Presidente Castro, pueblo de Cuba:
Muchas gracias por la cálida acogida que hemos recibido yo, mi familia y mi delegación. Es un honor extraordinario estar hoy aquí. Antes de empezar, permítanme por favor, quiero comentar sobre los ataques terroristas que tuvieron lugar en Bruselas.
Los pensamientos y las oraciones del pueblo de Estados Unidos están con el pueblo de Bélgica. Somos solidarios con ellos, condenando estos indignantes ataques contra personas inocentes. Haremos todo lo que sea necesario para apoyar a nuestro amigo y aliado, Bélgica, para llevar ante la justicia a los responsables, y este es otro recordatorio más de que el mundo debe estar unido.
Debemos cerrar filas, al margen de nacionalidad, raza o creencias religiosas, en la lucha contra este flagelo del terrorismo. Podemos derrotar, y derrotaremos, a aquellos que amenazan nuestra seguridad y la de las personas en todo el mundo.
Al Gobierno y al pueblo de Cuba quiero agradecerles la amabilidad que han demostrado hacia mí, hacia Michelle, Malia, Sasha, mi suegra, Marian.
[En español] “Cultivo una rosa blanca” [aplausos] En su más célebre poema José Martí hizo esta oferta de amistad y paz tanto a amigos como enemigos. Hoy, como Presidente de Estados Unidos de América yo le ofrezco al pueblo cubano [en español] el saludo de paz [aplausos].
La Habana está a solo 90 millas de la Florida, pero para llegar aquí tuvimos que recorrer una larga distancia, por encima de barreras históricas, ideológicas, de dolor y separación. Las azules aguas bajo el Air Force One, fueron una vez surcadas por acorazados hacia esta isla para liberar a Cuba, pero también para ejercer control sobre ella.
Esas aguas también fueron surcadas por generaciones de revolucionarios cubanos hacia Estados Unidos, donde recabaron apoyo para su causa. Y esa corta distancia ha sido cruzada por cientos de miles de exiliados cubanos, en aviones y balsas rústicas, quienes vinieron a Estados Unidos en busca de libertad y oportunidades, a veces dejando atrás todo lo que tenían y a todos sus seres queridos. Como tantos, en nuestros dos países.
Toda mi vida se ha desenvuelto en una era de aislamiento entre nosotros. La revolución cubana tuvo lugar en el mismo año en que mi padre emigró a Estados Unidos desde Kenya. Bahía de Cochinos tuvo lugar en el año en que yo nací. Al año siguiente el mundo entero quedó en suspenso observando a nuestros dos países mientras la Humanidad se acercaba más que nunca antes al horror de una guerra nuclear.
Con el paso de las décadas nuestros Gobiernos se quedaron estancados en una confrontación aparentemente interminable, librando batallas a través de terceros. En un mundo que se rehizo a sí mismo una y otra vez, el conflicto entre Estados Unidos y Cuba era una constante. Yo he venido aquí a enterrar los últimos remanentes de la Guerra Fría en las Américas [aplausos] Yo he venido aquí a extender una mano de amistad al pueblo cubano [aplausos].
Quiero ser claro: las diferencias entre nuestros Gobiernos al cabo de tantos años son reales, y son importantes. Estoy seguro de que el presidente Castro diría lo mismo. Lo sé, porque he escuchado y abordado esas diferencias en profundidad. Pero antes de discutir esos problemas, también tenemos que reconocer cuantas cosas compartimos porque, en muchas formas, Estados Unidos y Cuba son como dos hermanos que han estado distanciados por muchos años, aunque llevemos la misma sangre.
Ambos vivimos en un Nuevo Mundo colonizado por europeos. Cuba, como Estados Unidos, fue en parte fundada por esclavos traídos de África. Como el de Estados Unidos, el pueblo cubano puede trazar sus ancestros hasta esclavos y dueños de esclavos. Ambos acogimos a inmigrantes que vinieron de muy lejos para empezar una nueva vida en las Américas. A lo largo de los años nuestras culturas se han entremezclado. La labor del Dr. Carlos Finlay en Cuba allanó el camino para generaciones de médicos, entre ellos Walter Reed, que se basó en el trabajo del Dr. Finlay para ayudar a combatir la fiebre amarilla.
Tal como Martí escribió su obra más famosa en Nueva York, Ernest Hemingway hizo de Cuba su hogar y encontró inspiración en las aguas de estas costas. Compartimos el mismo pasatiempo nacional [en español]: la pelota. Y hoy mismo, más tarde, nuestros jugadores van a competir en el mismo terreno habanero donde jugara Jackie Robinson antes de debutar en las Grandes Ligas [aplausos]. Y se dice que nuestro más grande boxeador, Mohamed Alí, rindió homenaje una vez a un cubano con el que nunca pudo pelear, diciendo que lo más que podía alcanzar era un empate con ese gran cubano, Teófilo Stevenson.
Así que aun cuando nuestros Gobiernos devinieron adversarios, nuestros pueblos compartían estas pasiones comunes, particularmente con la llegada a Estados Unidos de tantos cubanos. En Miami o La Habana usted puede encontrar lugares donde bailar cha-cha-cha o salsa; donde comer “ropa vieja”; la gente en nuestros dos países ha cantado con Celia Cruz, Gloria Estefan, y ahora escuchan el reggaetón de Pitbull.
Millones de los nuestros tienen una misma religión, una fe a la que yo he rendido tributo en la Ermita de la Caridad de Miami: la paz que los cubanos encuentran en La Cachita.
A pesar de nuestras diferencias, cubanos y estadounidenses comparten valores comunes en sus vidas: un sentido de patriotismo y de orgullo, un gran orgullo; un profundo amor a la familia; la pasión por nuestros hijos; un compromiso con su educación. Y es por eso que creo que nuestros nietos mirarán este período de aislamiento como una aberración, y como apenas un capítulo en una historia más larga de familiaridad y amistad.
Pero no podemos ni debemos ignorar las diferencias reales que tenemos, acerca de cómo organizamos nuestros Gobiernos, nuestras economías y nuestras sociedades. Cuba tiene un sistema de partido único; Estados Unidos es una democracia multipartidista. Cuba tiene un modelo económico socialista; Estados Unidos, uno de mercado abierto. Cuba ha enfatizado el papel y los derechos del Estado; los Estados Unidos fueron fundados en los derechos de la persona individual.
A pesar de estas diferencias, el 17 de diciembre del 2014 el presidente Castro y yo anunciamos que Estados Unidos y Cuba comenzarían un proceso de normalización de las relaciones entre nuestros países [aplausos].
Desde entonces, hemos establecido relaciones diplomáticas y abierto embajadas. Hemos puesto en marcha iniciativas para cooperar en la salud y la agricultura, la educación y la aplicación de la ley. Hemos llegado a acuerdos para restaurar los vuelos y el servicio de correo directos. Hemos ampliado los lazos comerciales, e incrementado la capacidad de los estadounidenses para viajar a Cuba y hacer negocios aquí.
