The Cuban Adjustment Act of 1996 (CAA) provides for a special
procedure under which Cuban natives or citizens and their
accompanying spouses and children may get a green card (permanent
residence). The CAA gives the Attorney General the discretion to
grant permanent residence to Cuban natives or citizens applying for a
green card if:
- They have been present in the United States for at least 1 year
- They have been admitted or paroled
- They are admissible as immigrants
Del sitio web de
la USCIS (United States Citizenship and Immigration Services)
La llegada
“Los cubanos llegaron ya...”
El hombre tararea. Lo hace como al
descuido, desde su estatura de algo más de seis pies -estimo-,
sonriendo amable a la vez que se atusa con gesto maquinal un bigote
tupido, recortado de manera que me recuerda a Pedro Albizu Campos.
Sonreímos de vuelta mi esposa y yo,
con la timidez que el momento nos impone y el hombre, que resultó
ser portoriqueño, le dice algo en inglés al otro oficial de
inmigración, el mismo que enfático y también sonriente nos dijo
“Welcome to the United States!” cuando entramos a la oficina hace
unos minutos, y que ahora interrumpe su teclear, toma unos papeles
del escritorio y nos los entrega: “Llenen estas formas, por favor”,
instruye en un español enlatado y se sienta otra vez tras su
computadora.
“Tranquilos, cubanos, que ya están
en buenas manos...”, dice, otra vez como de pasada, el oficial
portoriqueño que, además de conocer música cubana, luce en la
manga de la camisa un emblema de Homeland Security y unos galones que
lo distinguen como oficial superior, quizás al mando de esta
estación fronteriza en el cruce Ciudad Juárez-El Paso. De repente
detiene su inquieto caminar por la reducida oficina; escucha con
atención cuando un graznido electrónido escapa de su radio y
seguidamente, sin despedirse, sale por una puerta distinta a la que
entramos al lugar. Ya no lo volvimos a ver.
Mi mirada se posa en la pared, junto a
la puerta. Allí cuelga un poster que lista las prioridades de
atención para los que allí arriban. “Mujeres embarazadas o
acompañadas de menores de edad” se lee en la primera línea; mi
esposa tiene siete meses de embarazo, y trae en su vientre a mi
primer hijo americano.
Ocho horas más tarde fuimos admitidos
“bajo palabra”, parolees, en el territorio de los Estados
Unidos de América.
Fue ese el colofón a una larga espera;
primero, encerrados en una celda de detención -cambio de turno,
alguien dijo-; después, una entrevista agotadora con otro oficial,
esta vez un mexicano-americano, de los que llaman “pochos” en el
otro lado de la frontera. “Yo soy científico, oficial; trabajo
en...”, intento explicarle al hombre, que me observa con
indiferente desdén.
“Le voy a hacer unas preguntas;
necesito que preste atención y responda con veracidad”, me
interrumpe, y sin más preambulo comienza un interrogatorio, que se
extiende por dos horas y que incluye preguntas tan exóticas como
cuáles eran los nombres de los grupos de indígenas que habitaban
Cuba a la llegada de los españoles.
“Así que viene a este país vivir de
su familia y del welfare, ¿no?”, sentencia el oficial en su
español mexicano-norteño cuando por fin termina su cuestionario y
me entrega una tarjeta de cartulina blanca, que se convierte ipso
facto en el documento más importante de mi vida. “No, nada de
eso; yo...”, intento protestar, pero el hombre de nuevo me
interrumpe: “Que le vaya bien...”, musita, me da la espalda, y
desaparece en los pasillos de la estación migratoria. “Pinche
mexicano...”, pienso en mi jerga aprendida, y abro la puerta encima
de la cual hay un letrero lumínico, que dice EXIT, y que me anuncia
que esa la entrada a mi nuevo país.
…..............
El ajuste
Las historias de trámites
y desenredos de los cubanos que, huyendo de Cuba, arriban a los
Estados Unidos buscando asilo político, son muy parecidas. No es
nada excepcional entonces que, apenas tres meses después de haber
entrado al país, mi esposa y yo ya estábamos apertrechados con
número de seguridad social, licencia de conducción y permiso de
trabajo.
Tampoco lo es que siete
años después de desandar la penumbra de la medianoche en las calles
de El Paso, obtuviéramos la ciudadanía estadounidense.
Pero antes que eso
sucediera, un año y medio después de ser admitidos como refugiados
cubanos “bajo palabra” en el territorio de los Estados Unidos,
obtuvimos el estatus de residentes, amparados por la Ley de Ajuste
Cubano (LAC).
