martes, 20 de octubre de 2015

Cuando cuatro verdades no son (suficientes)

En reciente artículo, titulado “Cuatro verdades sobre el tema cubano”, publicado en El Nuevo Herald, y firmado por el señor Alexis Jardines ―académico distinguido en el Instituto de Investigaciones Cubanas, en FIU― se cuestiona en esencia el “acercamiento” al gobierno de Cuba por parte del gobierno del presidente Barak Obama.

Prefiero dejar a un lado el tópico de una supuesta conspiración entre el gobierno de Estados Unidos, grupos de empresarios interesados en fomentar negocios con Cuba, una compañía encuestadora y The New York Time para “legitimizar el acercamiento a Cuba”.

Por más que le doy vueltas, no veo qué necesidad tenía ―tiene― el presidente de Estados Unidos de urdir esa complicada red de sucesos, que entrelaza el autor, para decidir ―con la autoridad que le corresponde al ejecutivo― que había que, simplemente, intentar algo diferente al bloqueo/embargo porque, a todas luces, éste no ha funcionado ni funciona en ese tenaz propósito de promover un cambio en Cuba, algo con lo que, por demás, hasta la mayoría de los republicanos concuerda.

Sigo entonces adelante, y llama mi atención una suerte de reductio ad absurdum que propone el señor Jardines, donde argumenta que si el bloqueo debe ser descartado porque no ha funcionado, también debe serlo la política de acercamiento del presidente Obama hacia Cuba pues tampoco esta ha provocado un desmoronamiento instantáneo de la dictadura cubana.

La comparación está, cuando menos, traída por los pelos: no cuesta mucho llegar a la conclusión de que, mientras el bloqueo/embargo ha acumulado evidencia suficiente de su inutilidad en más de medio siglo siendo aplicado por once sucesivas administraciones norteamericanas, la política de mano extendida de Obama aun no cumple siquiera un año de implantada de manera oficial; si se fuera a aplicar con rigor científico esa evaluación de la efectividad de ambas políticas, pues necesitaríamos al menos otro medio siglo de espera.

Regresando entonces al terreno de lo razonable, si bien comparto con el autor la decepción que provoca ver que ―al menos por el momento― la “sin prisa y con pausa” y el cinismo castrista le estén ganando a la iniciativa de buena voluntad del gobierno de Obama, considero que, entre bloqueo y algo nuevo, pues el algo nuevo.

La “suerte” con que ha corrido el desgobierno cubano al ser siempre el mantenido de alguien puede acabarse pronto: Nicolás Maduro puede no ser reelecto en Venezuela, y con ello llegar el final del chavismo y de la ayuda venezolana a Cuba. Eso por sí solo constituiría una presión mucho más poderosa que el bloqueo o cualquier otra medida de “tiempo de paz” contra el gobierno cubano; a la vez, no parece plausible que Rusia (otra vez) o China se vayan a echar al hombro el fardo del castrismo, ni siquiera a cambio de la posibilidad de tener una cabeza de playa tan cercana a la frontera estadounidense.

Mientras el embargo/bloqueo es, además de ineficaz, una medida impopular que empaña la imagen de Estados Unidos (no hay que olvidar las masivas condenas en la ONU), la nueva política de “acercamiento” de Obama puede comenzar a dar resultados a mediano plazo; y aun cuando el desgobierno cubano es tan desalmado como para permitir que se desatara otro período especial, su capacidad de negociación en ausencia de mecenazgos sería casi nula.

Ya no es 1990; en un nuevo escenario de crisis galopante la única puerta abierta para escapar de un cataclismo social y económico en Cuba ―que pudiera ser incluso violento― sería pactar por fin un giro hacia la democracia lo cual, observando el estado de la oposición y la ciudadanía, tampoco sería tan dramático ni inmediato como para desbancar a la dictadura a corto plazo.

Precisamente por ese estado de la ciudadanía que observo es que se me antoja alejada de la realidad otra afirmación del autor, cuando escribe que “los cubanos de la Isla no culpan al embargo de la situación ruinosa que atraviesa el país hace medio siglo, sino a la cúpula gobernante y al propio sistema socialista y unipartidista implantado por ella.”

Los cubanos no culpan a nadie de nada; en realidad, hace mucho tiempo que han desistido de buscar las causas de su drama, y mejor se dedican a sobrevivir. Si acaso, los cubanos están agradecidos de poder vivir en el estilo tercermundistamente despreocupado que se gastan, de que las cosas no lleguen a estar de nuevo como en los años 90 del siglo pasado.

