viernes, 7 de junio de 2013

Ajustando la perspectiva

A mediados de los 90, en México, conocí a una mujer que se declaraba sesentera, admiradora de Robertico Robaina, ex-fumadora de marihuana y con debilidad por ciertos productos cubanos. Entre ellos, Silvio Rodríguez.

Ella era una mujer triste.

Su colección de música era sumamente ecléctica, e iba desde Los Folkloristas hasta los Doors, pasando por Pablo, Silvio, Sabina, Serrat y Aute. Tuvimos algunas jam sessions, escuchando a toda esa gente, y a muchos más, de México, Suramérica, de donde quisieran venir. A petición mía excluímos solamente a Aute, que creo que tiene un par de canciones conocidas, y ninguna me gusta, una suerte de Vicente Feliú español diría yo. Pero las sesiones resultaron en que mis gustos por la música trova, tradicional y “alternativa”se ampliaron considerablemente.

Estaba yo por entonces en esa etapa del emigrante donde las cosas que toda mi vida había ignorado, concientemente, en mi país, ahora me resultaban cercanas y hasta queridas. Buena Vista Social Club y toda la música que antes relacionaba a Palmas y Cañas, los frijoles negros, y una banderita cubana colgada en el retrovisor del carro, ahora resultaban imprescindibles en mi día a día.

Así, pasaron años, amigos y yo, por múltiples cafés y antros donde tocaban bandas y trovadores, en vivo, y siempre Silvio, o Pablo, o cualquiera de ellos. México los ha cuidado, y aun los escucha como si fueran los mismos de siempre. Y yo, que sólo miraba hacia adelante, pensaba entonces que eran algo así como un legado impercedero, como la amistad cubano-soviética. Y todo parecía siempre por siempre así, sólo así, y nada más.

Un día en mi oficina una alumna escuchó “El Breve espacio en que no estás” y me dijo que qué bonita esa canción de Mijares. Después un sobrino me dijo que no tenía la menor idea de quién eran los Beegees. Más tarde mis hijas se decantaron por Sabina, Buena Fé y X Alfonso. Y de pronto, en alguna parte, a mi música la comenzaron a llamar “los clásicos de siempre”

Al día siguiente Pablo y Silvio se habían convertido en dos ancianos. Uno, que se arrepiente y flagela por pura decepción; otro, que traicionó a todos los jovenes contestatarios que fuimos, somos y serán, y ahora es un viejo de mierda con una mano tatuada.

Y a mí su música ya no me suena igual, qué terrible. El corazón que parió la Era ya tiene taquicardias, y el breve espacio está ocupado ahora por las ruinas de lo que fue mi Habana.

De todo ese olvido me quedan algunas canciones de Carlos Varela y Frank Delgado. El resto, pues anda por algun rincón del Ipod, por si alguien alguna vez lo quiere escuchar.

Mientras tanto, en el 2013, en Estados Unidos de América, me declaro entonces sesentero, setentero y contemporáneo, admirador de algunas cosas, y ninguna tiene que ver con Robertico Robaina. Nunca he fumado marihuana y tengo debilidad por ciertos productos cubanos. Entre ellos, no está Silvio Rodríguez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario