La forma del elefante
“Everything
is gonna be great. Believe me...”
D.J. Trump
La atracción o el
desagrado que inspira Trump a seguidores y
detractores respectivamente, el comportamiento compulsivo, la lengua
suelta, la boca floja que lo llevó, entre otros factores, a la
Presidencia, parece que va a ser el sello cotidiano durante lo que
dure el recién estrenado Presidente en la Casa
Blanca.
Gobernando a golpe de
órdenes ejecutivas, enarbolando la pluma como mandarria, demoliendo,
desmontando, tómese como ejemplo de
mala administración el asunto del muro
fronterizo, que más allá de símbolo o barrera física, representa
una idea correcta: hay que proteger la frontera de los Estados
Unidos. Pero la forma, ¡ay, la forma!, de promover la idea es
ofensiva, agresiva, con un innecesario toque de bravuconería
barata, tonta, diciendo que México pagará por la construcción de
dicho muro.
O véase la reciente
orden ejecutiva ordenando la restricción migratoria a
ciudadanos de siete países musulmanes.
La medida, incompleta, mal aplicada,
confusa, y ciertamente hipócrita (ni Arabia Saudita ni los Emiratos
fueron incluidos en ese grupo de países a pesar de que de los 19
terroristas del 9/11, quince fueron sauditas y dos emiratis), y a
pesar de todo ello, la medida, y su contenido, tienen sentido.
Se sabe que todos los
musulmanes no son terroristas, pero que la mayoría de los
terroristas contemporáneos son musulmanes. El terrorismo,
además, no está a la baja; es el
signo de nuestros tiempos. Los atentados que se
han sucedido en Europa ratifican la
necesidad de un control más estricto sobre
la identidad y afiliación tanto de migrantes como de residentes,
lo que en el caso del viejo continente parece casi
imposible.
Pero no en los Estados Unidos.
Las restricciones migratorias
que propone Trump (que, además, tienen límite de tiempo) pueden
aumentar la seguridad en los Estados Unidos. El problema está en
que, como toda medida de caracter general, incluye y excluye a quién
no debiera. La pregunta a responder entonces es, si esa medida,
imperfecta y perfectible como es, disminuye la posibilidad de un
atentado terrorista en territorio americano, ¿quién está dispuesto
a sacrificar seguridad?
Pero la manera brutal e
irresponsable en que la ha aplicado, o intentado aplicar, eclipsa su
relevancia para la seguridad nacional y destaca su aspecto nada
humanitario.
Parece que Trump está operando
varias agendas a la vez: la de sus promesas populistas, la de la
doctrina republicana y, en no menor medida, la de la ideología de
sus asesores más cercanos. Esta última es particularmente
inquietante, pues está demostrado más allá de la duda razonable
que los gobiernos y sociedades que se rigen por ideologías e
ideólogos tienden a fracasar. La ideología es anteojera, camisa de
fuerza, esquina sofocante que es refugio natural para extremistas y
mediocres.
Atrapado entonces entre
la mala forma e idearios ajenos, Trump entrega las ideas,
incluso las que tienen sentido, de tal manera que hace
que su gobierno se parezca cada vez más a la forma fría y
cuasidictatorial de los ideólogos, aderezado todo ello por su más
personal y quizás más grave característica: la narcicista y
patológica reacción a lo que no le agrade o al que se le oponga.
Y la mala noticia:
Apenas ha transcurrido un
mes de la era Trump.
El burro sin contenido
“We need to
talk about a vision for the country — the whole country, not just a
confederation of demographic groups,”
Guy Cecil,
estratega demócrata
Los demócratas, aun acéfalos,
recuerdan a un boxeador, favorito a ganar su pelea, al que le han
propinado un knock-out y que, las piernas temblorosas, la
mirada perdida, solo atina a balbucear que no, que no es posible, que
no es así, mientras el contrario celebra entre abucheos y vítores.
Aun peor:
Los demócratas, anonadados,
apuestan su futuro a un fallo de Trump, y no a una reestructuración
de fondo del Partido Demócrata y su filosofía. Pierden de vista que
los populistas tienden a ser populares, y que Trump, fuera de las
grandes ciudades y sectores liberales de la sociedad, es cada vez más
popular.
El vacío que han dejado
el ex Presidente Obama y Hillary Clinton ha desatado las pugnas por
el poder demócrata. La ya inminente elección para elegir el
Presidente del Comité Nacional Demócrata (CND) es una muestra de
ese fenómeno. Debiera ser, además, un parteaguas en el futuro de
ese partido.
Pero no es tan simple.
Por ejemplo, el ex
VicePresidente Joe Biden ha declarado su apoyo a la candidatura de
Thomas “Tom” Perez para Presidente del CND. Perez, Secretario de
Trabajo de la administración de Obama, es considerado seguidor de la
política Obama-Clinton, la misma que provocó el reciente descalabro
electoral.
“¿Nos vamos a quedar
con este status quo fallido, o nos vamos a mover hacia adelante, con
una restructuración de fondo?”, declaró el senador Bernie Sanders
al respecto de la candidatura de Perez.
El propio Sanders
entiende que tal restructuración pasa por la elección de líderes
afínes al pensamiento progresista que el senador profesa, por
políticos más inclinados a la izquierda, y apoya, junto con la
Senador Elizabeth Warren, el ex líder de la Minoría en el Senado
Harry Reid, y el actual líder de ese grupo, el Senador Chuck
Schumer, la candidatura del Representante Keith Ellison, de
Minnesota, un político de raza negra y fe musulmana.
De una manera u otra, lo
que no se aprecia es el necesario cambio de estrategia en el Partido
Demócrata, no ya que los haga recuperar la confianza del electorado
y los lleve de nuevo, en cuatro años, a la Presidencia, sino que no
parece siquiera que puedan ganar las elecciones intermedias del 2018.
Sin embargo, a pesar de
todo, hay una buena noticia:
Apenas ha transcurrido un
mes de la Era Trump.
Hay entonces tiempo
suficiente para que tirios y troyanos, elefantes y borricos, ganen en
forma y contenido, y para que, con ello, ganemos todos.
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