Es más que obvio que a los cubanos no les interesa un cambio de gobierno: más bien le temen a la desaparición de ese statu quo de pacífica miseria socialista que los arropa y prefieren las migajas que la falsa apertura les proporciona a la incertidumbre de una cosa que “unos locos ahí” llaman “otro gobierno y otro sistema”.

Vamos: los cubanos pueden ―podemos― no ser cobardes, como los califica el autor, o dar la impresión de ser parásitos indolentes, pero los cubanos también han estado prestando atención, escuchando las noticias que llegan junto con remesas, visitantes y programas del Paquete: todo indica que en el capitalismo hay que trabajar en serio, que nada es regalado, que “aquello allá afuera” es precisamente lo contrario de lo que tienen ahora con el desgobierno socialistoide y populista.

¿Para qué trabajar entonces?, ¿por qué pagar por servicios que, por muy mediocres que sean, ahora obtienen de gratis?

¿Cambio ―insisten― para qué?

¿Tú ´tá loco, asere?

Lo que tenemos enfrente entonces no son ni culpas, ni deseos de cambios. En su lugar hay remesas, Paquete y regetón, que con eso se vive una (buena) vida. Asere.

[…]

El señor Jardines también plantea en su artículo que Cuba llegó al 17D “totalmente en ruinas y su gobierno sin un centavo”, y que eso es una prueba de que el embargo/bloqueo funcionó.

Esa tipo de afirmación es lo que por acá llaman wishful thinking; es parte del argumentum ad nauseam de los que apoyan el sostenimiento del embargo/bloqueo, tesis que en realidad le hace un tremendo favor a la proverbial ineptitud e ineficacia, no solo de los sistemas socioeconómicos socialistas, sino en lo particular al desgobierno de Cuba, que es una de las administraciones más desastrosas que haya existido en esos desdichados países.

De nuevo: el desgobierno cubano le debe su supervivencia, cual menesterosa meretriz, a la generosidad de mecenas circunstanciales; primero a la URSS y el campo socialista, y después al chavismo venezolano. La cantidad de recursos que recibió Cuba en las primeras tres décadas del castrismo es incalculable ―recursos que fueron dilapidados con total irresponsabilidad―, pero el desgobierno cubano nunca fue capaz, ni antes ni ahora, de crear una economía aceptablemente próspera, con productos exportables abundantes y de alto valor. Vamos, ni siquiera ha logrado que sus vacas se multipliquen y produzcan leche, lo cual es un proceso natural.

Es más que evidente que el embargo/bloqueo no tiene que ver con nada de eso.

Finalmente, el señor Jardines asegura que al presidente Obama en realidad no le interesa un cambio en Cuba (¿?), y que “La Ley de Ajuste Cubano es la verdadera razón por la cual se mantiene la dictadura en Cuba”.

Siguiendo esa línea argumental entonces Obama, al querer perpetuar la dictadura cubana, preferiría que un régimen dictatorial, pro ruso, pro chino, antidemocrático, antiamericano y generador de cuantiosos emigrantes de poca monta floreciera a 90 millas de las costas de Estados Unidos, mientras que once millones de cubanos sólo aspiran a acogerse a la Ley de Ajuste; no se rebelan ―al cabo ya van a emigrar en breve― y por eso el régimen cubano se mantiene en el poder.

Línea argumental que conduce a la eventualidad de un presidente norteamericano conspirador y traidor, listo para ser eliminado por algún superhéroe de Marvel, y una isla vacía a mediano plazo, más fácil de reconstruir ya sin cubanos que estorben en ese empeño.

En resumen, el señor Jardines deja fuera de su análisis elementos fundamentales del “enigma” cubano ―¿quieren realmente los cubanos de adentro de la isla un cambio?― e incorpora otros que no se sostienen por sí mismos. Siento que el autor en su artículo simplifica, a la manera de alguien que chapea la yerba ante sí solo para llegar al otro lado de su argumento, y no para abrir en el terreno repleto de maleza que es el tema cubano brechas libres de dudas.

De tal manera, las “Cuatro verdades sobre el tema cubano” se lee como una accidentada diatriba pro bloqueo, contra la apertura (y por ende contra Obama) y contra la Ley de Ajuste; sesgado sin embargo como está el artículo, se aleja de ser una verdad sólida sobre el tema cubano, y se queda, si acaso, en una verdad a medias.

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