Los demócratas siguen sangrando. Se
flagelan, arañan las paredes, se desangran. Y lo que es peor:
tanto disfrutan el desangramiento que han perdido clase, oportunidad
y, de seguir por ese camino, perderán también
credibilidad.
Donald Trump ganó la presidencia de
los Estados Unidos y eso es, ya se sabe, lamentable, absurdo, pero
sobre todo es irreversible, al menos por cuatro
años. Es entonces momento, ya ha sido momento desde
hace un par de meses, de detener los plañidos,
dejar a un lado las pataletas, y reinventarse con urgencia pues, lo
que estaba inventado, obviamente, ya no funciona.
Los demócratas perdieron. La Era
Clinton terminó. Y, al decir anglo, deal
with it.
Me parece de muy poco oficio y
raciocinio lo que ha estado sucediendo, esa
absurda insistencia en atacar a Trump a sabiendas de que nada va a
cambiar por ello. Curiosamente, lo mismo le
hicieron a Obama, y el único resultado fue mostrar a los
republicanos, en particular a los antiobamistas, en la peor luz
-sombra, debiera escribir- posible: la de la intransigencia, el
atrincheramiento partidista y el fanatismo ridículo.
Hay que detener esa
tendencia. Hay que deshacerse de esas actitud de mal perdedor. Hay
que dejar de leer el Huffington Post, que ya es tan libelo como
Breitbart News o RT. Tampoco vale la pena que los
presentadores de los sempiternos “late night shows” se desgasten
noche tras noche tratando de encontrar frases ingeniosas para
ridiculizar a Trump y sus circunstancias. Vamos, ni siquiera hay
mérito en ello; Trump, y no pierde oportunidad para confirmarlo, ¡es
tan fácil de criticar!
Su falta de planes para sus ideas -y
viceversa-; su discurso, tan básico, tan de
adjetivos, donde todo es tan “terrific,
tremendous, magnificent” que tal parecen instrucciones para decorar
con más dorados, brillos y luces su entorno a la
Liberace; su falta de medida y astucia, su calidad de
advenedizo que se solaza en su boconería, colegial presto a
enzarzarse en escaramuzas verbales a la menor provocación, venga de
una actriz militante, un comediante mordaz, o un jefe de Estado; el
soberbio que no admite crítica ni oposición; el autoritario que
llama a cerrar espacios de prensa; el marrullero que se niega a
mostrar sus impuestos; el ignorante que, a falta de soluciones,
anuncia demoliciones.
Ese hombre es el
presidente que viene, que ya está aquí.
Controlar ese ego inflamado,
narcisista, y tan poco “presidencial”, es un reto enorme para el
equipo de trabajo de Trump y yo espero, por el bien de todos, que sus
asesores tengan éxito al menos moderado en ese empeño. Cerrar su
cuenta de Twitter sería un magnífico comienzo, por ejemplo.
Pero, en todo caso, nada de eso es
tarea de los demócratas.
Los demócratas ahora son oposición.
Tienen que mirarse en el espejo con luz
abundante y ojo crítico. Perdieron el poder porque perdieron el
rumbo, porque su discurso fue autocomplaciente, porque se
concentraron en las diferencias y no en lo común, porque su
candidata era pésima; porque el poder -que, ya se sabe, corrompe-
encandila, aturde y embota el filo.
Y deben hacer todo ello sin
quitar el dedo del renglón. Ahora menos que nunca.
Trump necesita oposición,
chequeo, contrapeso en serio en el pugilato político, y no brete ni
ataques más amarillistas que sustanciosos. Se requiere a la prensa
más que nunca -más objetiva y minuciosa que nunca, puntualizo. Hay
demanda por senadores y representantes menos de su partido y más de
su profesión. La sociedad, en estado de alerta, y no divertida con
el showman que es Trump; los norteamericanos, enterados de que a los
Estados Unidos desde ya les urge un Presidente, con dignidad, mérito
y mayúscula.
No solo el Partido Demócrata y
sus afiliados tienen por delante ese camino cuesta arriba; también
lo tienen los Republicanos con el raciocinio suficiente para ver en
qué ha terminado la institución presidencial en nombre de su
partido.
Y, en última instancia, lo
tenemos todos los ciudadanos de los Estados Unidos, que estamos a la
merced de un payaso narcisista.
Hay entonces que dejar a un
lado rencor, lamento y grandilocuencia: ya es la hora buena y el
reto, para toda la clase política, para la sociedad norteamericana,
es buscar cómo contener a Trump, y eventualmente encontrar el
remplazo urgente para ese error que, ya a punto de comenzar su
reality show, nos muestra los dientes, amarillos de arrogancia, en la
pantalla de la televisión.
Muy bien Alex, a ver si somos capaces de lograrlo, el mambo esta duro.! Felicidades.
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