viernes, 23 de mayo de 2014

El problema de la bailarina española

Soy de los que vive en este limbo sabroso, de los que corren desenfrenados por esta maravillosamente infinita pradera digital y disfruta, como si fuera helado de chocolate o crujiente tocino, de la libertad de expresión.

Y, proverbialmente, se sabe que cuando más se aprecia el disfrute de algo, es cuando se carece de ello. O cuando se ha carecido, como en este caso cubano nuestro; mi caso, que aprecio la libertad de expresión tanto como al amanecer, y eso es mucho decir.

Escribo, entonces, como el 99% de los que escriben en la güeb, a título personal, sin que me preocupe quién me pueda leer, sin editores, sin afiliaciones y sin, líbrenme dioses y circunstancias, militancias. Y soy feliz.

Pero estoy condenado, por nacimiento, crianza y pensamiento, a leer sobre la cosa cubana. Y entonces trato de leer esos sitios progubernamentales y paragubernamentales, y es como pasara de la pradera al pantano.

Ya sea en Cubadebate, donde se debate lo malo que es el mundo maloso, o en La Joven Cuba, con una neo-paleo-retórica de comité de base alegre pero (no) profundo, lo asalta a uno la cosa dogmática, la cosa que da vueltas en el mismo lugar, la arenga espesa, untosa, la misma cosa, que se te pega en la cara al tratar de leer.

Debo entonces decir que digo, voltaireanamente, que detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo, pero cuando veo ese banderón de pensamiento en consignas, amarillento y con olor a guardado, desplegado a la entrada de esos sitios, no sé, no puedo entrar.

Aunque adentro pueda estar la más bella bailarina española.

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