lunes, 21 de octubre de 2013

Internet la pérfida

Yo digo que Internet es como una pradera, con remansos seguros, abrevaderos peligrosos, depredadores, presas y todo lo demás.

Tenía eso en mente cuando terminaba de comerme una comida “japonesa” que, por instrucciones del mando superior, hube de procurar el viernes. “Rollitos, dale, con salmón, y queso crema, anguila, y hueva de salmón, dale...” Antojo que ya llevaba dando vueltas unos días y que el viernes, pues el viernes es para eso, para matar antojos.

Y así fue que al llegar a la casa en la tarde me encontré una señal divina: un menú de un nuevo restaurant japonés estaba en nuestro buzón.

El menú estaba cuidadosamente diseñado, con una imagen agradable, y profusión de fotos pequeñas pero con muy alta definición, describiendo apetitosas y curiosas combinaciones con nombres rimbombantes. Fusión asiática, dice que era. Los precios, pues los normales para esta comida y Nueva York.

En el menú aparecían, además, un enlace a un sitio web, un código QR para ir a ese sitio desde un celular, y anuncios de descuentos si se pedía la orden online. Qué mejor para un viernes en la tarde noche que pedir por Internet comida “japonesa”, y que te la traigan a tu casa, nos dijimos.

El sitio web, pues a la altura del menú. Agradable, funcional, rápido, montón de opciones e información, fácil de ordenar. Mejor aun, las opciones de pago eran, o en efectivo, o tarjeta de crédito que se le presentaría al repartidor, que traería un aparatico de esos portátiles para leer tarjetas. Ah, tecnología, ah, Internet... Y ordenamos tres rollos, uno de ellos llevaba inevitablemente la palabra dragón en su nombre, y un par de sopas impronunciables.

Cuando el teléfono sonó a los 2 minutos y una muchacha con un escabroso acento asiático me dijo que “We look in map, you live very far from here, our guys don´t deliver, wanna come to pick up or what?”, mi sentido común encendió un par de focos amarillos, hizo sonar una tenue campana de aviso y me dió una cariñosa palmada en la nuca. Cancela la orden y llama a los de siempre, decía el mensaje. Pero uno es uno y la curiosidad mató al gato y, sí, yo voy a buscar la orden, suspiré, ¿en cuanto tiempo?, “15 minutes...”, y colgó.

¿Pero vas a ir hasta allá?”, preguntó dudosa la instigadora de todo este asunto, y sí, oye, que con un menú y un sitio web como ese y toda esa profusión de tecnología casera, esa comida debe estar de primera, ´ta bien, dale.

El restaurante resultó ser el clásico diminuto local de comida “japonesa”, regentado por chinos. El viaje, pues 15 minutos, en jodido tráfico, por dos, media hora de jodido tráfico. La sopa, un caldo con sabor a grasa y albahaca; los rollos, toscos y con poco sabor. Pero mi hijo se zampó uno casi completo, porque donde haya arroz blanco, alli está él. Y mi esposa sentenció que a ella le habían gustado.

Y yo pensando que todos los días sale un bobo a Internet.

A dos ó tres cuadras de mi casa hay no uno, sino dos restaurantes “japoneses, donde la comida es excelente. En lo demás, idénticos a ese al que me llevó media hora ir y regresar, porque sus guys don´t deliver aquí.

Sigue haciéndole caso a Internet, me dije resignado después de meter en la bolsa marrón los restos de mi miserable cena, y sacar del refrigerador un pote de helado de mango Talenti.

Pero esa, Talenti, uhmmm, esa es otra historia...

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