jueves, 10 de abril de 2014

Extensa revelación sobre lo que llaman el problema de Cuba, los cubanos, y todo lo demás...

De repente, a la luz de lo que se lee, ve, y escucha sobre Cuba y su escaso acontecer, es perfectamente entendible por qué los "expertos" de los servicios de inteligencia de EEUU no dan pie con bola.

O por qué hay numerosos análisis, opiniones y artículos que se escriben de un lado, de otro, o sobre la cerca, y todos parecen estar dando vueltas en el mismo lugar. Vueltas en las que se especula, rechaza, apoya, pero de las que, sobre todo, rezuma la exasperación.

Y es que algo se nos escapa, a pesar de que está ahí, a la vista, para quién quiera verlo.

Es más, siempre ha estado; en todos, en todas partes, en los que nos fuimos, en los que no se han ido, en los dictadores, en sus vasallos, en sus ejecutores. Está en el aire, se puede oler, y es el argumento del discurso, del dogma, de las bravatas y la arenga. Miren otra vez, que ahí está, mirándonos, sonriente, burlón, satisfecho.

Es el miedo, cubanos. El miedo.

El miedo, los miedos, el tremendo miedo, el miedo inculcado y el adquirido, el miedo nacional. Es el miedo de las fábulas, el de dejar el camino por tomar la vereda, o viceversa; el de conocer a un desconocido peor que el que se conoce, el de “Tú no sabes lo que estás diciendo”, el de “Somos felices aquí”.

Es el miedo cerval, primigenio, miedo oscuro, de esos que se contaban alrededor de las hogueras de los largos inviernos, y que allá se cuentan en noticieros y editoriales.

Es un miedo que pasa de generación a generación, en las consignas y los fantasmas. Es el miedo a tener que renunciar a las gratuidades, a tener que pagar cuentas, y tener que trabajar para ello; es el miedo a perder el petróleo de Venezuela, al apagón, a mirar cara a cara el desastre nacional. Es, además, el mismo miedo que hace pensar que es normalidad eso que llaman reformas, esos pataleos de ahogado que son, en realidad, un fast forward desesperado a una nación empantanada en algún lugar del siglo XX.

Es el miedo entonces a ser más pobre aún que esa nación pobre y empobrecida por un gobierno de tiranos ineptos, que sólo atinan a querer esquilmar a todo y todos, sólo para ganar una semana, un año, una extensión de misericordia para su invierno de mierda. Porque ellos, los dictadores, también tienen miedo; un miedo cerval, definitivo, el miedo de los ancianos que se saben muriendo, el de los enfermos terminales a los que sólo les queda el susurro de los aparatos que los mantienen apenas vivos; el miedo helado de los mezquinos, que quieren que el mundo muera con ellos.

Es el miedo también a las palabras, las que convirtieron en miedo. Democracia, por ejemplo. O propiedad privada. O mercado libre. O pluripartidismo. O libertad de expresión. O libertad de prensa.

El cubano de adentro que las escucha probablemente mire al interlocutor con ojos turbios y expresión bovinamente inquisitiva, alerta, confundido, pues esas palabras están en la zona de miedo, no son buenas, no son revolucionarias, eso no es lo que el pueblo revolucionario quiere. Porque el pueblo, cubanos, tiene mucho miedo a quedarse sin amo, no se atreve ni en sueños a morder y destrozar la mano sarmentosa, que le ha dicho que lo alimenta y a la que debe, además, estar agradecido por ello.

Pero es también mi miedo por mi padre, tozudo y anciano, que no quiere emigrar, que a duras penas se las arregla en una sociedad disfuncional, y al que no imagino en otra sociedad, dinámica, pujante, pero cruel, despiadadamente darwiniana, y a la que ya no va a tener tiempo para entender.

Es entonces, en definitiva, el miedo, que es el soporte de la indiferencia y la mansedumbre.

La indiferencia, que hace que los cubanos no piensen que un cambio sea necesario e inevitablemente para mejor. La mansedumbre, para no pensar en lo que da miedo. Es, entonces, el miedo cubano, y los cubanos, castrados por el miedo.

Esa es, guste o no, la triste esencia nuestra, y la herencia de estos más de 50 años de dictadura.

Nuestro problema, entonces, no está ni dentro ni fuera.

Nuestro problema es, simplemente, miedo.

1 comentario:

  1. Ojalá llegue el de decir: "Nos quitaron hasta el miedo". mariace

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