martes, 27 de octubre de 2015

Reajuste de un desajuste de un ajuste

The Cuban Adjustment Act of 1996 (CAA) provides for a special procedure under which Cuban natives or citizens and their accompanying spouses and children may get a green card (permanent residence). The CAA gives the Attorney General the discretion to grant permanent residence to Cuban natives or citizens applying for a green card if:

  • They have been present in the United States for at least 1 year
  • They have been admitted or paroled
  • They are admissible as immigrants

Del sitio web de la USCIS (United States Citizenship and Immigration Services)



La llegada

“Los cubanos llegaron ya...”

El hombre tararea. Lo hace como al descuido, desde su estatura de algo más de seis pies -estimo-, sonriendo amable a la vez que se atusa con gesto maquinal un bigote tupido, recortado de manera que me recuerda a Pedro Albizu Campos.

Sonreímos de vuelta mi esposa y yo, con la timidez que el momento nos impone y el hombre, que resultó ser portoriqueño, le dice algo en inglés al otro oficial de inmigración, el mismo que enfático y también sonriente nos dijo “Welcome to the United States!” cuando entramos a la oficina hace unos minutos, y que ahora interrumpe su teclear, toma unos papeles del escritorio y nos los entrega: “Llenen estas formas, por favor”, instruye en un español enlatado y se sienta otra vez tras su computadora.

“Tranquilos, cubanos, que ya están en buenas manos...”, dice, otra vez como de pasada, el oficial portoriqueño que, además de conocer música cubana, luce en la manga de la camisa un emblema de Homeland Security y unos galones que lo distinguen como oficial superior, quizás al mando de esta estación fronteriza en el cruce Ciudad Juárez-El Paso. De repente detiene su inquieto caminar por la reducida oficina; escucha con atención cuando un graznido electrónido escapa de su radio y seguidamente, sin despedirse, sale por una puerta distinta a la que entramos al lugar. Ya no lo volvimos a ver.

Mi mirada se posa en la pared, junto a la puerta. Allí cuelga un poster que lista las prioridades de atención para los que allí arriban. “Mujeres embarazadas o acompañadas de menores de edad” se lee en la primera línea; mi esposa tiene siete meses de embarazo, y trae en su vientre a mi primer hijo americano.

Ocho horas más tarde fuimos admitidos “bajo palabra”, parolees, en el territorio de los Estados Unidos de América.

Fue ese el colofón a una larga espera; primero, encerrados en una celda de detención -cambio de turno, alguien dijo-; después, una entrevista agotadora con otro oficial, esta vez un mexicano-americano, de los que llaman “pochos” en el otro lado de la frontera. “Yo soy científico, oficial; trabajo en...”, intento explicarle al hombre, que me observa con indiferente desdén.

“Le voy a hacer unas preguntas; necesito que preste atención y responda con veracidad”, me interrumpe, y sin más preambulo comienza un interrogatorio, que se extiende por dos horas y que incluye preguntas tan exóticas como cuáles eran los nombres de los grupos de indígenas que habitaban Cuba a la llegada de los españoles.

“Así que viene a este país vivir de su familia y del welfare, ¿no?”, sentencia el oficial en su español mexicano-norteño cuando por fin termina su cuestionario y me entrega una tarjeta de cartulina blanca, que se convierte ipso facto en el documento más importante de mi vida. “No, nada de eso; yo...”, intento protestar, pero el hombre de nuevo me interrumpe: “Que le vaya bien...”, musita, me da la espalda, y desaparece en los pasillos de la estación migratoria. “Pinche mexicano...”, pienso en mi jerga aprendida, y abro la puerta encima de la cual hay un letrero lumínico, que dice EXIT, y que me anuncia que esa la entrada a mi nuevo país.

…..............


El ajuste

Las historias de trámites y desenredos de los cubanos que, huyendo de Cuba, arriban a los Estados Unidos buscando asilo político, son muy parecidas. No es nada excepcional entonces que, apenas tres meses después de haber entrado al país, mi esposa y yo ya estábamos apertrechados con número de seguridad social, licencia de conducción y permiso de trabajo.

Tampoco lo es que siete años después de desandar la penumbra de la medianoche en las calles de El Paso, obtuviéramos la ciudadanía estadounidense.

Pero antes que eso sucediera, un año y medio después de ser admitidos como refugiados cubanos “bajo palabra” en el territorio de los Estados Unidos, obtuvimos el estatus de residentes, amparados por la Ley de Ajuste Cubano (LAC).

