“En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.”
1.
Déjeme lo digo
antes de que Usted, ciudadano de Internet, lector privilegiado de la prensa
libre, se aburra y se marche a ver que sucede en Twitter o Instagram:
Da igual que Cuba tenga esa constitución que el General apadrina, o aquella la que nos endosó el hermano allá en los años 70 del siglo pasado, mientras la era de la música disco y Star Wars sucedían y en Cuba no nos enterábamos.
Ambos documentos son aburridas declaraciones de tiranía, decretos de absolutismo; compendio vil de ridículos artículos que perpetúan esa antigualla llamada socialismo y, como si fuera poco, informan al que se arriesgue a leer que el partido comunista es el que dirige esa sociedad.
(Dirige, dice. En
serio. Con ese desparpajo que otorga la impunidad.)
Por otra parte,
el Canelato -que a punto de terminar la segunda década del siglo XXI ha
comenzado a utilizar la res social en uno de los países menos conectados del
planeta-, ha adoptado un hashtag, no incluido en ninguna de las dos
constituciones, ni en la vigente, ni en esta de la que ya asegura el sucesor
devenido profeta que será aprobada este mes de febrero, hashtag que anuncia que
ellos, los que desgobiernan, son continuidad. De desgobierno, por supuesto.
O sea, dicen que son, estos engendros remanentes del castrismo tardío, a la vez herederos y ejecutivos del desastre nacional y, la verdad, yo les creo. ¿Y cómo no creerles? ¿Qué otra cosa pudiera ser esa gente, que está vendiendo una constitución obsoleta y disfuncional como si fuera mozuela?
El tema dilema, shakesperiano si no fuera tan isleño, de votar o no votar, ha generado un debate -llamémoslo así- en la res social que no se hizo esperar y que ha dividido, de nuevo, a los cubanos que militan y habitan Internet, en tres nuevos grupos: Yo voto sí, Yo no voto, Yo voto no.
El gran debate
nacional de internet, y ahí andamos, como perros persiguiéndose la cola,
discutiendo sobre si debemos dejar lo que existe, que es ridículo, sustituirlo
con otra cosa, que es absurda, o simplemente ignorar el proceso, tres opciones
que llevan al mismo resultado.
Tenemos el
extraño privilegio de ser la nación que se apasiona, discute, y se va a las
greñas, y no por un cambio, mientras soslaya la naturaleza perenne del régimen
que los sodomiza: constitución mediocre o o constitución mediocre, galgo o
podenco, dicen, en el diferendo más estrafalario de los últimos sesenta años, y
mira que de cosas raras no hemos carecido.
Al final, este
asunto de la constitución raulista se trata precisamente de eso: es un encargo
del general a su heredero. Una tarea de choque, vaya, porque les hace falta
otra de esas votaciones unánimes, multitudinarias, como muestra de apoyo a la
nueva satrapía.
Como aval de la
continuidad, pues.
Por tanto, Canel tiene en sus manos una tarea asignada por sus superiores en el comité de base. Y un (improbable) resultado negativo en esa votación quizás determinaría la continuidad o no, pero solo del canelato, no de la dictadura, que es eterna según ambas constituciones.
¿Y sabe qué? Nada de eso importa: ni una u otra constitución, ni Díaz-Canel, tan desangelado, ni el achacoso general que observa desde las sombras: lo que importa en todo este asunto es ese lema que anuncia la continuidad. Tal parece que nadie le presta atención a tamaña infamia, a ese nuevo Patria o Muerte, ni aquí en lo virtual y mucho menos en la sala de la casa donde el non plus ultra de la disidencia política es un chascarrillo de Pánfilo sobre la carencia de turno.
Un sabueso acosa a los cubanos en esa persecución que ya dura sesenta años, y a los pocos que le preocupa, le preocupa cómo llamar a esa bestia.
Así les va. Así
les irá.
2.
“Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo”
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