Donald Trump está ganando el favor de una buena parte del electorado republicano; un 40%, por lo que se observa en las votaciones. Lo está ganando por la misma razón que Bernie Sanders se ha convertido en un adversario de consideración para Hillary Clinton:
Tanto Trump como Bernie son diferentes al resto de los políticos que se lanzaron en esta ocasión a la carrera presidencial. Su discurso es otro, su estrategia es más efectiva. O, como gustan decir de sí mismos, no son parte del establishment.
Hace unos meses Sanders ni pintaba ni daba color. Era solo un señor de avanzada edad, flamante senador independiente, por Vermont, con escasa presencia en la acción política en Washington. Hoy es la voz de la utopía.
Trump no pasaba de ser un ególatra -aun no pasa- con aspiraciones que resultaban y siguen pareciendo absurdas; al inicio su principal y único reclamo era la ciudadanía del Obama. Hoy ha ampliado su repertorio, y ha devenido en el estandarte del conservadurismo más pedestre.
Si se consideran las características de ambos contendientes, se pudiera pensar que los cubanos nunca votarían por ninguno de ellos. ¿Cómo sería de otra manera, si uno desprecia a los migrantes, y el otro es nada menos que socialista?
Pero la realidad -esa nuestra realidad cubana, tan real como poco maravillosa- es diferente.
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Las fotos nocturnas son abstracciones de la realidad; paradoja óptica, reto, pequeño milagro que revela lo que siempre ha estado ahí y nunca vemos.
Me empeñé en sacarle información a la noche. Salí a la acera, desplegué el trípode, ajusté aberturas, velocidades, secuestré sombras, a las que les tomó treinta segundos pasar del anonimato al asombro.
“Not my bussines, what I wonder what´re you doin´?”. La voz salió de la cabina umbrosa de un auto que se detuvo justo frente a mi casa, a pocos metros de donde yo manipulaba la cámara. “Just taking some photos...”, le respondí, con una sonrisa, a la opaca silueta de una mujer que me observaba -supongo- desde la oscuridad. “Ok...”, respondió con brusquedad, aceleró y desapareció, sin tan siquiera un “Have a good night!”. Gente chismosa, pensé. Pero no era tan simple; nada lo es en una noche en los suburbios. Es cierto que la mujer no se despidió con un “Fuck you and your camara!”, pero algo ya no estaba bien.
“Está sobreexpuesta...”, murmuré, y cerré un poco el obturador. Nada que la post producción no pueda resolver pero, si está bien desde el inicio, mejor. Más elegante. Como si uno la dibujara a mano, a la noche, y no con estos amasijos de electrónica y lentes.
Pasaron algunos autos; alcanzaron a dejar trazos rojos, centellas amarillas, garabatos de luz que atravesaron el aire y terminaron enredados en los arbustos. Tres, cuatro fotos son suficientes; basta por hoy.
“Do you need some help?” Esta vez eran dos figuras, detenidas en la acera, casi en el mismo lugar donde había yo estado hasta hacía unos momentos. Me miraban, atentos, mientras yo desarmaba el esqueleto del trípode junto a la puerta de mi casa; “No, thank you, I´m fine...”, sonreí a los dos muchachos, vestidos en trajes negros y con sombreros alones. Estudiantes de una yeshiva cercana.
“But... what are you doing?” Antes de volver a pensar que algo definitivamente ya no estaba bien, respondí por segunda vez en esa noche que, estoy tomando fotos, algo sorprendido, porque, ¿qué cojones voy a estar haciendo con una cámara fotográfica y un trípode que no sea tomando fotos? Pero yo soy una persona amable. Animal de suburbio.
“But... Why?”, insistió el muchacho. La pregunta acabó por desconcentarme; ya no por la genuina perplejidad que pudiera haber traido -y no había ni una pizca de ello- sino por retórica, por su tono de introducción a algo más importante. Con pesar me percaté de que comenzaba a irritarme; además, se me estaban pasando los deseos de responder preguntas esa noche.
Pero hice un último esfuerzo; me gusta tomar fotos de la noche, le dije.
Y entonces llegó la pregunta que había estado agazapada detrás de todas las demás, desde el momento en que el bulto informe de una mujer, vigilante, detuvo su auto para preguntarme qué hacía yo, tomando fotos a oscuras, en su vecindario -y mio también-, hasta este otro momento, cuando estos dos jóvenes judíos decidieron que yo parecía sospechoso por estar, bajo la luz de un foco blanquecino, desarmando un misterioso aparato.
“Do you live here? Never seen you before...”, dijo finalmente el interrogador, revolviendo con manifiesto aspaviento el teléfono que llevaba en la mano.
Pude haber tomado el incidente a la ligera. Si yo no fuera un latino viviendo en un vecindario de judíos e irlandeses, pudiera haberlo hecho. Pudiera haber sonreido, otra vez, haber comentado algo simple, conciliador. “Hey, good job boys, keep that neighboodhood watch going!”. Algo así hubiera respondido.
