Tomé una asignatura en mis estudios de
ingeniería que trataba sobre el control de la contaminación
industrial.
No recuerdo siquiera al profesor o
profesora -no me parecía muy importante el tema por entonces- pero
un par de anécdotas se quedaron conmigo:
Una empresa de alimentos vertía sus
desechos en un río. Después de varios intentos fallidos para que la
compañía controlara la contaminación que provocaba, un juez ordenó
que la toma del agua que la fábrica necesitaba para su proceso debía
ser ubicada en el río aguas abajo de la tubería que vertía los
desechos.
Se resolvió el problema.
Otra empresa, metalúrgica, en Europa,
producía enormes cantidades de gases tóxicos y de combustión. La
legislación del país no la afectaba pero los países vecinos se
quejaron en una corte internacional y demandaron indemnización. La
compañía pagó sus multas y continuó contaminando.
Se resolvió el problema.
Ayer el presidente Trump anunció que
los Estados Unidos se retira del Acuerdo de París.
Apiló el presidente, entre repugnantes
adulaciones y tibios aplausos, argumentos de corte nacionalista,
declaraciones patrioteras, pininos electoreros -I happen to love
the coal miners, dijo- y seguidamente retiró el compromiso de
los Estados Unidos de América de reducir emisiones de gases para
evitar el aumento de la temperatura en el planeta.
A tiny, tiny amount, esa
reducción de temperatura, le explicó Trump con expresión hastiada
a cortesanos y televidentes. Y que no vale la pena, dijo. Vamos, ni
siquiera blandió la bandera medieval republicana y negó de plano el
calentamiento global. Solo declaró que no contaminar no es America
First y que, insistió, no vale la pena.
Tan falaz fue el discurso que no se
atrevió a mencionar que el declive de la industria del carbón se
debe a que el gas natural es más barato y menos contaminante, y no a
políticas medioambientales. O que el mercurio que contamina suelos,
flora y fauna en los Estados Unidos se debe precisamente a la quema
de carbón.
Pero dejemos a un lado el discurso
republicano que descalifica el calentamiento global, esa ciencia
republicana cuya prueba más contundente es la negación: la retirada
del Acuerdo de Paris es solo una concesión a la gran industria
americana, just bussiness, como lo es la sustitución del
carbón por gas natural.
Es, sépase, el banderazo para que haya
empresas que puedan verter sus residuos en el río, para que por las
chimeneas escape todo el gas y el humo que, segun el presidente,
traerán más trabajo porque, dice el infeliz, it´s time to make
America great again.
El aquelarre trumpo-republicano va
durar cuatro años, ocho si los demócratas no encuentran su camino o
si los republicanos no terminaran por acopiar el decoro necesario
para desbancar a su fantoche.
Nuestro país, y el planeta, pueden
sobrevivir ocho años de Bannons, Scott Pruitt -ese lamentable
Administrador de la EPA- y, claro, de trumpismo, que va extinguirse
por razones de fuerza mayor. Muchos tenemos la esperanza que lo que siga sea menos vergonzoso para los Estados Unidos que el circo de tres pistas que anima Trump.
Porque después, todo regresara a otra
normalidad.
Después, quedará resuelto el
problema.
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