El asunto del allanamiento
de la casa de Alfredo Guevara, y el decomiso de las obras de arte
allí encontradas, es un caso clásico de rapiña, de rebatiña, de piñata macabra. Es, también, un
signo de los tiempos.
El poder de
Alfredo Guevara ha muerto con él. Es también un indicio más de que el poder de Fidel Castro, su gran amigo, se va desvaneciendo.
A diferencia de otras
figuras poderosas en Cuba, que, siguiendo las reglas más
elementales de las dinastías, fueron ubicando cuidadosamente a hijos
y nietos en lugares estratégicos de la economía y la política
cubana, los herederos de Alfredo Guevara sólo usaron la inmensa
sombra de este para disfrutar la vida muelle y llevadera del jet set
habanero. Y han pagado el precio.
Con la muerte de Guevara,
sus herederos perdieron prebendas y fortuna, pues no tenían poder.
Bastó el chivatazo de un vecino, según se lee aquí, o quizá,
simplemente, el dinosaurio estaba esperando, en la sombra, y
todo este asunto ya era inevitable desde un principio. No parece que AG
haya sido un hombre que dejara tras de sí un rosario de amistades
tan valiosas como su colección de arte.
Y por qué un funcionario,
cuyo salario debió ser de 500 ó 1000 pesos cubanos, tenía una
preciada colección de arte en Cuba, no es un gran enigma. Regalos,
adulaciones, tráfico de influencias, nada de que asombrarse ahí. Y
hasta donde conozco, el coleccionismo de arte es un fenómeno común
en la élite cubana.
Varía de un caso a otro,
por supuesto, dado por el gusto personal, que no debe ser el mismo el
de un intelectual de la élite blanca, como lo fue AG, el cual, según
Zoe Valdes, invertía mucho tiempo y recursos, mientras estuvo en
Francia, en coleccionar mobiliario clásico y caro, que el gusto de
los campesinos de la Sierra y sus descendientes, con cuadros de
paisajes costumbristas y fotos autobiografiadas de Yuri Romanenko.
Van muriendo entonces los
líderes históricos y, si sus descendientes no han heredado poder,
no heredan nada entonces. Esa es la lección para ellos.
Para nosotros, es lección, a modo de recordatorio, acerca de adonde se van los despojos: las casas
en barrios exclusivos, el arte valioso, el dinero en efectivo, las
propiedades, los contactos y el acceso a las millonarias cuentas
bancarias.
Se van, ya están, en
manos de los buitres, de los herederos.
Y hay que recordar que
nada de eso es de ellos, como no lo fue de sus padres.
Hay que recordar, también, para que se pueda recobrar lo robado, lo acaparado, y cobrar, a los de adentro y a los de
afuera, hasta el último céntimo de la infamia en que chapotearon,
chapotean y que, por el momento, disfrutan.
Eso es lo que viene.
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