Leo, leo, y leo opiniones que tienen que ver con que Cuba -La Habana, para ser más preciso- está de moda, y que la moda, esa dama vaporosa, prescindible y rentable, está, entre otros, atrayendo a productoras del norte revuelto y brutal para filmar fragmentos de series o películas usando el escenario, hasta ahora prohibido, ahora exótico, de mi ciudad carcomida.
Se ha escrito mucho al respecto, y se va a escribir más, mientras dure la racha. Pero junto con el simple asombro ante lo inusual, se leen también palabros como “dignidad nacional”, “valores culturales”, “rescate”, “moral” e incluso “ignominia”.
La señora Graciela Pogolotti, por ejemplo, escribió algo al respecto de la indignidad que implica la filmación de películas jolivudenses, o de que venga Chanel a la tierra del olvido, y que por ello se interrumpan las rutinas físicas y morales de los atareados cubanos que construyen el socialismo. Dice la señora:
“(...) irrumpe de manera violenta en el vivir habanero”
“Perturbó las comunicaciones en las áreas centrales, afectó a estudiantes y trabajadores.”
“Añadió tensiones al difícil vivir cotidiano, impuso prohibiciones inaceptables a los pobladores de algunas zonas”
“(...) las muchachas portaban un brevísimo vestuario hecho con la bandera nacional”
No termina uno por enterarse si la doctora está describiendo la llegada de un ciclón, el arribo al poder de los comunistas, o una crónica social de una noche de putas.
Pero lo cierto es que el mundo exterior se ha comenzado a colar por las hendijas que ha abierto el Presidente Obama; y esa luz, de neón y plató, asusta-deslumbra-desconcierta, al parecer, no tanto a los ciudadanos como a los guardianes de las ruinas.
La mole malicienta del castrismo se ha movido unos milímetros y la costra que la cubre comienza a resquebrajarse. El crujido, o el hedor, hace que algunos reaccionen como la señora Pogolotti, y desaten un postrero revuelo nacional-ideológico-fundamentalista de somos-felices-aquí-yankees-go-home-no-los-queremos-no-los-necesitamos, sin detenerse a pensar que es el mundo del siglo XXI el que llega por fin, que todo pasa, y que esa fiebre de temporada también cederá.
Al cabo, eso es lo que hace Hollywood: busca escenarios exóticos para el recalentado de sus guiones, para insuflarle “frescura” a ideas que parecen agotadas. Así, Moscú fue escenario de “Duro de Matar”, la mafia rusa y chechena ocupa el lugar de los tradicionales italianos, y los terroristas de cualquier tipo han sustituido a nazis, agentes de la KGB y la Stasi.
Cuba-La Habana es entonces solo otro escenario emergente, para tranquilidad de la señora Pogolotti y otros escribas menores.
Y así será por un tiempo; al menos, mientras el ambiente surrealista de La Habana bipolar, con el imbatible Malecón y la Habana Vieja -tan nueva- por un lado, y el resto de la ciudad boqueando de miseria por el otro, siga resultando novedoso para los consumidores -y los costos se mantengan bajos y atractivos-; veremos más capítulos, más peliculas, más celebridades paseándose en “almendrones” y tomándose fotos en sombríos zaguanes destruidos.
Se me ocurre entonces que es buena idea, ahora que el periodismo alternativo cubano también está de moda que, en lugar de escribir textos barrocos e ininteligibles, de andar construyendo comparaciones ociosas entre los “valores” de las megaproducciones jolivudenses y las esporádicas, repetitivas y deprimentes peliculas cubanas, se me ocurre, decía, que, por ejemplo, se pudiera indagar en las rutas de la negociación de esas filmaciones, en quiénes son los funcionarios que deciden que venga Chanel, Vin Diesel, que haya carreras de lanchas rápidas entre La Florida y La Habana, o que se convoquen a los almendrones a desfilar.
O mejor aun, show me the money:
¿Cuánto se está pagando por esos derechos de filmación, a qué cuenta se va ese dinero, quién lo administra, en qué se va a usar?
Porque no hay nada malo en hacer negocios; en que La Habana o la isla en peso se convierta en otro estudio para la mega industria del entretenimiento estadounidense -posiblemente haya más dinero ahí que en la asmática zona libre del Mariel-; pero toda vez que la Patria es de todos, que el pueblo es el dueño de los medios de producción -marxistas, no de Hollywood-, que el socialismo es cosa social, que hay que rendir cuentas, y toda esa monserga tradicional, le toca el turno a la información.
Una dosis de sana transparencia, una mirada fiscalizadora en los quién, cómo y cuánto, le vendría como anillo al dedo al desmantelamiento del secretismo oficial
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