lunes, 8 de agosto de 2011

El repartidor cojuelo


El arte de hacer que me de la cuenta me ha llevado a un part-time de fines de semana: un servicio de entrega de comida a domicilio. Lo mejor de este tipo de trabajo es que la remuneración es en efectivo y libre de impuestos. Lo más interesante de este tipo de trabajo son las personas.

Encuentro realmente fascinante tocar la puerta de personas desconocidas, en lugares que nunca había estado antes. A mi llamado han acudido muchachas bellas, con cara de terrible abulia, señoras asustadizas, tipos enormes y profusamente tatuados que parecen personajes de lucha libre, un señor hemipléjico que nunca cierra su su puerta, la muchacha amable, el tipo arrogante, el seco, el conversador, el apurado, el que espera en la acera, el que quiere que se toque el cláxon para avisarle de la llegada de la comida, el mezquino, la generosa, las lesbianas de los perros, la tatuada descalza y despeinada y un negro sonriente que parece el genio de la lámpara.

Inevitablemente siento curiosidad por saber porque la muchaha se ve aburrida o cómo se las arregla el señor hemipléjico, que apenas puede manejar su mano izquierda. Pero siento que, si me entero de las historias, el encanto se perdería, no quedaría nada a la imaginación.

De una forma u otra, me siento como el repartidor cojuelo, metiendo la nariz en casas ajenas y con ello ganándome unos pesos, claro que sí.  

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