferrarse a sus nalgas, hasta atrás, así, así es como se hace.
Nos urge entonces aprender a escribir, a ciegas, con este rústico teclado que nos toca. El tiempo se acaba. No funciona casi nada, ni F1, ni Escape, y Read-only va siendo el único modo disponible.
Nos urge entonces aprender a escribir de una vez, antes que el relato termine, antes que escriban por ti la última palabra del último renglón, y ya a nadie le interese leerlo.
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