“Cuando me desperté, ya
lo había perdido todo...”
El Inversionista
Desconocido Cubano
Mi hermano decía, ya en los lejanos
años 90, y yo he hecho mía la frase, que hacer negocios con el
dinosaurio es arriesgar que un día dé un coletazo y derrumbe todo.
Su pronóstico, con tanto de fatalismo
isleño como de sentido común, se ha cumplido al pie de la letra.
Llegaron a Cuba todos aquellos aventureros de Europa y las Américas,
nuevos adelantados, capitalistas de cuatro dólares, ex-izquierdistas
setenteros, fornicadores de jineteras, bebedores de mojitos, fundando
"firmas" que en poco tiempo fueron cayendo como moscas,
fumigados por el aliento de la bestia.
Ahora les tocó a los nacionales, a la
naciente industria restaurantera, y lo que sucede no es diferente: ha
anunciado el desgobierno que suspende el otorgamiento de licencias,
y que va a revisar las ya existentes.
Hay en Cuba una alergia oficial al
negocio capitalista. Tal es así que la palabra "negociante", el bendecido bussinessman del capitalismo, allá conlleva un
sentido sombrío, amenazante; cuidado con ese tipo, que es un
negociante, se decía y dice. O sea, que no es un confiable
proletario o campesino que trabaja por salario, sino alguien que lo hace por plusvalía.
Cuidado, que no es de los nuestros.
La cosa híbrida que ha estado
malnaciendo en Cuba en los últimos años, ese coqueteo con la
eficiencia del capital, ese te-odio-mi-amor de los comunistas que
necesitan desesperadamente del capitalismo para subsistir, termina
por asustarlos.
Oficialmente declaman que la sociedad
no puede estratificarse en pobres y ricos. Que está mal que alguien
haga dinero con su talento. Prefieren, pareciera, que la sociedad
siga siendo monolítica, terriblemente homogénea, masa informe de
obreros y campesinos disfrutando la equidad de la miseria.
Pero, en realidad, insisto, lo que
tienen es miedo.
Miedo, porque saben que el ciudadano
que no depende del estado es libre por antonomasia. Libre de la
estrechez crónica, de arengas, de marchas en la Plaza, de la
consigna y el lema. Y la libertad, se sabe, es la más mortífera
enemiga de las tiranías.
Le temen entonces tanto a esa libertad
de los empresarios cubanos como a la libertad de palabra, de prensa,
de asociación, o al pluripartidismo. No quieren ver a esos isleños
insolentes conduciendo autos, con altos estándares de vida,
habitando buenas casas, hiperequipadas con lo que se han traído de
Miami, Ecuador o Panamá. Que se jodan de nuevo, es lo que murmura el
dinosaurio, y se dispone a incinerar la incipiente iniciativa privada
cubana.
Mucho menos les gusta a los coroneles y
generales la idea de que alguien desde el extranjero proporcione el
capital, de que sea un dueño en las sombras -porque no le dan otra
opción- el que ayude al crecimiento de esa nueva clase empresarial.
Y todo porque esa inversión extranjera
no pasa por las zarpas oficiales, no alimenta las cuentas, el Grupo
Empresarial de las FAR no las controla y, por tanto, no es
revolucionariamente kosher.
Se indigna entonces, se asombra la
bestezuela de lo fácil que han crecido, como hongos tras la lluvia,
restaurantes, bares y discotecas; y ahora quiere fiscalizar,
averiguar de quién es ese dinero que se les escapa, como si no se
supiera de antemano, y desde siempre, que en Cuba no hay divisa para
que los ciudadanos inviertan, que esta tiene que venir de otro lugar,
junto con los contenedores repletos de lo necesario para fundar
negocios privados y prósperos.
Ese tullido capitalismo de estado que
en Cuba aun pretenden, cosa maltrecha, ni siquiera a medias, es como
masturbarse a través de la ropa, corriendo, y con una mascota de
catcher en la mano: no funciona. El desgobierno lo sabe, por supuesto
que lo sabe, pero es que ya no se trata -nunca se ha tratado- del
bienestar del pueblo abnegado y trabajador.
Se trata del diezmo. Se trata del
proverbial bacalao y de quién lo corta. Se trata de esa escuálida
pierna de jamón, plato exclusivo para la familia gobernante y sus
satélites.
Se trata pues del control absoluto de
la divisa, de las cuentas en bancos extranjeros, donde Castros y
bocucos engordan saldos que les permitirán a algunos un tranquilo
retiro, y a otros seguir siendo dueños del desastre de la Cuba
postdesastre: una versión caribeña y en miniatura de la Rusia post
Gorbachov.
Para el que esté prestando atención,
esta “suspensión de licencias”, ese “proceso de fiscalización”
que se anuncia, es un urgente llamado de alerta:
Empresarios, cuidado, que la cola bestial del animal
comenzó a moverse otra vez.