- Ganaron la gubernatura de Virginia.
- Ganaron la gubernatura de New Jersey, donde además dominan la legislatura, al igual que en el estado de Washington.
- En Georgia ganaron en la legislatura local dos asientos tradicionalmente ocupados por republicanos.
- En Maine los votantes rechazaron masivamente la propuesta republicana de limitar el Medicare.
- En los condados de Weschester y Nassau, en Nueva York, los demócratas ganaron el gobierno local.
- En la ciudad donde vivo, Town of Hempstead, los demócratas ganaron y están en el poder por primera vez en cien años.
Tras los hechos, ocurridos hace apenas un par de meses, el presidente Trump y el Fiscal General Session visitaron la zona para reafirmar la voluntad de erradicar esa peste, y de paso apuntalar la idea de que la deportación de latinos es imprescindible.
No son casuales los recientes anuncios por parte de gobierno federal de la cancelación de las residencias temporales a miles de hondureños y nicaragüenses, bajo la premisa de que las condiciones adversas que hicieron a esas personas abandonar sus paises de origen ya no existen.
Pero lo que resulta interesante en estas elecciones es que en lugares tan disímiles como Virginia, el estado de Washington, Georgia o Nueva York la tendencia electoral haya sido similar.
La competencia electoral parece tener lugar, de nuevo, entre los suburbios y las grandes ciudades, y las zonas rurales. Como en Virginia, donde la América rural, blanca y evangelista, componente fundamental del núcleo del 35% agónico e incondicional de Trump, votó por el candidato republicano mientras la clase urbana, que parece ahora otorgar o penalizar de acuerdo a la gestión del político de turno, dió su voto al candidato demócrata.
Lo cierto es que este pasado martes 7 de noviembre y de eleciones fue un día feliz para los desesperados demócratas y un foco, digamos que amarillo, para el Partido Republicano.
Quizás sea prematuro afirmar que el Trumpismo ya no es lo que fue hace un año, y que el voto de castigo de los desencantados está comenzando a llegar a las urnas.
Quizás sea prematuro, insisto, pero, si bastan dos casualidades para marcar tendencia, ¿qué decir de casi una decena de derrotas republicanas en un solo día? No creo sin embargo que el republicanismo per se esté a la baja; es el trumpismo el que lo lastra y arrastra a lugares muy difíciles de sostener.
“Trumpism without Trump can show the way forward,” declaró hace unos días Steve Bannon, ex-consejero de Trump e ideólogo del republicanismo más rancio.
Hoy no parece tan viable esa idea.
Hace un año una buena parte del electorado republicano se alineó más con Trump que con el propio Partido Republicano. Pero puede que esa fascinación con el outsider de boca floja y discurso bravucón ya esté de salida.
Este martes de elecciones, cuando una parte del electorado (la ganadora) salió a penalizar a Trump, fue quizás un adelanto de lo que se verá en las elecciones intermedias del 2018.
Ese regreso a la sobriedad, forzado por la evidencia, puede dejar a Trump y al trumpismo a la orilla de la carretera política más pronto de lo que se pensaba.
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