viernes, 30 de mayo de 2014

Desecha en menudas facciones

No es tarea corta, ni sencilla, desmontar una nación. No es simple asunto deshacer un intrincado tejido social, fabricado durante generaciones, y convertirlo en lamentables pingajos. No lo es.

Pero se logra.

Quizás la manera más simple y rápida de lograrlo sea un holocausto nuclear; barrer con fuego y muerte y dejar un páramo donde nada vivirá en milenios. Se borra, simplemente.

Pero hay, por supuesto, maneras más largas y complejas de llegar a los desastres. Esas maneras transitan, paradójicamente, a través del pensamiento; pero del pensamiento obtuso, el mesianismo, y las tiranías.

En los lugares donde hubo, y hay, mentes preclaras, si bien pueden ser impotentes para detener una eventual castástrofe nuclear, al menos se han asegurado de mantener a los dictadores lejos del poder. De esa manera, todos los poderes, en particular el ejecutivo, tienen que ser electos periódicamente, y pueden ejercer solamente por un tiempo razonablemente limitado. Leyes que, a la usanza de los telómeros y las Parcas, acotan el poder y la vida política de los hombres.

Pero en los lugares infelices donde se instaló la sinrazón, no hay leyes que valgan: la nación se pudre. Casa grande, abandonada por la buena suerte, se cubre de moho, se llena de fisuras, y la apuntalan con consignas.

El verdadero reto comienza, entonces, al tratar de reconstruir. Pensando diferente, que es la única manera de hacerlo. Es en ese proceso cuando surgen opositores, pocos y valientes, que se enfrentan abiertamente al desastre, y quieren cambiar el status quo. O también aparecen quienes, pactando con la tiranía, juegan a ser contestatarios, y se quedan dando tristes vueltas al poste mental al que los tienen atados.

Pero no sólo la valentía hace que un opositor tenga éxito. Tienen ellos que saber, además, cómo oponerse al unísono, cómo empujar en una sola dirección. Tampoco es tarea simple, porque es tan fácil dividirse y perder el rumbo, que da miedo. Egos, agendas personales, feudos, miserias espirituales y materiales, se arremolinan, y los fragmentos de la sociedad desecha salen despedidos, sin llegar a encontrar su lugar.

Triste Cuba, tristes tiempos, donde las opciones son tan escasas como pobres.

Tal parece entonces que ni adentro, ni afuera, ni en un lado, ni en otro, están ya listos aquellos que, alzando los brazos, pudieran armar, de nuevo, a la quebrada nación cubana.

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