La LAC es la hija pródiga del forcejeo político entre los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba. Su letra y espíritu les garantizan a los cubanos un estado de excepción que les permite a estos el acceso irrestricto a un estado migratorio estable -el de la residencia legal- a la vez que despeja el camino para la pronta y subsiguiente adquisición de la poderosa ciudadanía americana.

La Ley de Ajuste Cubano, ley que cuenta con todo lo necesario para funcionar como un intrumento eficiente y pragmático, pero que no se aplica a ultranza; la Ley de Ajuste Cubano, a la cual le deben centenares de miles de cubanos en los Estados Unidos y en Cuba que sus vidas no sean peor de lo que alguna vez lo fueran.

Ley cuya pertinencia está siendo impugnada cada vez con mayor intensidad por los más disímiles adversarios, y que está en peligro de desaparecer.



El desajuste

Unlike other immigrants, Cubans are not required to enter the United States at a port-of-entry. Second, being a public charge doesn't make a Cuban ineligible to become a permanent resident.”

Tomado de Wikipedia

Dejando a un lado -tan absurdo resulta- el enigmático reclamo del desgobierno cubano para que se derogue la LAC, debo reconocer que no me queda claro quiénes dentro de la comunidad cubana en el exilio están exigiendo el fin de esa controversial ley.

Algunos dicen que son cubanos afiliados al republicanismo estadounidense; otros alegan que ese reclamo es solo la indignada reacción de cubanos “de bien”, avergonzados por lo que ven y escuchan, alarmados por la incivilidad, la chusmería, el mal gusto, la mediocridad; apremiados por la proliferación de las malas artes importadas desde Cuba junto con sus “refugiados políticos”; asediados por la omnipresencia del “invento”, el desfalco, el robo, la estafa, la vagancia y la inutilidad social convertidas en método; amenazados por la ebullición de todo ello dentro de una comunidad encerrada en el absurdo afán de que sea Cuba y el barrio otra vez, pero esta vez bajo el amparo de la humedad de la Florida -!Ehto é igualito que Cuba, asere, pero con dinero y mah calol!-, y bajo la protección, supuestamente, de la Ley de Ajuste Cubano.

A pesar que los desmanes, venturas y expedientes que se gastan muchos cubanos en el sur de la Florida son harto conocidos, no poco han contribuido a ese estado de opinión los artículos publicados en fecha reciente en el Sun Sentinel, donde se denuncian tanto las prácticas de delincuentes comunes de origen cubano, como el modus vivendi de los “emigrados de estómago”, cuyo principio y fin parece ser cobrar cheques de ayuda social y viajar a Cuba con notoria frecuencia.

Esos encendidos editoriales sin embargo disparan a granel; no hacen distinción, y colocan a todos -los estafadores, los vividores, los inútiles, a cubanos “buenos” y “malos”- bajo una misma luz -sombra, debiera decir-: la de una comunidad de emigrantes indeseables.

Es seguro entonces -no puede ser de otra manera- que el gobierno de los Estados Unidos está tomando nota de lo que sucede.

Si en un lugar tan alejado de Hialeah y la Pequeña Habana como puede serlo una árida estación de Homeland Security en la frontera Ciudad Juárez-El Paso hay al menos un oficial de immigración de origen latino que injustamente generaliza y no se limita en expresar su desprecio por los cubanos que llegan en busca de asilo; si un periódico de cierta notoriedad en el sur de la Florida escribe in extenso sobre las manchas que empañan a la comunidad cubana; si hay grupos de poder que por diversas agendas políticas cabildean a favor del término de la LAC, es de esperar entonces que a un plazo más corto que mediano algo suceda con la Ley de Ajuste Cubano.

Pero, ¿es realmente justa esa preocupación por la persistencia y aplicación de esa ley?


El reajuste

A pesar de la incontestable evidencia de que algo anda muy mal en la comunidad cubana en el exilio, la Ley de Ajuste Cubano no es el problema.

El problema, si acaso, está en cómo separar la paja del trigo durante el proceso de admisión de los refugiados, o en la entrevista que tiene lugar antes de obtener la residencia, justo cuando la Ley de Ajuste Cubano va a ser usada. O sea, pudiera estar el problema precisamente en aplicar la LAC sin usar todas las prerrogativas que esta contiene. Pero el problema real en sí, insisto, no es esa ley ni ninguna otra: el problema, admitámoslo de una vez, son los cubanos.