Y estos cambios han sido bien recibidos, a pesar de que todavía hay quienes se oponen estas políticas. Pero aún así, muchas personas en ambos lados de este debate se han preguntado: “¿Por qué ahora?" "¿Por qué ahora?”.
La respuesta es simple: Lo que Estados Unidos estaba haciendo no estaba funcionando. Tenemos que tener el valor de reconocer esa verdad. Una política de aislamiento diseñada para la Guerra Fría tenía poco sentido en el siglo XXI. El embargo sólo estaba perjudicando al pueblo cubano en lugar de ayudarlo. Y yo siempre he creído en lo que Martin Luther King, Jr. llamó "la feroz urgencia del ahora": No debemos temer al cambio, debemos abrazarlo. [aplausos]
Esto me conduce a una razón mayor y más importante de estos cambios [en español]: Creo en el pueblo cubano. Creo en el pueblo cubano [aplausos]. Esto no es sólo una política de normalización de las relaciones con el Gobierno cubano. Estados Unidos de América están normalizando sus relaciones con el pueblo cubano. [aplausos]
Y hoy, quiero compartir con ustedes mi visión de lo que puede ser nuestro futuro. Quiero que el pueblo cubano –especialmente los jóvenes– entienda por qué creo que ustedes deben ver el futuro con esperanza. Y no es la falsa promesa que insiste en que las cosas son mejores de lo que realmente son, o el optimismo ciego que dice que todos sus problemas podrán desaparecer mañana. Es una esperanza que tiene sus raíces en el futuro que ustedes pueden elegir, y pueden conformar, y pueden construir para su país.
Yo tengo esa esperanza porque creo que el pueblo cubano es tan innovador como cualquier otro pueblo del mundo.
En una economía global, impulsada por las ideas y la información, el mayor recurso de un país es su gente. En Estados Unidos, tenemos un claro monumento a lo que el pueblo cubano es capaz de construir: se llama Miami. Aquí en La Habana, vemos ese mismo talento en los cuentapropistas, las cooperativas, los autos antiguos que todavía ruedan [en español]. El cubano Inventa del aire. [aplausos]
Cuba cuenta con un extraordinario recurso: un sistema de educación que valora a cada niño y cada niña [aplausos]. Y en los últimos años, el Gobierno cubano ha comenzado a abrirse al mundo, y a abrir aún más espacio para que el talento florezca. En pocos años, hemos visto como los cuentapropistas pueden salir adelante, mientras conservan un espíritu netamente cubano. Ser trabajador por cuenta propia no significa ser más como Estados Unidos, significa ser uno mismo.
Miren a Sandra Lídice Aldama, que decidió comenzar un pequeño negocio. Los cubanos, dice, podemos "innovar y adaptar sin perder nuestra identidad... nuestro secreto está en no copiar o imitar sino, simplemente, en ser nosotros mismos".
Es ahí donde comienza la esperanza: con la posibilidad de ganarse la vida y construir algo de lo que uno pueda estar orgulloso. Es por eso que nuestras políticas se centran en el apoyo a los cubanos, y no en hacerles daño. Es por eso que nos deshicimos de los límites en las remesas: para que los cubanos tengan más recursos. Es por eso que estamos alentando los viajes, que construirán puentes entre nuestros pueblos, y traerán más ingresos a las pequeñas empresas cubanas. Es por eso que hemos ampliado el espacio para el comercio y los intercambios, de modo que los estadounidenses y los cubanos puedan trabajar juntos para encontrar curas a las enfermedades, y crear puestos de trabajo, y abrir las puertas a más oportunidades para el pueblo cubano.
Como Presidente de Estados Unidos, he exhortado a nuestro Congreso a levantar el embargo [aplausos]. Es una carga obsoleta sobre el pueblo cubano. Es una carga para los estadounidenses que quieren trabajar y hacer negocios o invertir aquí en Cuba. Es hora de levantar el embargo. Pero incluso si se levantara el embargo mañana, los cubanos no se darían cuenta de su potencial sin una continuidad de los cambios aquí en Cuba [aplausos].
Debiera ser más fácil abrir un negocio aquí en Cuba. Un trabajador debiera poder conseguir un trabajo directamente con las empresas que invierten aquí en Cuba. Dos monedas no deben separar el tipo de salarios que los cubanos pueden ganar. Internet debe estar disponible en toda la isla, para que los cubanos puedan conectarse con el resto del mundo [aplausos] y con uno de los grandes motores del crecimiento en la historia humana. Estados Unidos no limita la capacidad de Cuba para tomar estas medidas. Depende de ustedes. Y puedo decirles como amigo que en el siglo XXI la prosperidad sostenible depende de la educación, la salud, y la protección del medio ambiente. Pero también depende del intercambio libre y abierto de ideas. Si uno no puede acceder a la información en línea, si no puede estar expuesto a diferentes puntos de vista, no alcanzará su máximo potencial. Y con el tiempo, la juventud va a perder la esperanza.
Sé que estos son temas sensibles, sobre todo viniendo de un presidente estadounidense. Antes de 1959, algunos americanos veían a Cuba como algo que explotar, ignoraban la pobreza, facilitaban la corrupción. Y desde 1959, hemos estado boxeando con nuestras sombras en esta batalla de la geopolítica y las personalidades. Conozco la historia, pero me niego a ser atrapado por ella. [aplausos]
He dejado claro que Estados Unidos no tiene ni la capacidad, ni la intención de imponer un cambio en Cuba. Cualquier cambio que venga dependerá del pueblo cubano. No les vamos a imponer nuestro sistema político o económico. Reconocemos que cada país, cada pueblo, debe trazar su propia ruta y dar forma a su propio modelo. Pero después de haber eliminado de nuestra relación la sombra de la historia, debo hablar con honradez acerca de las cosas en que yo creo: las cosas en las que nosotros, como estadounidenses, creemos. Como dijo Martí, "La libertad es el derecho de todo hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía".
Así que, déjenme decirles en qué creo. No puedo obligarles a estar de acuerdo conmigo, pero ustedes deben saber lo que pienso. Creo que cada persona debe ser igual ante la ley [aplausos]. Todos los niños merecen la dignidad que viene con la educación y la atención a la salud, y comida en la mesa y un techo sobre sus cabezas [aplausos]. Creo que los ciudadanos deben tener la libertad de decir lo que piensan sin miedo [aplausos] de organizarse y criticar a su Gobierno, y de protestar pacíficamente; y que el Estado de Derecho no debe incluir detenciones arbitrarias de las personas que ejercen esos derechos [aplausos]. Creo que cada persona debe tener la libertad de practicar su religión en paz y públicamente [aplausos]. Y, sí, creo que los electores deben poder elegir a sus gobiernos en elecciones libres y democráticas. [aplausos]
No todo el mundo está de acuerdo conmigo en esto. No todo el mundo está de acuerdo con el pueblo estadounidense acerca de esto. Pero yo creo que los Derechos Humanos son universales [aplausos]. Creo que son los derechos del pueblo estadounidense, del pueblo de Cuba, y de las personas en todo el mundo.
