No estimado, espero que Usted, al
recibo de la presente, tenga la suficiente lucidez para poder leer mi
postal.
Y tarareo:
Y por eso yo soy cubano,
Y me muero siendo cubano
¿Quiere que le diga algo? Yo
soy cubano porque no me queda más remedio, y no por vocación.
Cubano, porque tan solo por
decir “soy mexicano, soy español, soy americano”, no se le
desprende a uno la cubanía, que es costra, piel y entraña.
No importa si se habla ahora el
español con esos ridículos acentos mixtos que no son ni cangrejo ni
pescado, o si los frijoles negros ya no están en la mesa a diario, o
si se repite, una y otra vez, que no sabíamos cómo podíamos vivir
en “aquello”. Uno sigue siendo cubano. Yo sigo siendo cubano.
Pero ya no soy de Cuba.
Y tarareo:
Quiero un sombrero
De
guano, una bandera
Quiero una guayabera
Y un son para bailar
En
realidad, no quiero nada de eso.
No
me asienta llevar nada en la cabeza, gorra, gorro, o sombrero. Mucho
menos de guano. Las guayaberas, pues fueron secuestradas por Ustedes,
por los mismos que ya habían secuestrado el resto del país, y yo no
quisiera parecerme a Ustedes ni por equivocación, así que no
guayaberas para mí.
Pero
no tengo nada en contra de la bandera que, ni siquiera Usted, en su
neurótico mandato, hubiera podido cambiar -la hoz y el martillo
junto a la estrella. El son -que es lo más sublime-, por demás, lo
bailo a medias.
Tampoco
me queda nada de aquellos orgullos implantados, ¿Usted se acuerda?
Claro que sí: “Somos una potencia”, alucinógeno chovinista que
Usted nos inyectó, nos inyectában, nos inyectábamos, en la vena
nacional.
Potencia
médica, potencia deportiva, potencia educacional. Los tres pilares
básicos con los que Usted apuntaló a su fantasma.
Que
eran cuatro los pilares, yo lo recuerdo, porque Usted, en su delirio,
llegó a pensar que había exterminado a las putas, que el Hombre
Nuevo era asexual, que Usted les taponearía el medio para su no
remedio. Pero no hay quién se deshaga de las putas, ¿sabe?, así
que estas regresaron, y de qué manera; se le insertaron en la
economía, señor. Cuba te Espera, las piernas abiertas, cooperando
con la recaudación de divisas, señor, con esa Cubita de tanta puta
y tan menguada industria.
Así
que le quedaron solo tres pilares. Construidos con recursos ajenos,
tres pilares de naipes, tres pilares que necesitaban mucho más que
discursos para mantenerse en pie y que, a falta de soviéticos y
venezolanos que los sostuvieran, terminaron por desplomarse sobre las
cabezas de los cubanos, azorados por el descalabro de su potencia de
papel maché.
Y
con el derrumbe también se fue abajo la fachada de isla promesa, la
bonita, la trinchera, apenas rubí, cinco franjas, una estrella,
dejando al descubierto uno de los países menos exitosos del Tercer
Mundo, finca estéril, faro fundido de América toda.
Dejándolo
al descubierto a Usted, el peor cubano.
Y
tarareo:
Mi sombrero y mi tambor
Y mi
linda guayabera
Son las cosas que yo tengo
Pa gozar la noche
entera
En el
cancionero cubano abundan las loas a nosotros mismos.
Desde los
montunos más simples, que invitan a bailar con la morena, en
carnaval, la noche entera, en guayabera, hasta las guarachas más
ramplonas que corean “¡Acere, qué volá!”, como si tal cosa
fuera distinción y gracia. Eso, aun antes de la puñalada mortal que
le asestara el regetón a la cultura nacional.
Eso, que es
más o menos lo que nos ha ido quedando después que los pilares de
utilería, que Usted erigiera, desaparecieran tragados por la
realidad.
En lo personal, nunca fui de
gozar noche entera con tambor, ni sombrero, ni guayabera. Con
morenas, sí. Como cubano urbano, capitalino, mi idea de una buena
diversión era irme a un club nocturno a beber ron aguado, con una
muchacha, manosear, ser manoseado y, con suerte, terminar la noche en
una posada.
O quedarme en casa,
escuchando un juego de pelota. De Los
Industriales que fueron,
son, un termómetro de
mi desapego.
A finales de los ochenta,
principios de los noventa, yo devoraba los juegos de los
Industriales. Me sulfuraba con los comentarios despreciativos de los
difuntos Hector Rodríguez y Eddy Martin (gente suya, señor), y me
extasiaba con los comentarios parcializados de Armando Fernández
Lima y Ángel Miguel Rodríguez, los más talentosos e
industrialistas comentaristas que hayan existido en la radio cubana.
Después, también los
Industriales se disolvieron en la grisura, y ya yo me iba de Cuba.
Nunca más me ha interesado ese equipo, si bien de alguna manera sigo
siendo industrialista ochentero.
Y Usted, ¿está viendo las Olimpíadas?
Han sido una revelación, ¿sabe?; me encuentro con que tampoco me interesa lo que hagan los deportistas cubanos (que no es mucho, la verdad), y con ello creo que he llegado a un limbo de no alineación y desarraigo envidiables: ni siquiera me preocupa quién gane; solo veo -si acaso- la competencia, lo cual es por demás muy congruente con lo que hago al respecto del proceso cubano, ese forcejeo en el cual hay un par de jugadores talentosos, un resto de mediocres, y un resultado que, sea cual sea, no va a cambiar la vida de los espectadores.
Y Usted, fuera del juego.
Y tarareo:
Cuba, que linda es Cuba
Lo que sucede es que Usted nunca ha caminado por mi barrio, allá en Santos Suárez, y obviamente ya no lo hará, así que le describo la situación brevemente:
Hay tanta mierda de perro en lo que queda de acera que, más que caminar, se salta. Lo que fueron jardines ahora son matorrales; lo que fueron casas ahora son amasijos de rejas oxidadas, portales cerrados con toscos muros de bloques para hacerle lugar a hijos que crecen, o parientes que llegan.
Cuba ya no es linda, señor, sino depósito de ese legado, tan suyo, por el que será mal recordado: por los escombros, por la nación deshecha, por la mierda de perro que flota en el aire de mi ciudad.
Y tarareo
Que lo pases con sana alegría.
No es para tanto. Pero así reza la felicitación, aunque no sea de felicitación mi deseo.
Mi deseo es que Usted, a sus noventa años, tenga lucidez suficiente para observar en qué se ha convertido ese país en el cual Usted va a morir. Usted, que sí usa sombreros de guano que tampoco le quedan bien; que ya no viste guayaberas, y que, definitivamente, ni puede bailar el son ni cabalgar una morena.
Usted, que, en cumpleaños o en cualquier otro día, no merece una bandera que ondee en su nombre.
Hasta la próxima entonces, se despide,
Un no-admirador.