miércoles, 12 de febrero de 2014

A la muerte le quedaba un tiro

Nunca me gustó la música de Santiago Feliú, nunca fui a un concierto suyo.

Pero resulta que, años ha, por esos azares de La Habana sabrosa, coincidimos él y yo en un forcejeo en la entrada del Café Cantante del Teatro Nacional. Alguien, muy cercano a mi oido, vociferaba a los que custodiaban la puerta, “¡Oe, oe, déjennos pasar, que venimos con Santiago Feliú...!”

Y entonces la puerta se entreabrió, y un vaho espeso de sonidos estridentes, sudor, y humo de cigarrillos nos envolvió. Y entró Santiago Feliú, la guitarra en vilo, por encima de su cabeza, como si fuera un naúfrago con el agua al pecho. Detrás, entró el vociferante, y le seguimos nosotros, que no sabíamos a derechas quién era Santiago Feliú, pero que, con cara de circunstancias, entramos, diciéndole al cancerbero, en tono urgente, “¡Venimos con Santiago...!”

Después, tocó Moncada, de eso estoy seguro, y, quizás, Santiago Feliú.

La muerte dispara, y uno siente que le pica cerca cuando comienza a morir tu generación.

Santiago Feliú debió vivir 30 ó 40 años más, y quizás nunca me iba a gustar su música, pero eso, la verdad, no importa.

Nadie merece morir a los 51, y cantando.

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