Yo digo que Internet
es como una pradera, con remansos seguros, abrevaderos peligrosos,
depredadores, presas y todo lo demás.
Tenía eso en mente
cuando terminaba de comerme una comida “japonesa” que, por
instrucciones del mando superior, hube de procurar el viernes.
“Rollitos, dale, con salmón, y queso crema, anguila, y hueva de
salmón, dale...” Antojo que ya llevaba dando vueltas unos días y
que el viernes, pues el viernes es para eso, para matar antojos.
Y así fue que al
llegar a la casa en la tarde me encontré una señal divina: un menú
de un nuevo restaurant japonés estaba en nuestro buzón.
El menú estaba
cuidadosamente diseñado, con una imagen agradable, y profusión de
fotos pequeñas pero con muy alta definición, describiendo
apetitosas y curiosas combinaciones con nombres rimbombantes. Fusión
asiática, dice que era. Los precios, pues los normales para esta
comida y Nueva York.
En el menú
aparecían, además, un enlace a un sitio web, un código QR para ir
a ese sitio desde un celular, y anuncios de descuentos si se pedía
la orden online. Qué mejor para un viernes en la tarde noche que
pedir por Internet comida “japonesa”, y que te la traigan a tu
casa, nos dijimos.
El sitio web, pues a
la altura del menú. Agradable, funcional, rápido, montón de
opciones e información, fácil de ordenar. Mejor aun, las opciones
de pago eran, o en efectivo, o tarjeta de crédito que se le
presentaría al repartidor, que traería un aparatico de esos
portátiles para leer tarjetas. Ah, tecnología, ah, Internet... Y
ordenamos tres rollos, uno de ellos llevaba inevitablemente la
palabra dragón en su nombre, y un par de sopas impronunciables.
Cuando el teléfono
sonó a los 2 minutos y una muchacha con un escabroso acento
asiático me dijo que “We look in map, you live very far from here,
our guys don´t deliver, wanna come to pick up or what?”, mi
sentido común encendió un par de focos amarillos, hizo sonar una
tenue campana de aviso y me dió una cariñosa palmada en la nuca.
Cancela la orden y llama a los de siempre, decía el mensaje. Pero
uno es uno y la curiosidad mató al gato y, sí, yo voy a buscar la
orden, suspiré, ¿en cuanto tiempo?, “15 minutes...”, y colgó.
“¿Pero vas a ir
hasta allá?”, preguntó dudosa la instigadora de todo este asunto,
y sí, oye, que con un menú y un sitio web como ese y toda esa
profusión de tecnología casera, esa comida debe estar de primera,
´ta bien, dale.
El restaurante
resultó ser el clásico diminuto local de comida “japonesa”,
regentado por chinos. El viaje, pues 15 minutos, en jodido tráfico,
por dos, media hora de jodido tráfico. La sopa, un caldo con sabor a
grasa y albahaca; los rollos, toscos y con poco sabor. Pero mi hijo
se zampó uno casi completo, porque donde haya arroz blanco, alli
está él. Y mi esposa sentenció que a ella le habían gustado.
Y yo pensando que
todos los días sale un bobo a Internet.
A dos ó tres
cuadras de mi casa hay no uno, sino dos restaurantes “japoneses,
donde la comida es excelente. En lo demás, idénticos a ese al que
me llevó media hora ir y regresar, porque sus guys don´t deliver
aquí.
Sigue haciéndole
caso a Internet, me dije resignado después de meter en la bolsa
marrón los restos de mi miserable cena, y sacar del refrigerador un
pote de helado de mango Talenti.
Pero esa, Talenti,
uhmmm, esa es otra historia...
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