Las épocas tienen signos.
Los Beatles, la masa
cárnica, los hippies, Elvis, Viet Nam, Che Guevara, Beegees, la
guachipupa, Para Bailar, la Mesa Redonda, “Heridas”, por Ania
Linares, las pizzas de La Piragua, Silvio (cuando era una
esperanza), nos fuimos a estudiar a los ex-socialistas, el pelo
largo, las camisas con pinzas, Nocturno, “100 años de soledad”,
y la jodida omnipresencia de Fidel.
Queen, Van Van, Crosby,
Still and Nash, y otro montón de gente, son atemporales, por tanto
no van en esa mi breve lista.
La lista de mi madre sería
indudablemente diferente pero, si de algo estoy seguro, es de que en el
primer lugar estaría Sarita Montiel.
Debo admitir que no me
gustaba la música ni el estilo de Sarita Montiel; eso es lo que
ahora llaman “gustos adquiridos”, y yo no tuve esa oportunidad.
Pero mi madre sí la adoraba, ya yo había escrito algo sobre eso, y
mi madre era probablemente la fan número uno de Sarita Montiel.
Sara Montiel murió ayer,
en desafortunada coincidencia con Margaret Thatcher. Y por ese azar
la Montiel, diva y señora de los escenarios, fue relegada, quizás
por primera vez, a un segundo plano.
No sé si mi madre tenía
una idea clara de quién era Margaret Thatcher, y no creo que le
importara mucho tampoco. Pero sé que, si no se hubiera apresurado a
dejarnos hace poco mas de un año, en el día de reyes, hoy estuviera
escuchando a la Montiel, arrimada a ese signo de su época.
Y seguiría sin importarle
la Thatcher, aunque esta esté en primera plana.
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