Dickens en mi baño

Google nos recuerda con diligencia que hoy es el natalicio 200 de Charles Dickens y a mi me recuerda aquel librero mitad art deco, mitad cualquier otra cosa, pero defintivamente producto de la creatividad de mi padre, que ya no encontraba donde poner más libros en nuestro minúsculo apartamento y decidió usar una de las paredes del baño para colgar aquella su obra de carpintería y adonde fueron a parar Julio Verne, Salgari, Walter Scott, Conan Doyle, Asimov, Jack London, Mailer, Sholohov, Dumas, Victor Hugo y algunos de los rusos. Los demas se quedaron en cajas o apilados al lado de mi cama, pero Charles Dickens tenía su rincón en el librero: Oliver Twist y David Copperfield, hombro con hombro, desafiando mi imaginación, como era posible que existiera un Fagin, que es eso de niños desamparados y toda esa gente tan fria, rígida y cruel y los releía y releía, hasta que el comején se apoderó del librero y una que otra polilla perforó su tunel a través de mis libros, que ya con páginas amarillentas de nuevo fueron acomodados en cajas. El librero se fue a la azotea, donde fue sostén de oxidadas latas de pintura y pomos de vidrio repletos de clavos, tornillos y arandelas hasta un día que ya no lo ví y se me olvidó preguntar por él.

Para ese tiempo ya yo estaba fuera de la casa, en becas y fiestas y adolescencias y una noche me encontré escuchando a una banda que sonaba muy bien y pregunté y me dijeron “Uriah Heep”, mira eso, me dije, y cuando regresé a la casa desenterré a David Cooperfield de una caja polvorienta y sintonizé el radio buscando a Uriah Heelp en las emisoras AM que llegaban de la Florida y los cayos, y estuve leyendo hasta la mañana.