Finalmente, Trump llegó a la Pequeña
Habana.
Llegó, además, a
un teatro, nombrado Manuel Artime, ese que fue el líder político
de la invasión de Playa Girón.
Por qué lo llevaron allí,
y no a otro lugar de la bella y
húmeda Miami, no lo sé a ciencia cierta.
Pero es posible asumir,
sin temor a equivocación, que los organizadores de la visita, los
senadores y representantes cubanoamericanos de la Florida, quisieron
montar un escenario apropiado para la supuesta aniquilación de la
política obamense, esa que acercó tanto a Cuba y Estados Unidos que
casi aplasta en aquel torpe abrazo al conflicto que alimenta odios,
empresas, castrodiscursos, estériles debates, y en no última
instancia, a las propias carreras políticas de los anfitriones del
presidente Trump.
Allí pues, en aquel
teatro, símbolo de la guerra civil y desunión cubana, le
esperaba de lo más rancio y vocinglero del
anticastrismo; también aguardaban algunos
disidentes -de por qué esos, y no otros también, es tema para otra
parrafada-, y una pléyade de políticos;
algunos miameros, Rubios, Balarts,
más el anodino
vicepresidente Pence, y otros que, siguiendo lo
que parece se va convirtiendo en penosa tradición, se deshicieron en
loas al presidente, alabando desde su sapiencia
hasta su generosa presencia en nuestras
vidas.
Aquelarre politiquero,
más mitin electoral que acto presidencial, hubo allí de todo como
en botica republicana. Pase de lista en tortuoso
español, estrechones de mano, agradecimientos, una extraña
anécdota y hasta un violinista que atormentó
por un par de minutos a "The Star- Spangled Banner", antes
de desvanecerse en medio de una
ovación de entusiasmado alivio.
Cabalgó Trump en la cresta de
la ola de su audiencia, disfrutó cada segundo de la escasa hora que
allí permaneció; se bebió cada aclamación, cada gesto aprobatorio
de su gestión, apuró hasta el último chillido patriótico del
violín.
De aplauso en aplauso, de vítor
a grito, llegó la apoteósis, la firma de las nuevas disposiciones
del gobierno de los Estados Unidos que regirán la política de
nuestro país hacia el Gobierno de Cuba durante los próximos tres
años y unos meses, y por cuatro años más después de ese plazo, si
es que logra el presidente rebasar el 35% de aprobación en el cuál
está sumido hace ya buen rato.
Y se terminó el acto.
De los que allí estuvieron, y
de los que siguieron el acontecimiento a distancia, muchos no
entendieron que lo que acababan de presenciar había sido solo una
bravuconada trumpera, una arenga belicosa declamada a la medida de
ese público, alpiste para aves de conflicto.
Que les habían
restregado en los rostros congestionados un trozo caduco de Guerra
Fría, y eso no les dejó ver que, en realidad, los mayores y más
importantes componentes de la política del Presidente Obama hacia
Cuba habían sobrevivido a las expectativas, esperanzas, y temores de
todas las partes.
Prólogo al
Teatro Artime
Durante las últimas semanas la
comidilla en la red social cubana había sido qué iba a hacer Trump
con respecto a Cuba y la bonanza usa-cubana heredada de Obama. Qué
se eliminará, nos preguntábamos, cuánto de ello, y, ya que se
sabía el dónde -Miami-, cuándo sería.
El viernes, la siguiente
semana, la otra, el lunes, no, el siguiente viernes; así nos fuimos
aproximando al 16 de junio, abriéndonos camino entre especulaciones,
fragmentos de declaraciones -semioficiales, oficiales-, la
desinformación de MartiNews y sus “reporteros” hiperpolitizados,
y las opiniones de los expertos de las redes sociales oficialistas
cubanas, para-oficialistas, opositoras, independientes y
para-independientes.
El hecho es que para la mañana
del viernes 16 de junio del 2017 ya cada agencia noticiosa de
importancia había publicado la lista detallada de los cambios que
Trump anunciaría de manera oficial al mediodía de ese mismo día en
el teatro Manuel Artime de La Pequeña Habana.
El mismo teatro, oportuno
mencionar, donde hace unos años se presentó Buenafé, ese grupo
cliente de la UJC, escalinatas y la castromilitancia. Los símbolos,
debe saberse, ya no son lo que eran.
Con tanta información
disponible entonces, de estar prestando atención, el lector
informado ya sabría a qué atenerse antes que el Air Force One
aterrizara en el aeropuerto de Miami y, salvo algún cambio
atribuible a, al decir de James Comey, “the nature of the person”,
todo estaba dicho y escrito.
Sin embargo,
a
malos entendedores...
Los de
aquí
Entre todo lo alucinante visto y
escuchado el pasado viernes está, en primer lugar, precisamente
lo sucedido en el teatro Manuel Artime:
La hipnosis colectiva de una multitud
trumpista, cubanoderechista, radical, aplaudiendo, frenética, al
presidente mientras este, entre amenazas y promesas traídas de la
Guerra Fría, dejaba prácticamente intacta la política de Obama
hacia Cuba.
Los de allá
Cry 'Havoc!', and let slip the dogs
of war.