La LAC es la hija pródiga
del forcejeo político entre los gobiernos de los Estados Unidos y
Cuba. Su letra y espíritu les garantizan a los cubanos un estado de
excepción que les permite a estos el acceso irrestricto a un estado
migratorio estable -el de la residencia legal- a la vez que despeja
el camino para la pronta y subsiguiente adquisición de la poderosa
ciudadanía americana.
La Ley de Ajuste Cubano,
ley que cuenta con todo lo necesario para funcionar como un
intrumento eficiente y pragmático, pero que no se aplica a ultranza;
la Ley de Ajuste Cubano, a la cual le deben centenares de miles de
cubanos en los Estados Unidos y en Cuba que sus vidas no sean peor de
lo que alguna vez lo fueran.
Ley cuya pertinencia está
siendo impugnada cada vez con mayor intensidad por los más disímiles
adversarios, y que está en peligro de desaparecer.
El desajuste
“Unlike other immigrants, Cubans are not required to enter the
United States at a port-of-entry. Second, being a public charge
doesn't make a Cuban ineligible to become a permanent resident.”
Tomado de
Wikipedia
Dejando a un lado -tan
absurdo resulta- el enigmático reclamo del desgobierno cubano para
que se derogue la LAC, debo reconocer que no me queda claro quiénes
dentro de la comunidad cubana en el exilio están exigiendo el fin de
esa controversial ley.
Algunos dicen que son
cubanos afiliados al republicanismo estadounidense; otros alegan que
ese reclamo es solo la indignada reacción de cubanos “de bien”,
avergonzados por lo que ven y escuchan, alarmados por la incivilidad,
la chusmería, el mal gusto, la mediocridad; apremiados por la
proliferación de las malas artes importadas desde Cuba junto con sus
“refugiados políticos”; asediados por la omnipresencia del
“invento”, el desfalco, el robo, la estafa, la vagancia y la
inutilidad social convertidas en método; amenazados por la
ebullición de todo ello dentro de una comunidad encerrada en el
absurdo afán de que sea Cuba y el barrio otra vez, pero esta vez
bajo el amparo de la humedad de la Florida -!Ehto é igualito que
Cuba, asere, pero con dinero y mah calol!-, y bajo la protección,
supuestamente, de la Ley de Ajuste Cubano.
A pesar que los desmanes,
venturas y expedientes que se gastan muchos cubanos en el sur de la
Florida son harto conocidos, no poco han contribuido a ese estado de
opinión los artículos publicados en fecha reciente en el Sun
Sentinel, donde se denuncian tanto las prácticas de delincuentes
comunes de origen cubano, como el modus vivendi de los
“emigrados de estómago”, cuyo principio y fin parece ser cobrar
cheques de ayuda social y viajar a Cuba con notoria frecuencia.
Esos encendidos
editoriales sin embargo disparan a granel; no hacen distinción, y
colocan a todos -los estafadores, los vividores, los inútiles, a
cubanos “buenos” y “malos”- bajo una misma luz -sombra,
debiera decir-: la de una comunidad de emigrantes indeseables.
Es seguro entonces -no
puede ser de otra manera- que el gobierno de los Estados Unidos está
tomando nota de lo que sucede.
Si en un lugar tan
alejado de Hialeah y la Pequeña Habana como puede serlo una árida
estación de Homeland Security en la frontera Ciudad Juárez-El Paso
hay al menos un oficial de immigración de origen latino que
injustamente generaliza y no se limita en expresar su desprecio por
los cubanos que llegan en busca de asilo; si un periódico de cierta
notoriedad en el sur de la Florida escribe in extenso sobre
las manchas que empañan a la comunidad cubana; si hay grupos de
poder que por diversas agendas políticas cabildean a favor del
término de la LAC, es de esperar entonces que a un plazo más corto
que mediano algo suceda con la Ley de Ajuste Cubano.
Pero, ¿es realmente
justa esa preocupación por la persistencia y aplicación de esa ley?
El reajuste
A pesar de la
incontestable evidencia de que algo anda muy mal en la comunidad
cubana en el exilio, la Ley de Ajuste Cubano no es el problema.
El problema, si acaso,
está en cómo separar la paja del trigo durante el proceso de
admisión de los refugiados, o en la entrevista que tiene lugar antes
de obtener la residencia, justo cuando la Ley de Ajuste Cubano va a
ser usada. O sea, pudiera estar el problema precisamente en aplicar
la LAC sin usar todas las prerrogativas que esta contiene. Pero el
problema real en sí, insisto, no es esa ley ni ninguna otra: el
problema, admitámoslo de una vez, son los cubanos.
El exilio cubano en los
Estados Unidos, que una vez fuera considerado una de las minorías
más pujantes y de mayor éxito en este país, ya no es lo que fue.
