lunes, 22 de agosto de 2011

Hollando


Es que todos tenemos necesidad de dejar una huella, dice mi amiga Charlene. Y tiene razón. Cada persona quiere crear algo muy suyo: una pintura, un libro o una pirámide. En última instancia, nadie quiere ser olvidado, pero pocos logran perdurar. Si se pregunta por el pintor, escritor o científico más famoso, las respuestas más inmediatas y comunes quizás sean Da Vinci, Shakespeare y Einstein. Si se pregunta por el segundo hombre en volar al espacio, hay que ir a Wikipedia. Y si se pregunta por el arquitecto que diseñó la piramide, pues ni siquiera eso.

Hay otras huellas, que no buscan la eternidad y pueden por tanto parecer efímeras: un graffiti, una foto, una flor que se regala. Y sin embargo algunas perduran, como los dibujos del artista paleolítico que decoró las cuevas de Altamira.

Hace unos cuantos años tuve la oportunidad de compartir con un grupo de personas, estadounidenses, que visitaban la planta de níquel de Moa. En el grupo estaban ingenieros, ya casi ancianos, que habían participado hacía décadas en la construcción y puesta en marcha de la planta. De repente uno de ellos le pidó a un obrero que subiera a una estructura y buscara detrás de una viga, a unos 10 metros del suelo. El obrero subió, tanteó detras de la viga y sacó una tuerca oxidada, cubierta de polvo mineral endurecido por el tiempo. El señor la tomó con manos temblorosas y, apenas conteniendo las lágrimas, explicó: él la había colocado allí hacía 40 años. Esa era su huella.

Yo tengo a mis hijos, algunos artículos de mi otra época, 452 entradas en la Web y un árbol. Y a éste último lo extraño. Es un naranjo que sembré cuando supe que mi hijo venía en camino. Está en la esquina de un parque, en el desierto del norte de México, expuesto a heladas y calores extremos, incongruente en esa tierra de mezquites y correcaminos. Pero sigue creciendo, junto con mi hijo, y un día espero que lo veamos juntos.

Y tengo el blog. Alguna vez dejaré de escribir, pero él ahí se va a quedar, espero, mientras haya Web.

7 comentarios:

  1. Leyendo esto me dieron ganas de sembrar una mata de aguacates catalina en Texas...Vas poder contar con dos arboles sembrados, uno de verdad y otro como inspiracion..

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  2. Oye, Julio, has la prueba, quien quita que se den? Yo sembré también aji cachucha, pero esos se secaron pal cará...

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  3. Pues yo tengo mis helechos, acuarelas mediocres a montones, hijos hasta para regalar y el conuco de Mariana. Una huella discreta, porque yo uso el 4, pero huella al fin.

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  4. Jamás de los jamases, si aún existen es porque mi mamá se ha encargado de guardarlas. No se me ocurriría nunca exponerlas al ojo público. ya hay suficiente egocentrista por ahí pensando que tiene el toque de Midas y que todo lo que produce merece el tiempo de los otros.

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  5. já, linda historia la del ingeniero. Yo aún no planto un árbol, tengo que pensar qué árbol sería extraño acá. Y por supuesto que te lo dedico mi havanero, ya verás.

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  6. Mango, mango!!! Y se agradece la dedicatoria, por supuesto.

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