Una parte de la
disidencia cubana vió la apertura promovida por Obama como
una losa que le colocaban
encima.
Para disidentes como Antonio
Rodiles y Ailer González Mena, asiduos asistentes a eventos y
convocatorias anti castristas en Miami -también estaban en el teatro
Artime- no se trató sin embargo de quitarse de encima esa losa; se
trataba de pulverizarla, y dejar que un viento de ira dispersara el
polvo.
El discurso de esos
disidentes, de probado coraje, y alineamiento con las posiciones más
radicales que los ha separado de otros importantes actores de la
oposición cubana, ha sido a favor de la aniquilación de cualquier
cosa obámica; tabula rasa, que venga el bloqueo, que regrese la
confrontación, borrón y cuenta vieja.
Havoc, babe, cry havoc.
Sus expectativas, el frotar de manos que se pudo apreciar en cada tweet, en
cada declaración, en cada escrito anticipando la masacre que,
suponían, desataría Trump en su discurso del pasado viernes, no
fueron cumplidas, a pesar de que González Mena escribiera en su
cuenta de Facebook que el discurso de Trump fue “coquito con
mortadella”.
Entendieron lo que quisieron
entender.
¿Entre dos aguas?
No quedaron a la saga las
voces del tardocastrismo, como llama a esta etapa post
fidelista mi amigo Carlos Cabrera.
Quizás la más relevante, por
su visibilidad e inmediatez, fue la de Elaine Díaz Rodríguez,
periodista y líder del proyecto Periodismo de Barrio.
Justo al terminar el discurso
del presidente Trump, Díaz Rodríguez publicó, de manera simultánea
en varios sitios digitales -en Facebook, en su blog La Polémica
Digital, en la Revista Factum y en Global Voices-, una “carta a
Trump”, una suerte de bala que ya esperaba en el directo a la
última palabra del discurso de Trump para ser disparada.
Aparentemente precocida, y
hasta traducida al inglés, lo cierto es que la "carta" merecía una buena
revisión que le secara lágrimas, le soplara los mocos, y le quitara
ese sonido tan a lo Granma; para que fuera más apegada a la realidad
de lo sucedido, vamos. Más elegante, pues.
Pero en este caso no parece ser
importante la realidad, sino la opinión.
Quizás los dos puntos
más interesantes de la “carta” son el elogio al coraje del
Presidente George.W. Bush (!¡), y el deja vu
fidelcástrico con que termina la combativa misiva: “nuestra
dignidad sigue intacta”, dice, y donde dignidad suena,
inevitablemente, como dignidá.
Elaine, quizás porque se
anticipó, pareciera no haber entendido.
“¡Qué pluma!”, dejó
dicho en un comentario Ernesto Londoño, el periodista colombiano del
New Yok Times experto en asuntos cubanos, que tampoco entendió nada.
Y hablando de quiénes no quieren entender...
¡Señores Imperialistas,
aquí no queremos entender absolutamente nada!
De la “Declaración
del Gobierno Revolucionario”, publicada en la prensa
cubana el 17 de junio del 2017
“Los cambios que sean
necesarios en Cuba, como los realizados desde 1959 y los que estamos
acometiendo ahora como parte del proceso de actualización de nuestro
modelo económico y social, los seguirá decidiendo soberanamente el
pueblo cubano.
Como hemos hecho desde el triunfo del
1ro. de enero de 1959, asumiremos cualquier riesgo y continuaremos
firmes y seguros en la construcción de una nación soberana,
independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible.”
Un mejor trato
Pero dejemos a un lado la
retórica del presidente Trump, el discurso agresivo de Balarts y
Rubios, la reacción de los tardocastristas, las ansias de la
disidencia radical, la socatez del discurso oficial cubano.
Nada de ello es particularmente
importante.
Lo importante es que la
proposición del presidente Trump, dirigida a evitar que el dinero
americano fluya hacia las arcas de los militares que controlan la
industria turística cubana, es un paso correcto.
También insistir en que, en
este casi post-raulismo, haya una apertura democrática, que cese de
una vez la represión, que se liberen a los prisioneros políticos,
es algo decente, necesario, si bien no es consecuente en lo absoluto: no he visto en ninguna parte un
reclamo semejante a China, ni una prohibición a ciudadanos
americanos a viajar, mucho menos a negociar, con ese país.
Sin embargo, las modificaciones
presentadas por Trump a la política del gobierno estadounidense con
respecto a Cuba mejoran la apertura del Presidente Obama, que se sabe
entregó mucho a cambio de nada.
Conservando los elementos
positivos de las medidas del Presidente Obama, el llamado del
presidente Trump a usar los servicios de la iniciativa privada en
Cuba, la no afectación en lo absoluto de la movilidad de cubanos de
uno y otro lado del Estrecho de la Florida o del envío de remesas;
la permanencia de las Embajadas, y por ende la relación entre ambos
gobiernos y de los canales expeditos de negociación, hablan de una
actitud firme pero a la vez todavía constructiva del gobierno de
Trump con respecto a Cuba.
Hablan, y lo entendimos muchos,
de un mejor trato, no para el gobierno de Cuba, claro que no, pero sí
para los cubanos.
Y eso, entiéndase, es lo importante.
Y eso, entiéndase, es lo importante.