Este no es un hecho casual sino causal: tampoco son los cubanos lo
que una vez fueron.
Hoy, como viene
sucediendo desde hace décadas, los mayoría de cubanos son acogidos
al por mayor bajo el amparo de su admisión como refugiados, por la
ley de “pies secos-pies mojados” y por la Ley de Ajuste Cubano;
pero la calidad social de la emigración cubana -y por ende de la
comunidad en pleno que, como se sabe, es medida tanto por sus muchos
como por sus menos- es cada vez más baja.
Por supuesto, eso no es
nada para asombrarse: no se puede esperar otra cosa en personas que
vienen de un país que es un paria social, cultural y económico en
un mundo hiperconectado y global que le lleva medio siglo de ventaja
a los cubanos.
Si bien los valores de
convivencia, civilidad, conciencia ciudadana y desempeño social
exitoso ya habían sido estremecidos en Cuba por el culto al
igualitarismo, por el intento infructuoso de clonar un “hombre
nuevo” -supraburgués, ultraproletario, ajeno a cualquier clase
social que no fuera lo obrero campesino-, culto acunado y alentado
por la ideología totalitaria y anacrónica de la dictadura cubana,
esos valores, decía, recibieron un demoledor y definitivo golpe de
gracia con el advenimiento del llamado Período Especial.
A partir de 1990, en
menos de dos años, los cubanos pasaron de ser una sociedad con
expectativas optimistas -aunque el optimismo obedeciera más a una
piadosa ignorancia de lo que sucedía en el mundo exterior que a
cualquier otra cosa-, pasaron decía a ser una manada en frenética
estampida por la supervivencia.
El individualismo, no en
esa variante creativa que sostiene al capitalismo, sino en su
vertiente más mezquina, se instauró como norma en Cuba.
Proliferaron el robo, la ilegalidad, el contrabando, la prostitución,
el proxenetismo; se agudizó y generalizó la miseria, y ya no se
trataba de que no se atisbara luz al final del tunel: ya no había
tunel, sino un oscuro pozo sin fondo.
Si antes de ese
monumental desplome de los 90 ya el concepto de vivir subsidiados,
con servicios -salud, educación- mediocres pero regalados -por no
mencionar las consecuencias de la falta de democracia- estaba
entretejido en lo más intrincado de la idiosincracia de cuatro
generaciones de cubanos, la compulsión a sobrevivir sin trabajar y
sin obligaciones ciudadanas se volvió entonces cada vez más
atractiva, pero sobre todo factible.
Por otra parte, los
referentes culturales de valor se disolvieron en la oscuridad de los
apagones, o simplemente fueron ignorados en el fragor de una multiud
famélica peleando para comprar refresco a granel; la vulgaridad pasó
a ser la norma, y en medio de la -tradicional- ansiedad por lo que
llegaba “de afuera” se aceleró la caída en picada de la ya de
por sí escasa educación formal; hasta la música nacional, baluarte
recurrente de la buena cubanía, se estremeció y cedió su lugar
ante el embate de la importación de música marginal de pésimo
gusto.
El comportamiento
antisocial se hizo cotidiano, la sociedad mutó para peor y ni Cuba,
ni los cubanos, jamás han podido recuperarse de ese cataclismo. Fue
el comienzo de la Era del Regetonismo, que dura hasta nuestros días.
En ese contexto una
generación modificó su comportamiento, otra creció con esos
“valores”, y otra le siguió sin saber siquiera que las cosas
habían sido muy diferentes en otra epoca no muy lejana: son esos
cubanos que no conocieron ni disfrutaron de la “bonanza”
ochentera, que solo saben de escacez, miseria, apagones, cuya
mentalidad está metalizada a fuerza de carencias, y que ahora
enfilan rumbo norte buscando su pedazo de pastel: la Ley de Ajuste
también los ampara, y ellos traen consigo el modus operandi
de una sociedad que hace mucho no es la nuestra y que, en realidad,
ya no entendemos muy bien.
Dicho de otra manera, los
cubanos son admitidos en territorio norteamericano con un “bienvenido
y adelante”, importando con ello lo positivo que haya en esas
personas, pero lo negativo también entra a raudales: las entrevistas
de admisión son casi identicas, y no están diseñadas para indagar
en la calidad moral, profesional o ciudadana de los entrevistados.
Pero hay que decirlo de
nuevo: la Ley de Ajuste Cubano no es causa en sí de los problemas:
la largueza con que la misma se aplica, y con la que por ende los
EEUU admiten a los cubanos que arriban a sus fronteras, es la que
debiera ser regulada.
