viernes, 17 de marzo de 2017

Trumpspiracies

Trump insiste en su denuncia de que fue espiado durante la campaña electoral.

Insiste, a pesar de que el Comité de Inteligencia del Senado dice no tener ninguna evidencia al respecto.

Insiste, a pesar de que tampoco hubo evidencia de los tres millones de votantes ilegales.

Y así, nada menos que el presidente de los Estados Unidos de América, cada vez que tiene un arranque de ira porque la realidad no se corresponde con sus deseos, dice lo que le viene a la mente, porque leyó algo en algún libelo de ultraderecha, se lo escuchó a un alucinado radio host conservador o, lo que no es peor sino igual de terrible, alguien se lo susurró al oído.

Cada vez que lo hace, pone en marcha, de manera tan irresponsable que da vergüenza, si no es que miedo, a la poderosa maquinaria del poder legislativo y el Gobierno Federal, como si ello fuera un juguete personal, para que traten otros de comprobar cada infundio y teoría de conspiración, mal usando tiempo, recursos y pericia de legisladores y funcionarios.

Engaña con ello, manipula con sus vacías acusaciones a sus seguidores a los que después, tras cada revés, reune en anacrónicos mítines electorales para nutrirse de nuevo con aplausos y vítores cual vedette venida a menos.

Inevitablemente, recuerda tanto a aquel que usaba a su país y sus ciudadanos para caprichos y compulsiones, grandilocuentes pesadillas de ineficencia, al cosechador en jefe de fracasos; ambos, Trump y él, de esa sub-clase que lleva la marca lívida de los dictadorzuelos intoxicados de poder.   

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