Ahora bien, no es ningún secreto que nuestros Gobiernos están en desacuerdo sobre muchos de estos asuntos. He sostenido conversaciones francas con el presidente Castro. Durante muchos años, él ha señalado las fallas en el sistema americano: la desigualdad económica; la pena de muerte; la discriminación racial; guerras en el extranjero. Eso es sólo una muestra. Él tiene una lista mucho más larga. (Risas). Pero esto es lo que el pueblo cubano necesita comprender: yo estoy abierto a ese debate público y al diálogo. Es bueno. Es saludable. No le temo.
Tenemos demasiado dinero en la política estadounidense. Sin embargo, en Estados Unidos, todavía es posible para alguien como yo –un niño que fue criado por una madre soltera, un niño mestizo que no tiene mucho dinero– aspirar al más alto cargo de la tierra y ganarlo. Eso es lo que es posible en Estados Unidos. [aplausos]
Tenemos desafíos de discriminación racial –en nuestras comunidades, en nuestro sistema de justicia criminal, en nuestra sociedad– un legado de la esclavitud y la segregación. Pero el hecho de que tengamos debates abiertos dentro de la propia democracia estadounidense es lo que nos permite mejorar.
En 1959, el año en que mi padre se trasladó a Estados Unidos, en muchos estados americanos era ilegal que se casara con mi madre, que era blanca. Cuando empecé la escuela, todavía estábamos luchando por eliminar la segregación en las escuelas de todo el sur de Estados Unidos. Pero las personas se organizaron; protestaron; debatieron estos temas; desafiaron a los funcionarios del gobierno. Y debido a esas protestas, y debido a esos debates, y debido a la movilización popular, es que yo puedo estar aquí hoy, un afroamericano, presidente de Estados Unidos. El que pudiéramos lograr un cambio se debió a las libertades que disfrutamos en Estados Unidos.
No estoy diciendo que sea fácil. Todavía hay enormes problemas en nuestra sociedad. Pero la manera que tenemos para resolverlos es la democracia. Así es como obtuvimos atención de salud para más estadounidenses. Así es como hemos hecho grandes avances en los derechos de la mujer y los derechos de los homosexuales. Así es como atendemos la desigualdad que concentra tanta riqueza en los estratos superiores de nuestra sociedad. Gracias a que los trabajadores pueden organizarse y la gente común tener una voz, la democracia estadounidense ha dado a nuestra gente la oportunidad de realizar sus sueños y disfrutar de un alto nivel de vida. [aplausos]
Ahora bien, todavía nos quedan algunas peleas difíciles. No siempre es bonito el proceso de la democracia. A menudo es frustrante. Lo pueden ver en las elecciones que tenemos allá. Pero deténganse un momento y consideren este hecho: en la campaña electoral estadounidense que está teniendo lugar en este momento hay dos cubanoamericanos del Partido Republicano, compitiendo contra el legado de un hombre negro que es Presidente, mientras aducen ser la mejor persona para vencer al candidato demócrata que, o bien va a ser una mujer, o un socialdemócrata. (Risas y aplausos.) ¿Quién lo hubiera creído en 1959? Esa es una medida de nuestro progreso como democracia. [aplausos]
Así que aquí está mi mensaje para el Gobierno de Cuba y el pueblo cubano: los ideales que son el punto de partida de toda revolución –la revolución americana, la revolución cubana, los movimientos de liberación en todo el mundo– esos ideales encuentran su expresión más auténtica, creo yo, en una democracia. No porque la democracia estadounidense sea perfecta, sino precisamente porque no lo somos. Y nosotros –como todos los países– necesitamos para cambiar el espacio que la democracia nos da. Ella da a los individuos la capacidad de ser catalizadores para pensar en nuevas formas, y reimaginar cómo debe ser nuestra sociedad, y hacerse mejores.
Ya está teniendo lugar una evolución dentro de Cuba, un cambio generacional. Muchos sugerían que viniera aquí y le pidiera al pueblo de Cuba que echara abajo algo, pero estoy apelando a los jóvenes cubanos, que son los que van a levantar algo, a construir algo nuevo [aplausos]. [En español] El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano. [aplausos]
Y al presidente Castro –a quien le agradezco estar aquí hoy– quiero que sepa, creo que mi visita aquí demuestra, que no tiene por qué temer una amenaza de Estados Unidos. Y teniendo en cuenta su compromiso con la soberanía y la autodeterminación de Cuba, también estoy seguro de que no tiene por qué temer a las voces diferentes del pueblo cubano, y su capacidad de expresarse, reunirse, y votar por sus líderes. De hecho, tengo una esperanza para el futuro porque confío en que el pueblo cubano tomará las decisiones correctas.
Y como ustedes, también estoy seguro de que Cuba puede seguir desempeñando un papel importante en el hemisferio y en todo el mundo, y mi esperanza, es que pueda hacerlo como socio de Estados Unidos.
Hemos desempeñado roles muy diferentes en el mundo. Pero nadie debería negar el servicio que miles de médicos cubanos han prestado a los pobres y los que sufren [aplausos]. El año pasado, trabajadores de la salud estadounidenses –y militares de EEUU– trabajaron codo a codo con los cubanos para salvar vidas y acabar con el Ébola en África Occidental. Creo que deberíamos continuar teniendo esa clase de cooperación en otros países.
Hemos estado en el lado opuesto de muchos conflictos en el continente americano. Pero hoy en día, los estadounidenses y los cubanos están sentados juntos en la mesa de negociación, y estamos ayudando a los colombianos a resolver una guerra civil que se ha prolongado durante décadas [aplausos]. Ese tipo de cooperación es bueno para todos. Brinda esperanza a todos en este hemisferio.
Tomamos diferentes caminos en nuestro apoyo al pueblo de Sudáfrica para la abolición del apartheid. Pero el presidente Castro y yo pudimos estar al mismo tiempo en Johannesburgo para rendir homenaje al legado del gran Nelson Mandela. [aplausos]
Y al examinar su vida y sus palabras, estoy seguro de que ambos nos damos cuenta de que tenemos más trabajo por hacer para promover la igualdad en nuestros propios países: para reducir la discriminación de las razas en nuestros propios países. Y en Cuba, queremos que nuestro compromiso ayude a levantarse a los cubanos de ascendencia africana, [aplausos] que han demostrado que no hay nada que no puedan lograr cuando se les da la oportunidad.
