jueves, 19 de marzo de 2015

A flor de piel

El pasado día de San Patricio celebramos en mi trabajo con una bandeja de corned beef y otra de col hervida y papas.

Mis colegas, mongrels ítalo-daneses-noruegos-holandeses-judíos-irlandeses, todos descendientes del orgiástico melting pot americano, vestían alguna pieza de color verde hoja de trébol; estaban tan entusiasmados como yo -mongrel caribeño, celtíbero-catalán, quizás con una salpicada berberisca- ante la inminente comelata que era, para colmo de placeres, gratis.

Alguien, ajeno al grupo, pasó entonces por el caldeado pantry, saludó a todos, me miró sonriente, y me dijo, “Hey, the Irish… and you!”

Mi generador de respuestas hipotéticas colocó de inmediato en el disparador la más fácil y procaz, “¡Siii, sólo faltan tú y tu madre!”, decía que debía yo decir.

Imaginé entonces un supuesto y bullicioso convite entre cubanos, sentados ante un par de bandejas rebosantes de crujientes tostones rociados con mojo de ajo y chicharrones ribeteados con dulce y transparente grasa, celebrando, ya que no tenemos un día de jolgorio por el orgullo iberoamericano, vamos, ni siquiera una efemérides nacional que valga la pena, pues celebrando cualquier otra cosa, y que en el grupo estuviera un ocasional americano, observando azorado los múltiples y simultáneos diálogos, acentuados con aspaventosos gestos, intercambios a gritos, que le parecerían peleas cuando, en realidad, serían amigables conversaciones.

Entonces, alguien ajeno al grupo llega, saluda, lo mira, al americano, sonríe, y le dice, “¡Coñó, mira quién está aquí: ¡el yuma aplatanado!”

No creo que se diera el caso de una respuesta al estilo de “Fuck you and fuck your epletenedou!” En su lugar, el hombre, sin entender a derechas que le han dicho, quizás sonreiría, como lo hice yo, y se serviría un impronunciable plato de tostones con chicharrones, tan bien servido como el de la salinizada carne con col que yo me almorcé ese día.

Este país está crispado por un racismo implícito -nada de subyacente: está más arriba que eso-, camuflado en la falsa idea de ese mito fallido al que llaman melting pot. Hay, además, demasiadas personas que, cuando escuchan ´diversidad´, escupen al piso; hay demasiados guetos, copiosa estadística, abrumadora evidencia; hay millones de latinos viviendo acá, en el fondo del ranking étnico, y sin remedio a la vista.

Existe entonces una poderosa compulsión, generada por esa combinación de factores, que empuja, maliciosa, y que puede hacer que, de repente, se pierda la cordura, se eche a un lado el tino necesario, y que una persona, en otras circunstancias amable y razonable, se convierta con facilidad en un desagradable energúmeno, vociferante e irracional. 

Y con una febril paranoia instalada, traicionera, a flor de piel.

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