De mi primera vez con un
celular en mi mano, y de aquella mi primera conversación, sólo
recuerdo que era un teléfono enorme, y que íbamos en un carro por
el Malecón, en un día precioso. No recuerdo siquiera la fecha, ni
con quién hablé, pero tiene que haber sido entre 1995 y 1997.
Sin embargo, recuerdo bien
el primer celular que tuve, cuando, y por qué lo compré. Fue un
Nokia, bastante grande, al que sólo le duraba la batería para unos
20 minutos de conversación.
Lo compré en México, en
1998, y lo compré con un plan que se llamaba “El que llama paga”.
Resulta que entonces mi gente en Cuba me llamaba “por cobrar” y
el conflicto resultaba en llamadas ilimitadas y gratis. De hecho, ese
teléfono lo tuve por poco tiempo y enseguida lo sustituí por otro,
también Nokia, al que la batería le alcanzaba para algo más de un
par de horas de conversación.
Desde entonces, pues ha
llovido. Los aparatos actuales, pues traen teléfono incluído,
porque en realidad su propósito principal es la conectividad con
Internet.
Pero la pregunta que aun
no respondo, la que a cada rato sale en las conversaciones, es: ¿cómo
podíamos vivir sin estas cosas?
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