Hemos sido parte de diferentes bloques de naciones en el hemisferio, y vamos a seguir teniendo profundas diferencias sobre las maneras de promover la paz, la seguridad, las oportunidades y los Derechos Humanos. Pero a medida que se normalicen nuestras relaciones, creo que podremos ayudar a fomentar un mayor sentido de unidad en las Américas [en español] Todos somos americanos. [aplausos]
Desde el inicio de mi mandato, he instado a la gente en las Américas a dejar atrás las batallas ideológicas del pasado. Estamos en una nueva era. Sé que muchos de los problemas de los que he hablado carecen del drama del pasado. Y sé que parte de la identidad de Cuba es su orgullo de ser una pequeña nación insular capaz de defender sus derechos, y estremecer al mundo. Pero también sé que Cuba siempre se destacará por el talento, el trabajo duro, y el orgullo del pueblo cubano. Esa es su fuerza [aplausos]. Cuba no tiene que ser definida por ser adversario de Estados Unidos, más de lo que Estados Unidos deben ser definidos por ser adversarios de Cuba. Tengo esa esperanza para el futuro debido a la reconciliación que está teniendo lugar en el pueblo cubano.
Sé que algunos cubanos en la isla pueden tener la sensación de que los que se fueron de alguna manera apoyaron el viejo orden en Cuba. Estoy seguro de que hay una narrativa que perdura aquí, y que sugiere que los exiliados cubanos pasaron por alto los problemas de la Cuba pre-revolucionaria, y rechazaron la lucha por construir un nuevo futuro. Pero hoy les puedo decir que muchos exiliados cubanos guardan recuerdos de una dolorosa –y, a veces violenta– separación. Ellos aman a Cuba. Una parte de ellos todavía considera que este es su verdadero hogar. Es por eso que su pasión es tan fuerte. Es por eso que su dolor es tan grande. Y para la comunidad cubanoamericana que he llegado a conocer y respetar, no se trata sólo de política. Se trata de la familia: el recuerdo de una casa que se perdió; el deseo de reconstruir un vínculo roto; la esperanza de un futuro mejor; la esperanza del retorno y la reconciliación.
A pesar de las políticas, las personas son personas, y los cubanos son cubanos. Y he venido aquí –he viajado esta distancia– sobre un puente que fue construido por cubanos a ambos lados del estrecho de la Florida. Primero llegué a conocer el talento y la pasión de los cubanos en Estados Unidos. Y sé cómo han sufrido algo más que el dolor del exilio: también saben lo que es ser un extraño, y pasar trabajos, y trabajar más duro para asegurarse de que sus hijos puedan llegar más lejos en América.
Así que la reconciliación de los cubanos –los hijos y nietos de la revolución, y los hijos y nietos del exilio– es fundamental para el futuro de Cuba. [aplausos]
Uno lo ve en Gloria González, que viajó aquí en 2013, por primera vez después de 61 años de separación, y fue recibida por su hermana, Llorca. "Tú me reconociste, pero yo no te reconocí a ti", dijo Gloria después de abrazar a su hermana. Imagínese eso, después de 61 años.
Se ve en Melinda López, que llegó a la antigua casa de su familia. Y mientras caminaba por las calles, una anciana la reconoció como hija de su madre, y se puso a llorar. La llevó a su casa y le mostró un montón de fotos que incluían algunas de Melinda cuando era una bebé, que su madre le había enviado hacía 50 años. Melinda diría más tarde: "Muchos de nosotros estamos recuperando tanto ahora".
Se ve en Cristian Miguel Soler, un joven que fue el primero de su familia en viajar aquí después de 50 años. Y al encontrarse con sus familiares, por primera vez, dijo: "Me di cuenta de que la familia es la familia, sin importar la distancia entre nosotros".
A veces los cambios más importantes comienzan en lugares pequeños. Las mareas de la historia pueden dejar a las personas atrapadas en situaciones de conflicto, y exilio, y pobreza. Se necesita tiempo para que esas circunstancias cambien. Pero en el reconocimiento de una humanidad común, en la reconciliación de personas unidas por lazos de sangre y en el creer el uno en el otro, es donde comienza el progreso. En el entendimiento, y el saber escuchar, y el perdón. Y si el pueblo cubano enfrenta el futuro unido, será más probable que los jóvenes de hoy puedan vivir con dignidad y alcanzar sus sueños aquí en Cuba.
La historia de Estados Unidos y Cuba abarca revolución y conflicto; lucha y sacrificio; retribución y, ahora, reconciliación. Es ya hora de dejar atrás el pasado. Ha llegado el momento de que miremos juntos hacia el futuro [en español] un futuro de esperanza. Y no va a ser fácil, y habrá adversidades. Tomará tiempo. Pero mi tiempo aquí en Cuba renueva mi esperanza y mi confianza en lo que el pueblo cubano puede hacer. Podemos hacer este viaje como amigos, y como vecinos, y como familia: juntos. [En español] Sí se puede.
Muchas gracias. [aplausos]
jueves, 24 de marzo de 2016
miércoles, 23 de marzo de 2016
El león muerto
El momento más terrible del año sucede cada primero de enero, diez minutos después de la media noche.
Es el día más anticlimático del calendario; uno se percata de ello -es esa tristeza en el trasfondo, por si Usted no se ha dado cuenta- cuando se calma la euforia de los abrazos, se desea la última buena ventura, más o menos a los diez minutos de haber comenzado otro año más -otro año menos-; es cuando uno se pregunta: “Bueno, y ahora, ¿qué?”
No tiene que ver la decepción con la idea, desconcertante como es, de que acabamos de celebrar nada menos que la roca en que vivimos acaba de completar otra circunvalación alrededor del Sol; que hemos sobrevivido metereoritos y bombardeos radioactivos gracias a la eficiencia de esa tenue tela de cebolla que llamamos atmósfera; que el campo magnético terrestre aún funciona y que, a pesar de calentamientos globales e idioteces locales, seguimos teniendo veintiun porciento de oxígeno en el aire que respiramos -el dióxido de carbono está muy sobrevalorado, la verdad-
Lo decepcionante, pienso, es que nos acaban de llevar a cero el contador, otra vez; que se desmorona el castillo de naipes de despropósitos y aciertos; que nos espera, de nuevo, esa cuesta convencional, otra vuelta descomunal en el carrusel solar; trescientos sesenta y cinco días -menos los diez minutos que ya pasaron- para volver a llegar a este punto, de nuevo hacer la pregunta, y así, hasta que se nos acabe el tiempo.
Desplome anímico anual, que tiene que ver con un exceso de expectativas, con la falacia del mito de borrón y cuenta nueva, con el enfrentar la resaca después de una borrachera; con ese optimista e ingenuo, ¡ahora sí!, sin habernos cuestionado por qué antes no.
Pensaba en todo ello, desde hace varios días, al notar la lúcida anticipación con que algunos han estado mencionando el Día Después. “Los cubanos abren el refrigerador, y Obama no está dentro”, dice una mujer en una entrevista. “Él se va, y nosotros nos nos quedamos en lo mismo”, añade.