El exilio cubano en los Estados Unidos, que una vez fuera considerado una de las minorías más pujantes y de mayor éxito en este país, ya no es lo que fue. Este no es un hecho casual sino causal: tampoco son los cubanos lo que una vez fueron.

Hoy, como viene sucediendo desde hace décadas, los mayoría de cubanos son acogidos al por mayor bajo el amparo de su admisión como refugiados, por la ley de “pies secos-pies mojados” y por la Ley de Ajuste Cubano; pero la calidad social de la emigración cubana -y por ende de la comunidad en pleno que, como se sabe, es medida tanto por sus muchos como por sus menos- es cada vez más baja.

Por supuesto, eso no es nada para asombrarse: no se puede esperar otra cosa en personas que vienen de un país que es un paria social, cultural y económico en un mundo hiperconectado y global que le lleva medio siglo de ventaja a los cubanos.

Si bien los valores de convivencia, civilidad, conciencia ciudadana y desempeño social exitoso ya habían sido estremecidos en Cuba por el culto al igualitarismo, por el intento infructuoso de clonar un “hombre nuevo” -supraburgués, ultraproletario, ajeno a cualquier clase social que no fuera lo obrero campesino-, culto acunado y alentado por la ideología totalitaria y anacrónica de la dictadura cubana, esos valores, decía, recibieron un demoledor y definitivo golpe de gracia con el advenimiento del llamado Período Especial.

A partir de 1990, en menos de dos años, los cubanos pasaron de ser una sociedad con expectativas optimistas -aunque el optimismo obedeciera más a una piadosa ignorancia de lo que sucedía en el mundo exterior que a cualquier otra cosa-, pasaron decía a ser una manada en frenética estampida por la supervivencia.

El individualismo, no en esa variante creativa que sostiene al capitalismo, sino en su vertiente más mezquina, se instauró como norma en Cuba. Proliferaron el robo, la ilegalidad, el contrabando, la prostitución, el proxenetismo; se agudizó y generalizó la miseria, y ya no se trataba de que no se atisbara luz al final del tunel: ya no había tunel, sino un oscuro pozo sin fondo.

Si antes de ese monumental desplome de los 90 ya el concepto de vivir subsidiados, con servicios -salud, educación- mediocres pero regalados -por no mencionar las consecuencias de la falta de democracia- estaba entretejido en lo más intrincado de la idiosincracia de cuatro generaciones de cubanos, la compulsión a sobrevivir sin trabajar y sin obligaciones ciudadanas se volvió entonces cada vez más atractiva, pero sobre todo factible.

Por otra parte, los referentes culturales de valor se disolvieron en la oscuridad de los apagones, o simplemente fueron ignorados en el fragor de una multiud famélica peleando para comprar refresco a granel; la vulgaridad pasó a ser la norma, y en medio de la -tradicional- ansiedad por lo que llegaba “de afuera” se aceleró la caída en picada de la ya de por sí escasa educación formal; hasta la música nacional, baluarte recurrente de la buena cubanía, se estremeció y cedió su lugar ante el embate de la importación de música marginal de pésimo gusto.

El comportamiento antisocial se hizo cotidiano, la sociedad mutó para peor y ni Cuba, ni los cubanos, jamás han podido recuperarse de ese cataclismo. Fue el comienzo de la Era del Regetonismo, que dura hasta nuestros días.

En ese contexto una generación modificó su comportamiento, otra creció con esos “valores”, y otra le siguió sin saber siquiera que las cosas habían sido muy diferentes en otra epoca no muy lejana: son esos cubanos que no conocieron ni disfrutaron de la “bonanza” ochentera, que solo saben de escacez, miseria, apagones, cuya mentalidad está metalizada a fuerza de carencias, y que ahora enfilan rumbo norte buscando su pedazo de pastel: la Ley de Ajuste también los ampara, y ellos traen consigo el modus operandi de una sociedad que hace mucho no es la nuestra y que, en realidad, ya no entendemos muy bien.
Dicho de otra manera, los cubanos son admitidos en territorio norteamericano con un “bienvenido y adelante”, importando con ello lo positivo que haya en esas personas, pero lo negativo también entra a raudales: las entrevistas de admisión son casi identicas, y no están diseñadas para indagar en la calidad moral, profesional o ciudadana de los entrevistados.