La ley bien aplicada,
pero los cubanos...
Aun si no existiera la
Ley de Ajuste Cubano, los mismos cubanos que son “indeseables” a
los ojos y sentir de parte de la comunidad cubana y que son sujeto de
los desvelos del Sun Sentinel, permanecerían en los EEUU y
harían lo mismo que ahora hacen.
Lo unico diferente sería
su estado migratorio: serían refugiados en el territorio de los EEUU
que deberían prorrogar su estatus anualmente; pero eso no haría
desaparecer ni a estafadores ni la baja estofa que lastra el escorado
prestigio de la comunidad cubana en el sur de la Florida.
Yo estoy de acuerdo con
que la LAC necesita ser aplicada al pie de su letra: eso sería una
excelente noticia para el rescate del esplendor que una vez tuvieron
los cubanos como grupo emprendedor y distinguido. Ese rescate que
comenzaría con el uso de los filtros que ya existen dentro de
la letra de la ley: aceptar a admisibles, rechazar a no admisibles.
Pero no hay que perder de
vista que ese deterioro de la calidad de la sociedad cubana en el
exilio no se ha dado de la noche a la mañana; ha sido un proceso
acumulativo que quizás se remonte hasta el éxodo del Mariel.
Quienes claman por la derogación de la LAC culpando de la mala
calidad de nuestra comunidad a la reciente ola migratoria cubana,
deben primero mirar a su alrededor, pensar en quiénes conocen,
recordar un poco, y tal vez se percaten que están molestos por un
problema que no se relaciona exclusivamente a los recién llegados.
Por otra parte, ese
clamor por el fin de la Ley de Ajuste, vociferado por algunos
cubanos, habla acerca de la escasa estatura de nuestra solidaridad
como nación exiliada, y es un foco rojo que marca uno de los sitios
donde nuestra pobre incidencia en la sociedad norteamericana tiene su
orígen. Ningún cubano llegó a los Estados Unidos siendo un
ciudadano de primer mundo, mucho menos un americano consciente de sus
deberes y derechos, y eso es algo que merece ser recordado antes de
enarbolar banderas de elitismos de medio pelo.
La Ley de
Ajuste Cubano fue concebida entonces previendo el caso que nos ocupa,
el de emigrantes no aceptables para vivir en los Estados Unidos; sin
embargo, la aplicación relajada de la ley ha traído los lodos que
enturbian estas aguas. En todo caso, pienso que es una ley que debe
mantenerse, y me pregunto lo siguiente:
¿Por qué
un oficial de inmigración no incluye, entre las preguntas sobre
taínos y guanahatabeyes, una indagación sobre las calificaciones y
los propósitos que el inmigrante trae para insertarse en la sociedad
americana como un generador de impuestos y no como un consumidor de
beneficios?
¿Por qué
no hacer una revisión de esa declaración a los seis meses, al año,
al año y medio, antes de decidir si otorgar o no la residencia?
¿Por qué
no insistir con esas revisiones, anualmente quizás, en ese
interregno entre residencia y ciudadanía?
¿Por qué
no revocar el estatus de refugiado o residencia a quien no lo
merezca, a esos “emigrantes indeseables”?
En todo
caso, cualquier cosa que sucediera, ya sea con el procedimiento de
otorgamiento de refugio político, parolee, o el de residencia
en los EEUU, pues pienso que en un mundo ideal tal cosa debería
tener carácter retroactivo, y revisar el desempeño ciudadano
incluso de muchos de los que hoy quieren ver la LAC abolida.
En un mundo
real, sin embargo, todo lo que se requiere es la aplicación adecuada
de esa ley, lo que salvaría a los cubanos de los cubanos; ley que no
es mala per se, como la pintan en Cuba, ni obsoleta o
inconveniente, como la describen por acá algunos cubanos de extraña
estirpe: la Ley de Ajuste Cubano es en todo caso una ley útil,
conveniente, que en manos de una etnia que la supiera aprovechar
sería -hubiera sido- un pedestal para elevarnos en lo que hoy,
desgraciadamente, no somos: una emigración sólida, unida, pero
sobre todo deseable.
…...........
“Y ni siquiera nos preguntaron qué
venimos a hacer por el bien de este país, en qué podemos ser
útiles, en qué pensamos trabajar: nos dieron el asilo y ya...”,
me comentó asombrada mi esposa cuando salimos de la estación
migratoria a la oscuridad de las calles de El Paso, hace siete años,
a buscar un taxi que nos llevara a un hotel.
“...y llegamos bailando cha cha chá”,
le respondo.
Y ambos sonreímos.
Y ambos sonreímos.