Así es. El veintidos de marzo del presente, al terminar el Presidente Barack Obama su visita, al apagarse los aplausos y cuando todos respiran aliviados, diez minutos después que el Air Force One se perdiera de vista rumbo sur -se van a Barriloche, se dice-, comienzan esos instantes después del acontecimiento, los de la abulia post orgasmo, el desinfle que sigue a la tumefacción de la expectativa; y la pregunta, la jodida pregunta: “Bueno, y ahora, ¿qué?”
El Presidente Obama fue protagonista de la fiesta, allá en Cuba; para suerte de todos, no así sus no-anfitriones -gente torpe donde las haya-, que le cedieron podio, micrófono y cámaras.
Obama, bajo la lluvia, con la incomodidad de los paraguas, sin el incordio de generales ni acólitos, se vió dueño de La Habana por unas horas. Y mientras mayor fue la intención, rayana en el irrespeto, de minimizar su presencia, mejor le fue; ha sido un solo de Obama en La Habana, sin la sombra malicienta del general anciano ni sus cargantes parientes.
Y más le hubiera valido al general seguir sentado en su oficina y evitar su breve momento bajo las luces, en el escenario: nunca se había visto tanta ineptitud y torpeza en un dictador cubano, y eso es mucho decir.
Por su parte, Obama brilló en la bruma cubana. Su discurso, inmejorable, se paseó por todo lo que nadie en Cuba, ni nacional ni visitante, se había atrevido a decir, mucho menos en la cara del dictador. Fue un ¡de pie! a los cubanos, una instrospección en el papel de ambos países en el conflicto y la distensión: fue un alegato ardiente, honesto, que me recordó, es inevitable, la balbuceante tibieza -si acaso- de Papas y Presidentes que estuvieron antes que él.
Dos días duró la fiesta entonces, pero se acabó.
Recuerdo, pensando en los días que vienen, que nadie describió mejor la idea de un anticlimax que uno que sí sabía de estas cosas, y al que parafraseo; diría el hombre, mareando un daiquirí cargado con dos líneas de ron, que una fiesta terminada es un león muerto.
De tal manera, uno de los momentos más terribles de la Historia cubana ha sucedido: el veintidos de marzo del 2016, diez minutos después que despegara el Air Force One, el hedor de un león muerto invadió el aire de La Habana.
Sofocados, sin asideros, se han quedado mis coterráneos; no saben siquiera a quién hacer su pregunta necesaria, esa que flota, desde hace ya un buen tiempo, en el aire caldeado por el eco de los aplausos. Se miran entre sí, al amigo, al amante, a una hoja en blanco.
Es el día más anticlimático del calendario; uno se percata de ello -es esa tristeza en el trasfondo, por si Usted no se ha dado cuenta- cuando se calma la euforia de los abrazos, se desea la última buena ventura, más o menos a los diez minutos de haber comenzado otro año más -otro año menos-; es cuando uno se pregunta: “Bueno, y ahora, ¿qué?”
No tiene que ver la decepción con la idea, desconcertante como es, de que acabamos de celebrar nada menos que la roca en que vivimos acaba de completar otra circunvalación alrededor del Sol; que hemos sobrevivido metereoritos y bombardeos radioactivos gracias a la eficiencia de esa tenue tela de cebolla que llamamos atmósfera; que el campo magnético terrestre aún funciona y que, a pesar de calentamientos globales e idioteces locales, seguimos teniendo veintiun porciento de oxígeno en el aire que respiramos -el dióxido de carbono está muy sobrevalorado, la verdad-
Lo decepcionante, pienso, es que nos acaban de llevar a cero el contador, otra vez; que se desmorona el castillo de naipes de despropósitos y aciertos; que nos espera, de nuevo, esa cuesta convencional, otra vuelta descomunal en el carrusel solar; trescientos sesenta y cinco días -menos los diez minutos que ya pasaron- para volver a llegar a este punto, de nuevo hacer la pregunta, y así, hasta que se nos acabe el tiempo.
Desplome anímico anual, que tiene que ver con un exceso de expectativas, con la falacia del mito de borrón y cuenta nueva, con el enfrentar la resaca después de una borrachera; con ese optimista e ingenuo, ¡ahora sí!, sin habernos cuestionado por qué antes no.
***
Pensaba en todo ello, desde hace varios días, al notar la lúcida anticipación con que algunos han estado mencionando el Día Después. “Los cubanos abren el refrigerador, y Obama no está dentro”, dice una mujer en una entrevista. “Él se va, y nosotros nos nos quedamos en lo mismo”, añade.
Así es. El veintidos de marzo del presente, al terminar el Presidente Barack Obama su visita, al apagarse los aplausos y cuando todos respiran aliviados, diez minutos después que el Air Force One se perdiera de vista rumbo sur -se van a Barriloche, se dice-, comienzan esos instantes después del acontecimiento, los de la abulia post orgasmo, el desinfle que sigue a la tumefacción de la expectativa; y la pregunta, la jodida pregunta: “Bueno, y ahora, ¿qué?”
***
El Presidente Obama fue protagonista de la fiesta, allá en Cuba; para suerte de todos, no así sus no-anfitriones -gente torpe donde las haya-, que le cedieron podio, micrófono y cámaras.
Obama, bajo la lluvia, con la incomodidad de los paraguas, sin el incordio de generales ni acólitos, se vió dueño de La Habana por unas horas. Y mientras mayor fue la intención, rayana en el irrespeto, de minimizar su presencia, mejor le fue; ha sido un solo de Obama en La Habana, sin la sombra malicienta del general anciano ni sus cargantes parientes.
Y más le hubiera valido al general seguir sentado en su oficina y evitar su breve momento bajo las luces, en el escenario: nunca se había visto tanta ineptitud y torpeza en un dictador cubano, y eso es mucho decir.
Por su parte, Obama brilló en la bruma cubana. Su discurso, inmejorable, se paseó por todo lo que nadie en Cuba, ni nacional ni visitante, se había atrevido a decir, mucho menos en la cara del dictador. Fue un ¡de pie! a los cubanos, una instrospección en el papel de ambos países en el conflicto y la distensión: fue un alegato ardiente, honesto, que me recordó, es inevitable, la balbuceante tibieza -si acaso- de Papas y Presidentes que estuvieron antes que él.
***
Dos días duró la fiesta entonces, pero se acabó.
Recuerdo, pensando en los días que vienen, que nadie describió mejor la idea de un anticlimax que uno que sí sabía de estas cosas, y al que parafraseo; diría el hombre, mareando un daiquirí cargado con dos líneas de ron, que una fiesta terminada es un león muerto.
De tal manera, uno de los momentos más terribles de la Historia cubana ha sucedido: el veintidos de marzo del 2016, diez minutos después que despegara el Air Force One, el hedor de un león muerto invadió el aire de La Habana.
Sofocados, sin asideros, se han quedado mis coterráneos; no saben siquiera a quién hacer su pregunta necesaria, esa que flota, desde hace ya un buen tiempo, en el aire caldeado por el eco de los aplausos. Se miran entre sí, al amigo, al amante, a una hoja en blanco.
