martes, 27 de mayo de 2014

Mi autor intelectual

Hace un par de días, y otros también, injuriaba, ya más por hábito que por otra cosa, a ese al cual le debo mi prosperidad y mi blog.

Ese hombre al que le debo, además, haber relanzado mi carrera profesional, tener una vida plena, menos carencias para mi familia, haber conocido países y regiones increíbles, y el vinagre balsámico.

Le debo, debo decir, tener acceso ilimitado a Internet, y este asco de teléfono inteligente que me esclaviza con ese acceso constante a noticias, correo, mensajes y aplicaciones que de van de lo útil a lo absurdo.

Gracias a él he conocido con sorpresa que la mierda de perro no tiene que cubrir las aceras; como si fuera poco, aprendí a manejar, y a ser un consumista que ayuda a prosperar la economía, comprando lo que me hace falta, y lo que me gusta.

Le agradezco especialmente esa increíble oportunidad de que mis padres hayan conocido, entre otros, la Sierra Madre, aquella a la que Humphrey Bogart fue a por un tesoro. Y que mi madre, niña de nuevo entre pinos y robles, se lo recordase a quién quisiera escucharla.

Que tipo ese, caramba, que, con metódico argumento, me proporcionó toda la terrible referencia de un país arruinado y en ruinas, para que yo pudiera apreciar como nadie la delicia del inmenso discurso de una calle limpia y una pared pintada.

Debo mostrar, entonces, que he aprendido a ser agradecido.

Debo desearle, junto con el 20% de los cubanos del planeta que viven felizmente fuera de Cuba (no vaya a ser que se nos muera en la víspera), una larga y triste vejez a Fidel Castro.

Amen.

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