“Las cosas”, ese ente elástico donde cabe todo lo cubano -¿y cómo está la cosa?, es la pregunta/saludo recurrente entre nos-, esa abstracción de lo nacional, lo real y lo intangible, es, para el fotógrafo de la corte, la macroeconomía.
La macroeconomía entonces no está cambiando con la requerida rapidez. Las inversiones no llegan, el Mariel y su megapuerto está en pañales, y se nos (se le) muere Fidel sin resolver el problema de abasto de la moringa.
Ofrece entonces este delfín, apolítico según sus propias palabras (como si un Castro pudiera vivir y lucrar fuera de la política), un curioso atisbo de lo que deben ser las conversaciones de sobremesa en casa del tirano.
“Las cosas” no avanzan, dice mi tocayo fotógrafo, “por culpa de la burocracia y la corrupción. Pero el partido político siempre será el mismo y uno solo. Y la ´gente´ no resuelve el ´problema´ que hace que ´las cosas´ no avancen. Fíjate que mi padre hasta está de acuerdo con los puestos de vender croqueta”, añade con entusiasmo.
“Así que las culpas -insiste- no son nuestras”, remata el rozagante vástago que dice no ser político pero está consciente de que su dinastía tiene que ser, debe ser, es intocable. Es por eso que sí se le pregunta por “las cosas”, por la cosa en sí, por el problema mayor, si se le pregunta quién mató a Cuba, enfático dirá “!Nosotros no fuimos!”.
“Fue Fuenteovejuna, compañero…”, concluirá su idea y se despedirá, hasta la próxima ocasión en que haya una feria para vender fotos de un anciano enfundado en un sudario Adidas a los progres de este mundo nuestro...
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