Pero hay que decirlo de nuevo: la Ley de Ajuste Cubano no es causa en sí de los problemas: la largueza con que la misma se aplica, y con la que por ende los EEUU admiten a los cubanos que arriban a sus fronteras, es la que debiera ser regulada.


La ley bien aplicada, pero los cubanos...

Aun si no existiera la Ley de Ajuste Cubano, los mismos cubanos que son “indeseables” a los ojos y sentir de parte de la comunidad cubana y que son sujeto de los desvelos del Sun Sentinel, permanecerían en los EEUU y harían lo mismo que ahora hacen.

Lo unico diferente sería su estado migratorio: serían refugiados en el territorio de los EEUU que deberían prorrogar su estatus anualmente; pero eso no haría desaparecer ni a estafadores ni la baja estofa que lastra el escorado prestigio de la comunidad cubana en el sur de la Florida.

Yo estoy de acuerdo con que la LAC necesita ser aplicada al pie de su letra: eso sería una excelente noticia para el rescate del esplendor que una vez tuvieron los cubanos como grupo emprendedor y distinguido. Ese rescate que comenzaría con el uso de los filtros que ya existen dentro de la letra de la ley: aceptar a admisibles, rechazar a no admisibles.

Pero no hay que perder de vista que ese deterioro de la calidad de la sociedad cubana en el exilio no se ha dado de la noche a la mañana; ha sido un proceso acumulativo que quizás se remonte hasta el éxodo del Mariel. Quienes claman por la derogación de la LAC culpando de la mala calidad de nuestra comunidad a la reciente ola migratoria cubana, deben primero mirar a su alrededor, pensar en quiénes conocen, recordar un poco, y tal vez se percaten que están molestos por un problema que no se relaciona exclusivamente a los recién llegados.

Por otra parte, ese clamor por el fin de la Ley de Ajuste, vociferado por algunos cubanos, habla acerca de la escasa estatura de nuestra solidaridad como nación exiliada, y es un foco rojo que marca uno de los sitios donde nuestra pobre incidencia en la sociedad norteamericana tiene su orígen. Ningún cubano llegó a los Estados Unidos siendo un ciudadano de primer mundo, mucho menos un americano consciente de sus deberes y derechos, y eso es algo que merece ser recordado antes de enarbolar banderas de elitismos de medio pelo.

La Ley de Ajuste Cubano fue concebida entonces previendo el caso que nos ocupa, el de emigrantes no aceptables para vivir en los Estados Unidos; sin embargo, la aplicación relajada de la ley ha traído los lodos que enturbian estas aguas. En todo caso, pienso que es una ley que debe mantenerse, y me pregunto lo siguiente:

¿Por qué un oficial de inmigración no incluye, entre las preguntas sobre taínos y guanahatabeyes, una indagación sobre las calificaciones y los propósitos que el inmigrante trae para insertarse en la sociedad americana como un generador de impuestos y no como un consumidor de beneficios?

¿Por qué no hacer una revisión de esa declaración a los seis meses, al año, al año y medio, antes de decidir si otorgar o no la residencia?

¿Por qué no insistir con esas revisiones, anualmente quizás, en ese interregno entre residencia y ciudadanía?

¿Por qué no revocar el estatus de refugiado o residencia a quien no lo merezca, a esos “emigrantes indeseables”?

En todo caso, cualquier cosa que sucediera, ya sea con el procedimiento de otorgamiento de refugio político, parolee, o el de residencia en los EEUU, pues pienso que en un mundo ideal tal cosa debería tener carácter retroactivo, y revisar el desempeño ciudadano incluso de muchos de los que hoy quieren ver la LAC abolida.

En un mundo real, sin embargo, todo lo que se requiere es la aplicación adecuada de esa ley, lo que salvaría a los cubanos de los cubanos; ley que no es mala per se, como la pintan en Cuba, ni obsoleta o inconveniente, como la describen por acá algunos cubanos de extraña estirpe: la Ley de Ajuste Cubano es en todo caso una ley útil, conveniente, que en manos de una etnia que la supiera aprovechar sería -hubiera sido- un pedestal para elevarnos en lo que hoy, desgraciadamente, no somos: una emigración sólida, unida, pero sobre todo deseable.

…...........