“Bueno, y ahora, ¿qué?”, preguntan, desconcertados, aunque solo ellos, y nadie más, tiene la respuesta.
martes, 22 de marzo de 2016
lunes, 21 de marzo de 2016
Obama por su casa
La visita más importante que haya
recibido Cuba -después de Cristobal Colón- está en curso. El
visitante más importante que haya pisado la isla camina las calles
de La Habana. Y de qué manera.
Claro, Usted puede pensar que, ey,
espera: que han venido primeros ministros, Presidentes, que dos
Papas, que Chávez con su petróleo, que Putin con su chequera, que
primeros secretarios soviéticos a instalar un suero de vida en la
vena escuálida de un país en coma.
Pero no, créame -y me disculpa lo
tajante-: El Presidente Barack Obama es el visitante más ilustre, su
visita la más relevante que haya recibido Cuba. Y el general se lo
está perdiendo.
No sé cuál consideración diplomática
determinó que el general recibiera al Papa sí, al Presidente de los
Estados Unidos no. Quién sabe que se decidió en una sobremesa
familar, o en una reunión con los solemnes mandarines subtropicales que
desbarran sobre los destinos de Cuba y los cubanos. Pero ni siquiera
es importante.
El Presidente Obama ha tomado La Habana
sin disparar un tiro, y la gente lo aclama. Se pasea por el Malecón,
a pie o en imponente comitiva, desanda las calles, cena en una
paladar; desafía la lluvia que ahuyentó a los curiosos y que dejó
el escenario inmaculado para el drama, como diseñado por Stanley
Kubrick.
Camina La Habana entonces el
Presidente, como Obama por su casa, mientras el dueño del inmueble
se encierra en el último cuarto, bajo la cama, en perreta de estado.
Obama saluda, sonríe a cubanos afortunados de poder verlo de cerca;
otros cubanos, con menos fortuna, son reprimidos, golpeados,
arrastrados a mazmorras solo por pedir que un general miserable y su
séquito de inútiles salgan de una buena vez ese cuarto, de esa
casa; que se marchen, por favor, que ya no regresen.
Si yo aun viviera en Santos Suárez,
adonde Obama no irá -¡y con tanta falta que le hace a esas calles
bombardeadas!-, sintiera vergüenza. O más vergüenza. Por la obvia
pequeñez de los desgobernantes cubanos. Por los que reciben una
bofetada en mi nombre. Por la lluvia impertinente. Por la ciudad
destruida.
Pero mi pena es a distancia. Lejos de
los portales mugrientos, el Malecón desierto, y mi Presidente de
turno.
Mi pena, Cuba, que no tiene remedio.
jueves, 17 de marzo de 2016
Nocturno de suburbio
En elecciones -como si fuera béisbol- nada acaba hasta que se acaba pero se amanece hoy -y ya desde hace un buen tiempo- con la certeza de que la nominación de Donald Trump a candidato presidencial republicano ha pasado de ser imposible a muy probable.
Donald Trump está ganando el favor de una buena parte del electorado republicano; un 40%, por lo que se observa en las votaciones. Lo está ganando por la misma razón que Bernie Sanders se ha convertido en un adversario de consideración para Hillary Clinton:
Tanto Trump como Bernie son diferentes al resto de los políticos que se lanzaron en esta ocasión a la carrera presidencial. Su discurso es otro, su estrategia es más efectiva. O, como gustan decir de sí mismos, no son parte del establishment.
Hace unos meses Sanders ni pintaba ni daba color. Era solo un señor de avanzada edad, flamante senador independiente, por Vermont, con escasa presencia en la acción política en Washington. Hoy es la voz de la utopía.
Trump no pasaba de ser un ególatra -aun no pasa- con aspiraciones que resultaban y siguen pareciendo absurdas; al inicio su principal y único reclamo era la ciudadanía del Obama. Hoy ha ampliado su repertorio, y ha devenido en el estandarte del conservadurismo más pedestre.
Si se consideran las características de ambos contendientes, se pudiera pensar que los cubanos nunca votarían por ninguno de ellos. ¿Cómo sería de otra manera, si uno desprecia a los migrantes, y el otro es nada menos que socialista?
Pero la realidad -esa nuestra realidad cubana, tan real como poco maravillosa- es diferente.
Las fotos nocturnas son abstracciones de la realidad; paradoja óptica, reto, pequeño milagro que revela lo que siempre ha estado ahí y nunca vemos.
Me empeñé en sacarle información a la noche. Salí a la acera, desplegué el trípode, ajusté aberturas, velocidades, secuestré sombras, a las que les tomó treinta segundos pasar del anonimato al asombro.
“Not my bussines, what I wonder what´re you doin´?”. La voz salió de la cabina umbrosa de un auto que se detuvo justo frente a mi casa, a pocos metros de donde yo manipulaba la cámara. “Just taking some photos...”, le respondí, con una sonrisa, a la opaca silueta de una mujer que me observaba -supongo- desde la oscuridad. “Ok...”, respondió con brusquedad, aceleró y desapareció, sin tan siquiera un “Have a good night!”. Gente chismosa, pensé. Pero no era tan simple; nada lo es en una noche en los suburbios. Es cierto que la mujer no se despidió con un “Fuck you and your camara!”, pero algo ya no estaba bien.
“Está sobreexpuesta...”, murmuré, y cerré un poco el obturador. Nada que la post producción no pueda resolver pero, si está bien desde el inicio, mejor. Más elegante. Como si uno la dibujara a mano, a la noche, y no con estos amasijos de electrónica y lentes.
Pasaron algunos autos; alcanzaron a dejar trazos rojos, centellas amarillas, garabatos de luz que atravesaron el aire y terminaron enredados en los arbustos. Tres, cuatro fotos son suficientes; basta por hoy.
“Do you need some help?” Esta vez eran dos figuras, detenidas en la acera, casi en el mismo lugar donde había yo estado hasta hacía unos momentos. Me miraban, atentos, mientras yo desarmaba el esqueleto del trípode junto a la puerta de mi casa; “No, thank you, I´m fine...”, sonreí a los dos muchachos, vestidos en trajes negros y con sombreros alones. Estudiantes de una yeshiva cercana.
“But... what are you doing?” Antes de volver a pensar que algo definitivamente ya no estaba bien, respondí por segunda vez en esa noche que, estoy tomando fotos, algo sorprendido, porque, ¿qué cojones voy a estar haciendo con una cámara fotográfica y un trípode que no sea tomando fotos? Pero yo soy una persona amable. Animal de suburbio.
“But... Why?”, insistió el muchacho. La pregunta acabó por desconcentarme; ya no por la genuina perplejidad que pudiera haber traido -y no había ni una pizca de ello- sino por retórica, por su tono de introducción a algo más importante. Con pesar me percaté de que comenzaba a irritarme; además, se me estaban pasando los deseos de responder preguntas esa noche.
