martes, 7 de junio de 2011

Te creo, no te creo...

Mi carrito ya merecía una afinación. No quise aplicarle aquello de candela al carro hasta que suelte el fondo pues podía tomárselo en serio, así que lo llevé a un taller mecánico donde unos señores con acento sudamericano y aspecto incaico lo recibieron con mucha amabilidad. Allí lo dejé  y  me fui a mi casa. Entonces empezaron las llamadas telefónicas...

“Señor, la catatrepa de la rosca izquierda se ve desgastada, yo que Ud la cambiara...” No gracias, sólo afinación.

“Señor, la correa que va de aquí para allá está en malas condiciones, si no la cambia le va a dar problemas...” No gracias, sólo afinación.

“Oiga, los frenos, se ven muy desgastados, hay que remplazarlos...” No gracias, sólo afinación.

Y así que si un salidero, mangueras fofas, líquidos turbios, vibraciones sospechosas y No gracias, sólo afinación.

Cuando fui a buscar el carro casi me sentí apenado ante la acusadora mirada del mecánico, así que le escuché otra explicación acerca de todos los males que me van a suceder por no reparar las múltiples cosas que demandan ser reparadas y que amablemente me fueron señaladas.

Finalmente, murmurando una semidisculpa al mecánico agorero, le pagué 300 cocos por la afinación y salí viento en maletero, pensando que salí bien librado y manejando asombrado a mi heroico carro que a pesar de todo, como Van Van, sigue ahí.

2 comentarios:

  1. Siempre es igual, uno sale del taller con la sensación de ser un criminal en cuatro ruedas, sinvergüenza que no le da vida al mecánico, ni a la peluquera que te recomienda una mascarilla que cuesta tres veces más que el corte o al electricista que pretende cambiar tus chuchos por apenas el salario del mes...

    Por cierto y hablando como los locos, allá en el solar recomendé este blog que acabo de encontrarme y pensé mandarte una paloma pero ya que estamos aquí: http://deamorydeguerra-fermina.blogspot.com/

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