“Y ni siquiera nos preguntaron qué venimos a hacer por el bien de este país, en qué podemos ser útiles, en qué pensamos trabajar: nos dieron el asilo y ya...”, me comentó asombrada mi esposa cuando salimos de la estación migratoria a la oscuridad de las calles de El Paso, hace siete años, a buscar un taxi que nos llevara a un hotel.

“...y llegamos bailando cha cha chá”, le respondo.

Y ambos sonreímos.

miércoles, 21 de octubre de 2015

¿Quién la mató…?

El hijo fotógrafo de Fidel Castro describe en reciente entrevista, mostrando un inusual desvío del mantra familiar, su frustración porque “las cosas” en Cuba no cambian lo suficientemente rápido.

“Las cosas”, ese ente elástico donde cabe todo lo cubano -¿y cómo está la cosa?, es la pregunta/saludo recurrente entre nos-, esa abstracción de lo nacional, lo real y lo intangible, es, para el fotógrafo de la corte, la macroeconomía.

La macroeconomía entonces no está cambiando con la requerida rapidez. Las inversiones no llegan, el Mariel y su megapuerto está en pañales, y se nos (se le) muere Fidel sin resolver el problema de abasto de la moringa.

Ofrece entonces este delfín, apolítico según sus propias palabras (como si un Castro pudiera vivir y lucrar fuera de la política), un curioso atisbo de lo que deben ser las conversaciones de sobremesa en casa del tirano.

“Las cosas” no avanzan, dice mi tocayo fotógrafo, “por culpa de la burocracia y la corrupción. Pero el partido político siempre será el mismo y uno solo. Y la ´gente´ no resuelve el ´problema´ que hace que ´las cosas´ no avancen. Fíjate que mi padre hasta está de acuerdo con los puestos de vender croqueta”, añade con entusiasmo.

“Así que las culpas -insiste- no son nuestras”, remata el rozagante vástago que dice no ser político pero está consciente de que su dinastía tiene que ser, debe ser, es intocable. Es por eso que sí se le pregunta por “las cosas”, por la cosa en sí, por el problema mayor, si se le pregunta quién mató a Cuba, enfático dirá “!Nosotros no fuimos!”.

“Fue Fuenteovejuna, compañero…”, concluirá su idea y se despedirá, hasta la próxima ocasión en que haya una feria para vender fotos de un anciano enfundado en un sudario Adidas a los progres de este mundo nuestro...

martes, 20 de octubre de 2015

Cuando cuatro verdades no son (suficientes)

En reciente artículo, titulado “Cuatro verdades sobre el tema cubano”, publicado en El Nuevo Herald, y firmado por el señor Alexis Jardines ―académico distinguido en el Instituto de Investigaciones Cubanas, en FIU― se cuestiona en esencia el “acercamiento” al gobierno de Cuba por parte del gobierno del presidente Barak Obama.

Prefiero dejar a un lado el tópico de una supuesta conspiración entre el gobierno de Estados Unidos, grupos de empresarios interesados en fomentar negocios con Cuba, una compañía encuestadora y The New York Time para “legitimizar el acercamiento a Cuba”.

Por más que le doy vueltas, no veo qué necesidad tenía ―tiene― el presidente de Estados Unidos de urdir esa complicada red de sucesos, que entrelaza el autor, para decidir ―con la autoridad que le corresponde al ejecutivo― que había que, simplemente, intentar algo diferente al bloqueo/embargo porque, a todas luces, éste no ha funcionado ni funciona en ese tenaz propósito de promover un cambio en Cuba, algo con lo que, por demás, hasta la mayoría de los republicanos concuerda.

Sigo entonces adelante, y llama mi atención una suerte de reductio ad absurdum que propone el señor Jardines, donde argumenta que si el bloqueo debe ser descartado porque no ha funcionado, también debe serlo la política de acercamiento del presidente Obama hacia Cuba pues tampoco esta ha provocado un desmoronamiento instantáneo de la dictadura cubana.

La comparación está, cuando menos, traída por los pelos: no cuesta mucho llegar a la conclusión de que, mientras el bloqueo/embargo ha acumulado evidencia suficiente de su inutilidad en más de medio siglo siendo aplicado por once sucesivas administraciones norteamericanas, la política de mano extendida de Obama aun no cumple siquiera un año de implantada de manera oficial; si se fuera a aplicar con rigor científico esa evaluación de la efectividad de ambas políticas, pues necesitaríamos al menos otro medio siglo de espera.