Pero hice un último esfuerzo; me gusta tomar fotos de la noche, le dije.
Y entonces llegó la pregunta que había estado agazapada detrás de todas las demás, desde el momento en que el bulto informe de una mujer, vigilante, detuvo su auto para preguntarme qué hacía yo, tomando fotos a oscuras, en su vecindario -y mio también-, hasta este otro momento, cuando estos dos jóvenes judíos decidieron que yo parecía sospechoso por estar, bajo la luz de un foco blanquecino, desarmando un misterioso aparato.
Es cierto que Trump es un candidato diferente, pero ninguna de esas diferencias me incluye dentro de su electorado ni me hace su simpatizante; en cualquier caso, todo lo contrario.
La razón es sencilla: Trump me identifica -y nótese que no digo “me discrimina”- como un individuo a observar.
Para su filosofía -es un decir- y la de los indignados que lo siguen, yo y los míos somos gorgojo en el arroz, mosca en la leche, un tizne beige en un fulgurante muro encalado. Trump, tal como lo hiciera una mujer desde su carro, unos muchachos judíos desde la acera justo frente a mi casa, Trump me señala; me señalan, zurcen a mi solapa un emblema de color café con leche. Keep an eye on that guy.
Pero, ¡qué bueno! -me comenta mi esposa-; es el neighboorhood watch, están cuidando el barrio, nos cuidan.
Lo dice, mi esposa, porque quiere, por mi bien, que yo no me lo tome en serio. Que no los tome en serio. A la mujer, a los judíos -lo de Trump ya no tiene remedio-. Vamos, no es racismo, me dice. No es tan grave, insiste, al menos no tanto como la historia que le ha contado un primo, que visitó una discoteca privada en La Habana, donde “...solo dejan entrar extranjeros, blancos con dinero, y putas. Nada de negros. Pa que sepas.”
Los cubanos blancos, desde nuestro mestizaje ibérico, ibero-africano y caribeño, nos creemos -se creen- blancos; vivimos -viven- en un delirio racial quizá solo comparable a la sicosis de los argentinos, que se sienten europeos varados en Sudamérica. También nos creemos -se creen- que Trump, la mujer, los judíos, los consideran blancos, kosher, parte de America The-Will-be-Great-Again.
La enajenación, que parece ser el estigma nacional, aun -sobre todo- en el exilio.
Cubanos, damnificados del socialismo, refugiados en los Estados Unidos, que votan por un precandidato socialista.
Cubanos inmigrados que, con entusiasmo, sin restricciones, dan su apoyo a un showman -yo no puedo llamar a Trump político por razones de decencia- que dice no gustar de los inmigrantes, que promueve el nacionalismo más burdo, y cuya base electoral se compone de blancos indignados y “caucásicos” -tengo que entrecomillar, porque pienso Cáucaso, y vienen a mi mente Chechenos, Armenios, Ingusetios y toda clase de caucásicos que tienen escasamente que ver con el físico de simio albino de Donald Trump-; blancos, decía, que no ven cómo un latino o un negro pueden encajar en el plan maestro de Make America great again; los cubanos, que no son la excepción, por mucho que crean lo contrario.
Tal vez eso me ponga a salvo de señoras ceñudas y concienzudos estudiantes de yeshiva. Quizás entonces asientan con aprobación, creyendo ver a un buen ciudadano, one of us, que juega con su cámara a la hora que casi todos duermen. No problem there. Una yarmulke, para cambiar de minoría menor, que se cree grande, a una mayor que se piensa inmensa. Un sombrero, para dar buen tono a la piel oscura.
Camuflarme -o no- en la noche del suburbio pero, sépase, no voy a renunciar a hurgar en las sombras.
Tengo, además, que esperar hasta el 8 de Noviembre del corriente para poder, por fin, hacer oficial lo que pienso sobre los candidatos. Voy a ser consecuente, lo digo, me digo de antemano. Voy a tomar una instantánea de mí mismo, latino-hispano-cubano-inmigrante-que-huyó-del-socialismo-y-vive-en-gheto-de-blancos, y dejarla caer en la urna.
Nadie me hará preguntas, aunque voy a ir sin yarmulke ni nada de color verde botella -será de día-; seré solo el ejemplar ciudadano beige ferviente creyente en el poder de los granos de arena, que va a seguir paseando las noches del suburbio.
“Never seen me before? Well, better get use to it: I live here...”
Y cerré la puerta a mis espaldas.
Donald Trump está ganando el favor de una buena parte del electorado republicano; un 40%, por lo que se observa en las votaciones. Lo está ganando por la misma razón que Bernie Sanders se ha convertido en un adversario de consideración para Hillary Clinton:
Tanto Trump como Bernie son diferentes al resto de los políticos que se lanzaron en esta ocasión a la carrera presidencial. Su discurso es otro, su estrategia es más efectiva. O, como gustan decir de sí mismos, no son parte del establishment.
Hace unos meses Sanders ni pintaba ni daba color. Era solo un señor de avanzada edad, flamante senador independiente, por Vermont, con escasa presencia en la acción política en Washington. Hoy es la voz de la utopía.
Trump no pasaba de ser un ególatra -aun no pasa- con aspiraciones que resultaban y siguen pareciendo absurdas; al inicio su principal y único reclamo era la ciudadanía del Obama. Hoy ha ampliado su repertorio, y ha devenido en el estandarte del conservadurismo más pedestre.
Si se consideran las características de ambos contendientes, se pudiera pensar que los cubanos nunca votarían por ninguno de ellos. ¿Cómo sería de otra manera, si uno desprecia a los migrantes, y el otro es nada menos que socialista?
Pero la realidad -esa nuestra realidad cubana, tan real como poco maravillosa- es diferente.
***
Las fotos nocturnas son abstracciones de la realidad; paradoja óptica, reto, pequeño milagro que revela lo que siempre ha estado ahí y nunca vemos.
Me empeñé en sacarle información a la noche. Salí a la acera, desplegué el trípode, ajusté aberturas, velocidades, secuestré sombras, a las que les tomó treinta segundos pasar del anonimato al asombro.
“Not my bussines, what I wonder what´re you doin´?”. La voz salió de la cabina umbrosa de un auto que se detuvo justo frente a mi casa, a pocos metros de donde yo manipulaba la cámara. “Just taking some photos...”, le respondí, con una sonrisa, a la opaca silueta de una mujer que me observaba -supongo- desde la oscuridad. “Ok...”, respondió con brusquedad, aceleró y desapareció, sin tan siquiera un “Have a good night!”. Gente chismosa, pensé. Pero no era tan simple; nada lo es en una noche en los suburbios. Es cierto que la mujer no se despidió con un “Fuck you and your camara!”, pero algo ya no estaba bien.
“Está sobreexpuesta...”, murmuré, y cerré un poco el obturador. Nada que la post producción no pueda resolver pero, si está bien desde el inicio, mejor. Más elegante. Como si uno la dibujara a mano, a la noche, y no con estos amasijos de electrónica y lentes.
Pasaron algunos autos; alcanzaron a dejar trazos rojos, centellas amarillas, garabatos de luz que atravesaron el aire y terminaron enredados en los arbustos. Tres, cuatro fotos son suficientes; basta por hoy.
“Do you need some help?” Esta vez eran dos figuras, detenidas en la acera, casi en el mismo lugar donde había yo estado hasta hacía unos momentos. Me miraban, atentos, mientras yo desarmaba el esqueleto del trípode junto a la puerta de mi casa; “No, thank you, I´m fine...”, sonreí a los dos muchachos, vestidos en trajes negros y con sombreros alones. Estudiantes de una yeshiva cercana.
“But... what are you doing?” Antes de volver a pensar que algo definitivamente ya no estaba bien, respondí por segunda vez en esa noche que, estoy tomando fotos, algo sorprendido, porque, ¿qué cojones voy a estar haciendo con una cámara fotográfica y un trípode que no sea tomando fotos? Pero yo soy una persona amable. Animal de suburbio.
“But... Why?”, insistió el muchacho. La pregunta acabó por desconcentarme; ya no por la genuina perplejidad que pudiera haber traido -y no había ni una pizca de ello- sino por retórica, por su tono de introducción a algo más importante. Con pesar me percaté de que comenzaba a irritarme; además, se me estaban pasando los deseos de responder preguntas esa noche.
Pero hice un último esfuerzo; me gusta tomar fotos de la noche, le dije.
Y entonces llegó la pregunta que había estado agazapada detrás de todas las demás, desde el momento en que el bulto informe de una mujer, vigilante, detuvo su auto para preguntarme qué hacía yo, tomando fotos a oscuras, en su vecindario -y mio también-, hasta este otro momento, cuando estos dos jóvenes judíos decidieron que yo parecía sospechoso por estar, bajo la luz de un foco blanquecino, desarmando un misterioso aparato.
“Do you live here? Never seen you before...”, dijo finalmente el interrogador, revolviendo con manifiesto aspaviento el teléfono que llevaba en la mano.
Pude haber tomado el incidente a la ligera. Si yo no fuera un latino viviendo en un vecindario de judíos e irlandeses, pudiera haberlo hecho. Pudiera haber sonreido, otra vez, haber comentado algo simple, conciliador. “Hey, good job boys, keep that neighboodhood watch going!”. Algo así hubiera respondido.
Pero, como decía, nada es simple, y esa noche ya yo había perdido los deseos de responder preguntas.
Pude haber tomado el incidente a la ligera. Si yo no fuera un latino viviendo en un vecindario de judíos e irlandeses, pudiera haberlo hecho. Pudiera haber sonreido, otra vez, haber comentado algo simple, conciliador. “Hey, good job boys, keep that neighboodhood watch going!”. Algo así hubiera respondido.
Pero, como decía, nada es simple, y esa noche ya yo había perdido los deseos de responder preguntas.
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Es cierto que Trump es un candidato diferente, pero ninguna de esas diferencias me incluye dentro de su electorado ni me hace su simpatizante; en cualquier caso, todo lo contrario.
La razón es sencilla: Trump me identifica -y nótese que no digo “me discrimina”- como un individuo a observar.
Para su filosofía -es un decir- y la de los indignados que lo siguen, yo y los míos somos gorgojo en el arroz, mosca en la leche, un tizne beige en un fulgurante muro encalado. Trump, tal como lo hiciera una mujer desde su carro, unos muchachos judíos desde la acera justo frente a mi casa, Trump me señala; me señalan, zurcen a mi solapa un emblema de color café con leche. Keep an eye on that guy.
Pero, ¡qué bueno! -me comenta mi esposa-; es el neighboorhood watch, están cuidando el barrio, nos cuidan.
Lo dice, mi esposa, porque quiere, por mi bien, que yo no me lo tome en serio. Que no los tome en serio. A la mujer, a los judíos -lo de Trump ya no tiene remedio-. Vamos, no es racismo, me dice. No es tan grave, insiste, al menos no tanto como la historia que le ha contado un primo, que visitó una discoteca privada en La Habana, donde “...solo dejan entrar extranjeros, blancos con dinero, y putas. Nada de negros. Pa que sepas.”
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Los cubanos blancos, desde nuestro mestizaje ibérico, ibero-africano y caribeño, nos creemos -se creen- blancos; vivimos -viven- en un delirio racial quizá solo comparable a la sicosis de los argentinos, que se sienten europeos varados en Sudamérica. También nos creemos -se creen- que Trump, la mujer, los judíos, los consideran blancos, kosher, parte de America The-Will-be-Great-Again.
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Cubanos, damnificados del socialismo, refugiados en los Estados Unidos, que votan por un precandidato socialista.
Cubanos inmigrados que, con entusiasmo, sin restricciones, dan su apoyo a un showman -yo no puedo llamar a Trump político por razones de decencia- que dice no gustar de los inmigrantes, que promueve el nacionalismo más burdo, y cuya base electoral se compone de blancos indignados y “caucásicos” -tengo que entrecomillar, porque pienso Cáucaso, y vienen a mi mente Chechenos, Armenios, Ingusetios y toda clase de caucásicos que tienen escasamente que ver con el físico de simio albino de Donald Trump-; blancos, decía, que no ven cómo un latino o un negro pueden encajar en el plan maestro de Make America great again; los cubanos, que no son la excepción, por mucho que crean lo contrario.
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La próxima vez que salga a fotografiar la noche pudiera llevar en el cogote una yarmulke. O un sombrero de lepricorn.
Tal vez eso me ponga a salvo de señoras ceñudas y concienzudos estudiantes de yeshiva. Quizás entonces asientan con aprobación, creyendo ver a un buen ciudadano, one of us, que juega con su cámara a la hora que casi todos duermen. No problem there. Una yarmulke, para cambiar de minoría menor, que se cree grande, a una mayor que se piensa inmensa. Un sombrero, para dar buen tono a la piel oscura.
Camuflarme -o no- en la noche del suburbio pero, sépase, no voy a renunciar a hurgar en las sombras.
Tengo, además, que esperar hasta el 8 de Noviembre del corriente para poder, por fin, hacer oficial lo que pienso sobre los candidatos. Voy a ser consecuente, lo digo, me digo de antemano. Voy a tomar una instantánea de mí mismo, latino-hispano-cubano-inmigrante-que-huyó-del-socialismo-y-vive-en-gheto-de-blancos, y dejarla caer en la urna.
Nadie me hará preguntas, aunque voy a ir sin yarmulke ni nada de color verde botella -será de día-; seré solo el ejemplar ciudadano beige ferviente creyente en el poder de los granos de arena, que va a seguir paseando las noches del suburbio.
***
“Never seen me before? Well, better get use to it: I live here...”
Y cerré la puerta a mis espaldas.
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