martes, 3 de mayo de 2016

Pasarela o muerte, venceremos

Allende en los 80 -y me atrevo a afirmar que desde finales de los 70- circularon en la Habana unos posters de Havana Club en los que aparecía una de esas trigueñas que por allá en la isla se dan; mujer bella, en bikini, sarong o tumbona, era sin dudas una modelo criolla digna de admirarse.

Hay que mencionar que la dama aquella, despampanante, incitaba a emborracharse con ron peleón Havana Club Silver Dry incluso a un tipo medio abstemio como yo, tan solo por la ilusión de haber compartido algo.

Entonces, un día, habló la difunta Vilma Espín -no es espiritismo: estaba viva todavía en esa ocasión-, esa señora que por razones de fuerza mayor se perdió la oportunidad de ser primera dama oficial y ya no suplente; explicó, en pleno espíritu FMCiano feminista-pacato-izquierdoso-moralino, que el uso de la imagen femenina para esos menesteres era denigrante para la mujer cubana.

No creo que la señora Espín haya sido experta en mercadotecnia, pero al parecer su idea de vender ron cubano en paraíso socialista-tropical no pasaba de un vaso con ron y hielo, sudado bajo una palma, un rubí, cinco franjas y una estrella.

Nada de mujeres voluptuosas para consumo de extranjeros capitalistas, explotadores y lascivos; esas, se sabe, estaban reservadas para esposas y amantes de los labriegos-generales de su revolución.

Quizás por esa razón pasó un buen tiempo antes que las mujeres cubanas regresaran a los posters comerciales -pueden comprobarlo si tienen interés y tiempo. Mientras, la ciudad se inundaba de putas, pero esa es otra historia.

En fin, que yo tenía uno de esos afiches en una de las paredes de mi habitación del internado allá en la universidad. Aquella dama, testigo involuntario de mis días y noches, despertaba el interés de mis visitantes, y con ello reafirmaba que era buena idea su inclusión en el poster.

Además, creo que fue la primera vez que sentí algo parecido a la disensión -sería una exageración decir disidencia- al tener en mi habitación algo que le desagradaba a uno de los mandarines -mandarina no es el femenino de mandarín- de la involución cubana. 

Me pregunto qué pensaría ahora la señora Espín al ver a Lagerfeld y su tropa de bulímicas campeando el Prado. “Esas no son cubanas...”, quizás diría, sin son ni tono, con desdén y combatividad, aleccionando otra vez a esta Cuba de estos meses, que barre hacia un costado sus escombros para abrirle camino a fatuidades oportunistas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario