Donald Trump ha llegado a ser
el candidato presidencial republicano tan solo por ser bocón y
brutal en sus declaraciones.
Y cada vez que ha dicho algo
que clasifica como racista, grosero, insensible, vengativo,
insensato, o simplemente como políticamente incorrecto, muchos hemos
pensado que esa era la gota que derramaría el vaso. Pero Donald
Trump siempre ha salido a flote. O más bien sus partidarios, a
fuerza de vítores, aplauso y sectarismo visceral, lo han sacado a
flote.
Donald Trump ha llegado a ser
el candidato presidencial republicano entonces no por ser sagaz,
astuto, capaz.
Ha llegado hasta aquí porque
hay quien gusta de la idea de un Presidente bocón y brutal, al que
no quiero imaginar como mandatario resentido, impulsivo, ególatra,
negociando con aliados difíciles, o acariciando con el dedo el botón
nuclear.
El dilema entonces no es elegir
a Trump como Presidente porque Hillary es una opción mediocre, o
porque esta es parte de un clan que -también- manipula y miente. El
problema es que Trump es, indiscutiblemente, un mal mayor, un mal que
no es republicano, que no es nada de lo que dice, que es si acaso
trumpista, y los republicanos de vergüenza y pensamiento lo saben.
El último capítulo de
la torpeza de Donald Trump es el escaso sentido común mostrado en su
conflicto personal con los padres musulmanes del Capitán Humayun
Khan, militar americano caído en Iraq y condecorado post mortem con
la Estrella de Bronze y Corazón Púrpura.
Como si fuera poco, con
manifiesta intención vengativa -y no es la primera vez que tal
inclinación se pone en evidencia-, le ha negado
el apoyo en su reelección a
nada menos que al presidente de la Cámara de
Representantes, Paul Ryan y al Senador John
McCain, dos de las figuras más importantes del
republicanismo.
No sé qué necesitan los
republicanos -y aquí no incluyo a los que apoyan a Trump a capa y
espada, pues ahí no hay nada que hacer- para salirse
de la espiral de bochorno y sensacionalismo en que la veta
histriónica y la incapacidad como político de Donald Trump los ha
lanzado.
Las elecciones de
noviembre serán la última oportunidad para cambiar de canal y dejar
que cancelen ese triste reality show. Pero, desde ya, Donald Trump
“alerta” a sus seguidores de que el proceso electoral “está
amañado”, creando discordia en la mejor usanza de los caudillos y
dictadorzuelos que son, en primer lugar, malos perdedores. Como si no
bastara con la incitación que hiciera a una potencia extranjera a
espiar a un candidato presidencial americano, ahora se erige en
agitador populista.
Si bien Donald Trump no
es responsable por lo peor que haya en la sociedad norteamericana, sí
lo es por sacarlo a flote y usarlo a su conveniencia: xenofobia,
nacionalismo del bobo, odio en lugar de ideología, enemigos en lugar
de adversarios, todo mezclado en aguas muy turbias.
Aguas turbias que, por el
momento, ofuscan el sentido de una buena parte de los americanos,
para la sola ganancia de Donald Trump, un hombre aburrido con un
peinado estrambótico.
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