En Cuba, hoy, hay comida
por doquier.
Hay, inclusive,
electrodomésticos, aparatos, útiles del hogar, cosas. Eso no
implica que hay todo lo necesario, ni la abundancia descomunal de por
acá. Por ejemplo, lanzo el reto de que puedan encontrar un
destupidor de baño.
También hay restaurantes,
cafeterías, negocios con diversa calidad, con precios de todo tipo, inclusive
algunos que emulan (en precio) con los de Nueva York.
Y hay mucho más: hay
carros para rentar, celulares y líneas disponibles, conección a
internet, gimnasios, servicios de todo tipo.
Pero no hay industria. No
hay producto nacional. El turismo son los mismos canadienses tristes, europeos despistados y mexicanos que por 100 dólares quieren rentar carro, hotel, beber, comer y singar por fin con una mujer bella.
No hay salarios ni hay dinero. La
utopía de la salud y la educación es cada vez más una leyenda de
otros tiempos. El deporte está en una crisis abismal. El mal gusto
es rampante. La putas siguen ahí.
Cuba está cada vez más
gris, y se está pareciendo cada vez más a los países
tercermundistas que hay por todos lados: unos pocos con dinero, la
inmensa mayoría en la pobreza. La clase media aun no existe.
Cuba, hoy, va en picada.
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