Nueva York es la belleza
de las bellezas. El centro de todo, la cosmopolita, la
caleidoscópica, la enigmática. Es La Ciudad, y no se diga más.
No hay medias tintas con
ella, no admite visitas cortas y, como a las mujeres intensas, hay
que amarla sin cesar para conocer sus remansos, sus lugares no
comunes, lo que reserva para el que regresa.
Nueva York encandila,
deslumbra, hipnotiza y seduce. Es esa amante fabulosa, sensual,
deliciosa, pero que tiene, como toda mujer poderosa y veleidosa,
demandas: Nueva York siempre quiere, y requiere, tiempo y dinero.
También es, claro que sí,
una perra furiosa, si bien con muchas tetas. Y si te haces con una, y
evitas la mordida, va y la sobrevives, y hasta te sonríes.
Es una ciudad magnánima,
te deja soñar, a todos deja soñar, porque es imposible no soñar en
Nueva York pero, tarde o temprano, se va a ocupar de despertarte.
Y se despierta uno, entonces, a la realidad.
Suerte entonces a Orlando Luis
Pardo Lazo con su nuevo amor, que la va a necesitar.
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