Pero, como decía, nada es simple, y esa noche ya yo había perdido los deseos de responder preguntas.
Pude haber tomado el incidente a la ligera. Si yo no fuera un latino viviendo en un vecindario de judíos e irlandeses, pudiera haberlo hecho. Pudiera haber sonreido, otra vez, haber comentado algo simple, conciliador. “Hey, good job boys, keep that neighboodhood watch going!”. Algo así hubiera respondido.
Pero, como decía, nada es simple, y esa noche ya yo había perdido los deseos de responder preguntas.
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Es cierto que Trump es un candidato diferente, pero ninguna de esas diferencias me incluye dentro de su electorado ni me hace su simpatizante; en cualquier caso, todo lo contrario.
La razón es sencilla: Trump me identifica -y nótese que no digo “me discrimina”- como un individuo a observar.
Para su filosofía -es un decir- y la de los indignados que lo siguen, yo y los míos somos gorgojo en el arroz, mosca en la leche, un tizne beige en un fulgurante muro encalado. Trump, tal como lo hiciera una mujer desde su carro, unos muchachos judíos desde la acera justo frente a mi casa, Trump me señala; me señalan, zurcen a mi solapa un emblema de color café con leche. Keep an eye on that guy.
Pero, ¡qué bueno! -me comenta mi esposa-; es el neighboorhood watch, están cuidando el barrio, nos cuidan.
Lo dice, mi esposa, porque quiere, por mi bien, que yo no me lo tome en serio. Que no los tome en serio. A la mujer, a los judíos -lo de Trump ya no tiene remedio-. Vamos, no es racismo, me dice. No es tan grave, insiste, al menos no tanto como la historia que le ha contado un primo, que visitó una discoteca privada en La Habana, donde “...solo dejan entrar extranjeros, blancos con dinero, y putas. Nada de negros. Pa que sepas.”
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Los cubanos blancos, desde nuestro mestizaje ibérico, ibero-africano y caribeño, nos creemos -se creen- blancos; vivimos -viven- en un delirio racial quizá solo comparable a la sicosis de los argentinos, que se sienten europeos varados en Sudamérica. También nos creemos -se creen- que Trump, la mujer, los judíos, los consideran blancos, kosher, parte de America The-Will-be-Great-Again.
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Cubanos, damnificados del socialismo, refugiados en los Estados Unidos, que votan por un precandidato socialista.
Cubanos inmigrados que, con entusiasmo, sin restricciones, dan su apoyo a un showman -yo no puedo llamar a Trump político por razones de decencia- que dice no gustar de los inmigrantes, que promueve el nacionalismo más burdo, y cuya base electoral se compone de blancos indignados y “caucásicos” -tengo que entrecomillar, porque pienso Cáucaso, y vienen a mi mente Chechenos, Armenios, Ingusetios y toda clase de caucásicos que tienen escasamente que ver con el físico de simio albino de Donald Trump-; blancos, decía, que no ven cómo un latino o un negro pueden encajar en el plan maestro de Make America great again; los cubanos, que no son la excepción, por mucho que crean lo contrario.
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La próxima vez que salga a fotografiar la noche pudiera llevar en el cogote una yarmulke. O un sombrero de lepricorn.
Tal vez eso me ponga a salvo de señoras ceñudas y concienzudos estudiantes de yeshiva. Quizás entonces asientan con aprobación, creyendo ver a un buen ciudadano, one of us, que juega con su cámara a la hora que casi todos duermen. No problem there. Una yarmulke, para cambiar de minoría menor, que se cree grande, a una mayor que se piensa inmensa. Un sombrero, para dar buen tono a la piel oscura.
Camuflarme -o no- en la noche del suburbio pero, sépase, no voy a renunciar a hurgar en las sombras.
Tengo, además, que esperar hasta el 8 de Noviembre del corriente para poder, por fin, hacer oficial lo que pienso sobre los candidatos. Voy a ser consecuente, lo digo, me digo de antemano. Voy a tomar una instantánea de mí mismo, latino-hispano-cubano-inmigrante-que-huyó-del-socialismo-y-vive-en-gheto-de-blancos, y dejarla caer en la urna.
Nadie me hará preguntas, aunque voy a ir sin yarmulke ni nada de color verde botella -será de día-; seré solo el ejemplar ciudadano beige ferviente creyente en el poder de los granos de arena, que va a seguir paseando las noches del suburbio.
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“Never seen me before? Well, better get use to it: I live here...”
Y cerré la puerta a mis espaldas.
Muchacho, Teté Comité llegó al suburbio con todo y CVP. Ven para Taos que aquí no llegan... todavía. ¡Gente más metiche, caray! Comparto tu entry...
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