Regresando entonces al terreno de lo razonable, si bien comparto con el autor la decepción que provoca ver que ―al menos por el momento― la “sin prisa y con pausa” y el cinismo castrista le estén ganando a la iniciativa de buena voluntad del gobierno de Obama, considero que, entre bloqueo y algo nuevo, pues el algo nuevo.

La “suerte” con que ha corrido el desgobierno cubano al ser siempre el mantenido de alguien puede acabarse pronto: Nicolás Maduro puede no ser reelecto en Venezuela, y con ello llegar el final del chavismo y de la ayuda venezolana a Cuba. Eso por sí solo constituiría una presión mucho más poderosa que el bloqueo o cualquier otra medida de “tiempo de paz” contra el gobierno cubano; a la vez, no parece plausible que Rusia (otra vez) o China se vayan a echar al hombro el fardo del castrismo, ni siquiera a cambio de la posibilidad de tener una cabeza de playa tan cercana a la frontera estadounidense.

Mientras el embargo/bloqueo es, además de ineficaz, una medida impopular que empaña la imagen de Estados Unidos (no hay que olvidar las masivas condenas en la ONU), la nueva política de “acercamiento” de Obama puede comenzar a dar resultados a mediano plazo; y aun cuando el desgobierno cubano es tan desalmado como para permitir que se desatara otro período especial, su capacidad de negociación en ausencia de mecenazgos sería casi nula.

Ya no es 1990; en un nuevo escenario de crisis galopante la única puerta abierta para escapar de un cataclismo social y económico en Cuba ―que pudiera ser incluso violento― sería pactar por fin un giro hacia la democracia lo cual, observando el estado de la oposición y la ciudadanía, tampoco sería tan dramático ni inmediato como para desbancar a la dictadura a corto plazo.

Precisamente por ese estado de la ciudadanía que observo es que se me antoja alejada de la realidad otra afirmación del autor, cuando escribe que “los cubanos de la Isla no culpan al embargo de la situación ruinosa que atraviesa el país hace medio siglo, sino a la cúpula gobernante y al propio sistema socialista y unipartidista implantado por ella.”

Los cubanos no culpan a nadie de nada; en realidad, hace mucho tiempo que han desistido de buscar las causas de su drama, y mejor se dedican a sobrevivir. Si acaso, los cubanos están agradecidos de poder vivir en el estilo tercermundistamente despreocupado que se gastan, de que las cosas no lleguen a estar de nuevo como en los años 90 del siglo pasado.

Es más que obvio que a los cubanos no les interesa un cambio de gobierno: más bien le temen a la desaparición de ese statu quo de pacífica miseria socialista que los arropa y prefieren las migajas que la falsa apertura les proporciona a la incertidumbre de una cosa que “unos locos ahí” llaman “otro gobierno y otro sistema”.

Vamos: los cubanos pueden ―podemos― no ser cobardes, como los califica el autor, o dar la impresión de ser parásitos indolentes, pero los cubanos también han estado prestando atención, escuchando las noticias que llegan junto con remesas, visitantes y programas del Paquete: todo indica que en el capitalismo hay que trabajar en serio, que nada es regalado, que “aquello allá afuera” es precisamente lo contrario de lo que tienen ahora con el desgobierno socialistoide y populista.

¿Para qué trabajar entonces?, ¿por qué pagar por servicios que, por muy mediocres que sean, ahora obtienen de gratis?

¿Cambio ―insisten― para qué?

¿Tú ´tá loco, asere?

Lo que tenemos enfrente entonces no son ni culpas, ni deseos de cambios. En su lugar hay remesas, Paquete y regetón, que con eso se vive una (buena) vida. Asere.

[…]

El señor Jardines también plantea en su artículo que Cuba llegó al 17D “totalmente en ruinas y su gobierno sin un centavo”, y que eso es una prueba de que el embargo/bloqueo funcionó.

Esa tipo de afirmación es lo que por acá llaman wishful thinking; es parte del argumentum ad nauseam de los que apoyan el sostenimiento del embargo/bloqueo, tesis que en realidad le hace un tremendo favor a la proverbial ineptitud e ineficacia, no solo de los sistemas socioeconómicos socialistas, sino en lo particular al desgobierno de Cuba, que es una de las administraciones más desastrosas que haya existido en esos desdichados países.

De nuevo: el desgobierno cubano le debe su supervivencia, cual menesterosa meretriz, a la generosidad de mecenas circunstanciales; primero a la URSS y el campo socialista, y después al chavismo venezolano. La cantidad de recursos que recibió Cuba en las primeras tres décadas del castrismo es incalculable ―recursos que fueron dilapidados con total irresponsabilidad―, pero el desgobierno cubano nunca fue capaz, ni antes ni ahora, de crear una economía aceptablemente próspera, con productos exportables abundantes y de alto valor. Vamos, ni siquiera ha logrado que sus vacas se multipliquen y produzcan leche, lo cual es un proceso natural.

Es más que evidente que el embargo/bloqueo no tiene que ver con nada de eso.

Finalmente, el señor Jardines asegura que al presidente Obama en realidad no le interesa un cambio en Cuba (¿?), y que “La Ley de Ajuste Cubano es la verdadera razón por la cual se mantiene la dictadura en Cuba”.

Siguiendo esa línea argumental entonces Obama, al querer perpetuar la dictadura cubana, preferiría que un régimen dictatorial, pro ruso, pro chino, antidemocrático, antiamericano y generador de cuantiosos emigrantes de poca monta floreciera a 90 millas de las costas de Estados Unidos, mientras que once millones de cubanos sólo aspiran a acogerse a la Ley de Ajuste; no se rebelan ―al cabo ya van a emigrar en breve― y por eso el régimen cubano se mantiene en el poder.

Línea argumental que conduce a la eventualidad de un presidente norteamericano conspirador y traidor, listo para ser eliminado por algún superhéroe de Marvel, y una isla vacía a mediano plazo, más fácil de reconstruir ya sin cubanos que estorben en ese empeño.

En resumen, el señor Jardines deja fuera de su análisis elementos fundamentales del “enigma” cubano ―¿quieren realmente los cubanos de adentro de la isla un cambio?― e incorpora otros que no se sostienen por sí mismos. Siento que el autor en su artículo simplifica, a la manera de alguien que chapea la yerba ante sí solo para llegar al otro lado de su argumento, y no para abrir en el terreno repleto de maleza que es el tema cubano brechas libres de dudas.

De tal manera, las “Cuatro verdades sobre el tema cubano” se lee como una accidentada diatriba pro bloqueo, contra la apertura (y por ende contra Obama) y contra la Ley de Ajuste; sesgado sin embargo como está el artículo, se aleja de ser una verdad sólida sobre el tema cubano, y se queda, si acaso, en una verdad a medias.

lunes, 19 de octubre de 2015

El Barrio en llamas

Periodismo de Barrio, el proyecto de la periodista y profesora cubana Elaine Díaz, está bajo fuego.

Y no es para menos: es un proyecto de periodismo que es independiente del gobierno cubano y sus instituciones, y cuya continuidad va a depender de financiamiento extranjero; su propósito es dar a conocer la situación de personas damnificadas por desastres naturales en Cuba, enfatizando la persistencia de ese estado de crisis y la posibilidad de que este empeore.

O sea, es un trabajo periodístico a profundidad -“periodismo lento”, al decir de la líder del proyecto- que debe aportar evidencia sólida para poner en tela de juicio la capacidad y/o voluntad para resolver los acuciantes problemas de los ciudadanos afectados.

O sea, va a documentar la incapacidad y/o falta de voluntad del gobierno cubano para resolver problemas de sus ciudadanos.

Y por eso está bajo fuego Periodismo de Barrio, porque pretende hacer, esta vez con el rigor y oficio de periodistas profesionales, lo que hacen grupos disidentes (“14 y Medio” de Yoani Sánchez es quizás el más conocido) que también informan sobre el acontecer nacional cubano.

El aparataje de “ideólogos” y esbirros que controla y garantiza la buena salud de la censura en Cuba está entonces en estado de alerta. Le han aflojado la correa a uno que otro de los perros de prensa, que han escrito en medios digitales cuestionando la naturaleza del proyecto y la pureza de los propósitos de Elaine Díaz -cuya fidelidad y compromiso con el oficialismo resulta difícil de impugnar-, deslizando insinuaciones y comparaciones con las que intentan colocar a Periodismo de Barrio bajo la misma sombra que cae sobre los grupos de disidencia política.

Al momento que escribo este texto todavía nadie le ha saltado abiertamente a la yugular a Elaine y a su proyecto; todo se ha limitado hasta ahora una conjugación en pasado del verbo decir -ella dijo/yo dije/aquel dijo- pero no dudo que, siguiendo a la publicación de los primeros artículos de PdB (http://periodismodebarrio.org/), el fuego arrecie tanto de forma privada como pública.

Pienso que son deseables iniciativas como las que promueve este proyecto, que parece querer ir más lejos y profundo que otros “independientes” de estos tiempos, como puede ser OnCuba, la mascota del adelantado Hugo Cancio.

Pero es un paso osado lanzar en Cuba una “agencia informativa” que no pertenece a la prensa oficial, ni es controlada por el aparato político gubernamental, ni tiene prebendas que prometer, ni dinero para untar. Y si bien se ha elegido como leit motiv del proyecto un tema humanitario -que puede parecer light dentro de rosario de calamidades de toda índole que asedian a la sociedad cubana desde hace más de medio siglo- es de todas maneras un asunto de sumo interés público: dado el estado de los inmuebles y la infraestructura de desagües y alcantarillados en Cuba, pasar a ser un damnificado es solo cuestión de tiempo y mala suerte.

Pero no hay manera posible de debatir un problema en Cuba y no hablar de la mala gestión del gobierno.

Es así que, a la (incierta) luz de los acontecimientos, la página web del proyecto, junto con los primeros trabajos periodísticos, publica una declaración titulada “¿Por qué hacer Periodismo de Barrio en Cuba hoy?”

Es lógico, y esperable, que Elaine Díaz proteja su creación. Sería tonto que no lo hiciera, y muestras de ese empeño la ha dado en días recientes al responder a textos publicados por castroblogueros sobre el tema de marras. Este nuevo “comunicado” va más allá de esas respuestas necesarias y tiene el claro propósito de hacer visible, para tirios y troyanos, el color político de Periodismo de Barrio.

Más que una declaración de principios, lo que se lee en ese texto es el final de una declaración; una que comienza diciendo que “el periodismo es una promesa implícita de cambio”, y que termina diciendo que el proyecto Periodismo de Barrio no aceptará “donaciones de ninguna institución que busque – o haya buscado – la subversión del sistema político cubano”.

Con ello Periodismo de Barrio se muerde la cola y abraza el absurdo más recurrente del pensamiento progre cubano: el del cambio sin cambio.

Es loable que el proyecto se enfoque en esa capa vulnerable que son los damnificados, donde el problema sigue siendo el drama no resuelto de esas personas; pero ese es un problema que no soluciona un gobierno que es inepto e ineficaz; gobierno que es a todas luces el problema en sí, porque esos desdichados ciudadanos no son víctimas de ciclones o inundaciones: lo son de la desidia de los des-gobernantes, de la obsolecencia del "proyecto" cubano, del desastre económico y sociopolítico que es la Cuba contemporánea.

Por tanto, si Periodismo de Barrio, por las razones que sean, elude explícitamente la confrontación política -a pesar de que no se declara neutral-, está evitando tomar al toro por los cuernos pero también está apoyando, igualmente de manera explícita, la continuidad de ese paleogobierno de generales y comisarios, que es el orígen primordial de las desgracias de los damnificados.

Nadie le puede pedir a Elaine Díaz y sus colaboradores que -tengan o no el propósito de hacerlo- se suiciden politicamente en un país que tritura a los que se oponen. Pero al trazar una línea que deja fuera de Periodismo de Barrio a quienes quieren ver en Cuba otro gobierno, otras oportunidades -”El periodismo es una promesa implícita de cambio”- el proyecto nace entonces atrapado en la paradoja de denunciar un mal cuyas causas al mismo tiempo protege.

Pero fuera de las sutilezas de las filias y la supervivencia, PdB es novedoso; no es un simple portal que reproduce noticias de agencias y uno que otro artículo de opinión. Es un periodismo que no se había hecho antes en Cuba, y eso es bueno. Muy bueno. Es además una excelente buena nueva y ejemplo para los profesionales de la prensa, pues puede ser un agente de cambio (ahora sí) para el periodismo cubano.

Sin embargo, no hay que esperar más que eso; PdB no es, para usar sus propias palabras, subversivo, ni tampoco es el empujón que necesita la mole desgubernamental para comenzar a moverse. Tanto lectores como censores deberían tomar nota de ello y dejar que la idea florezca en paz.

Le deseo suerte entonces a Periodismo de Barrio. Y léanlo, que vale la pena.